Nebrija y la Ciuitas Hispalensis
Ponencia leída el miércoles 6 de julio en el Congreso Internacional Congreso Internacional «Elio Antonio de Nebrija: Humanismo y Poder» (Lebrija, del 3 al 9 de julio de 2022) . https://personal.us.es/jsolis/LebrijaPrograma.pdf
Quiero expresar mi gratitud también al pueblo de Lebrija, al de ahora y al de otrora, que con las instituciones dedicadas al estudio de su personalidad y oficio ha venido pagando muy dignamente el débito que el humanista le vaticinó en el verso final de su elegía mediante el tópico de la inmortalidad literaria: (sed) studiis nostris illa perennis erit.
Estamos organizando en la Biblioteca de la Universidad de Sevilla una exposición de libros de Nebrija en la que habrá una sala de homenajes pretéritos con publicaciones y estudios de la Cátedra de Latinidad Elio Antonio de Lebrixa, que se conservan en el fondo antiguo de la Universidad, como un modesto homenaje también a esta antigua y restaurada tradición educativa promovida por la Hermandad de los Santos lebrijana.
Esta exposición virtual se comprondrá de varias salas en las que quedarán reunidos todos los impresos nebrisenses del fondo antiguo clasificados bajo los siguientes epígrafes: | Gramáticas | Diccionarios | Ediciones y comentos | Tradición escolar | Homenajes anteriores |
Cada ejemplar expuesto se presenta en una cartela con las indicaciones bibliográficas resumidas y una imagen de la portada, y de seguida, el enlace de la completa reproducción digital del libro con una ficha técnica y comentario elaborado por quienes participamos en la organización. Los ejemplares de las Introductiones y Artes están encomendados a un compañero de mi departamento de Filología Griega y Latina, el profesor Juan Francisco Reyes, que leyó su tesis el pasado mes de mayo en el marco de los actos de este Congreso. Una de las obras históricas estará a cargo de Pablo Amador, doctorando del grupo Elio Antonio de Nebrija de la Universidad de Cádiz. Una labor de equipo que coordino con Juan Montero, de Literatura Española, y Eduardo Peñalver, jefe de la sección del Fondo Antiguo de la Biblioteca de la Universidad de Sevilla. Expongo una muestra de estas ficha: https://personal.us.es/jsolis/NebrPrudBUS.pdf
En la colaboración a este Congreso voy a tratar también de impresos nebrisenses, pero de aquellos que salieron de los talleres de la ciudad de Sevilla en vida de su autor, una indagación sobre los vínculos profesionales e institucionales de nuestro humanista con la que fue la capital mercantil y en momentos decisivos la corte de la Monarquía Hispánica, a través de los datos proporcionados en los estudios biográficos y del análisis de dichas obras.
Consistirá en un recorrido por las etapas y episodios de su vida profesional con personajes y acontecimientos relacionados con Sevilla desde su tornada a España para ejercer entre 1470 y 1473 como hombre de letras en la casa del arzobispo don Alfonso de Fonseca, donde sin llegar a residir en la ciudad, fue preceptor de Juan Rodríguez de Fonseca (1455-1524), el futuro gestor regio de la política indiana, hasta su breve magisterio en la escuela catedralicia de San Miguel, donde, sin embargo, dejó huella de gratitud en su discípulo Pedro Núñez Delgado, en poemas preliminares en las ediciones hispalenses de las Introductiones, en poesías de bienvenida y epicedio.
Siempre será fecunda la relectura de textos ya editados y traducidos, cuanto más la de otros que han quedado menos estudiados.
Lo primero que destaca en la relación con la gran ciudad es cierto distanciamiento, si se compara con el favor que profesó a su localidad de origen o, en menor medida, a su tierra extremeña de adopción.
Yo creo que si en el siglo XV hubiera existido ya el Cante Jondo, Antonio de Lebrija habría sido un fervoroso aficionado; es más, seguro que nos habría proporcionado una pista certera sobre la etimología de ‘flamenco’, que hoy ‘lambica el cerebelo’ a tantos estudiosos aficionados. Me permito este anacronismo para poner de manifiesto un rasgo de su personalidad que se me asemeja a la esencial característica de su vida y de su obra, la autenticidad, la constante relación intelectual con su entorno vital, llamémosle ‘su circunstancia’ o ‘vividura’, autenticidad de vida y afán de verdad y de saber, que se representó en la Y griega del emblema ‘Hércules en la encrucijada’, en los frontispicios de las ediciones granadinas de sus descendientes.
Se ha celebrado mucho la ostensible euforia del humanista cuando, al comentar un pasaje sobre prescripciones alimenticias de la religión judía, identifica el abstruso término bíblico con un ave de corral de este su pueblo marismeño.
Lo que él lee en los libros lo busca entre las cosas que tiene delante de sus ojos o en sus recuerdos más entrañables (está claro que también le sonrieron sus dioses padres del natalicio de Virgilio), y, a la recíproca, indaga en las fuentes antiguas sus vivencias, la realidad de su entorno y el porvenir de sus proyectos. Cuando el joven Antonio Martínez de Cala dejó su casa para ir a estudiar a la urbe, se apellidó echando mano del nombre vulgar de su patria chica, con deliberación y orgullo, como demuestra el añadido de su puño y letra con las coordenadas de Lebrija en un manuscrito con extractos de la Geographia de Ptolomeo.
Sin que hubiera sido dirimente su parentesco con un prebendado homónimo de la catedral de Sevilla, Diego Martínez de Cala, podría haberse decidido, como muchos otros, por el prestigiado Hispalensis, el gentilicio de la opulensissima et nobilissima Hispaniarum urbe, ‘la más opulenta y noble ciudad de las Españas’, como él mismo declaró en el prefacio de la publicación de 1513 de las Introductiones in Latinam grammaticen, impresa por Jacobo Cromberger para Juan Varela de Salamanca.
Tampoco eligió el gentilicio de la provincia romana en la que se ubicaba el contemporáneo conuentus Hispalensis, la «Bethica mea» que estudió el profesor Caro Bellido, de grata memoria, y que el propio humanista trató de encajar en la realidad geográfica de su tiempo, señalando taxativamente unas diferencias que debieron ser ya en los albores de la Edad Moderna del consenso de todos:
El manifiesto error de los que piensan que Bethica es Andaluzia, como quiera que gran parte della cae enla Bethica. (...) toda la Serena y el Maestradgo de Santiago con la Sierra Morena, hasta el mar, se llama Bethica, mas no Andaluzia; i por el contrario, Ubeda i Baeça, Jahen i Granada hasta Murcia, todo se llama Andaluzia, pero todas estas ciudades con sus comarcas caen en la Tarraconense.
Como señaló don Antonio Caro, en los excursos arqueológicos de Nebrija se percibe claramente la diferencia de la visión de la Antigüedad que caracterizó al movimiento cultural humanista frente a la concepción de continuidad en el hombre medieval. La Antigüedad ya es tiempo pasado, y como paradigma ha devenido en objeto de estudio a través de los modelos que proporcionan los auctores probati, pues aún no había cobrado carta de naturaleza el término de clásicos.
Y es que según sentenció en este incunable burgalés, una de las pocas obras que imprimió en castellano, Muestra de la Istoria de las Antigüedades de España: «Las cosas antiguas, aunque sean fingidas, se an de saber, y no sabellas es turpe ignorancia».
Afán de vinculación de con la realidad de su entorno con la paradigmática Antigüedad, que empezaba a aflorar ya en Castilla durante el reinado de Juan II.
Tuvo que ser durante su estancia en Bolonia cuando concibiera la composición ternaria del onomástico con que se firmará desde la primera de sus publicaciones impresas, y para el cognomen que había adoptado como apellido en su adolescencia estudiantil tuvo la fortuna de encontrar un refrendo no ya en las fuentes historiográficas clásicas sino en los mismísimos modelos literarios.
Lo explicó con minuciosidad filológica en la glosa a Nebrissensis del prólogo de las Introductiones de 1495 que dedicó a la reina. Pocas veces el fervor de un estudioso, de un lector discreto y hedonista ha tenido la fortuna de encontrar una referencia clara de su vida personal en las obras del canon literario que con admiración lee y estudia.
El joven Antonio de Lebrija debió de relamerse con el pasaje de Silio Itálico que brindaba en tres versos la alusión de una etimología de su patria chica frente al único de la mención de la metrópoli, que ya entonces se nos antoja convencional y tópica:
et celebre Oceano atque alternis aestibus Hispal
ac Nebrissa dei Nysaeis concita thyrsis,
quam Satyri coluere leues redimitaque sacra
nebride et arcano Maenas nocturna Lyaeo. 395
393 dei Nysaeis codd. edd. : dei Nysaei Delz : dionyseis codd. edd.| concita Heinsius, cf. 399 : conscia codd. edd. | 395 arcano : hortano Marsus (lectura de Nebrija, Hortano): ornatu malit Delz | Lemaire p. 194: Hortano es la lectura vulgata y señala que la referencia de Marso “ab Horta urbe, prope Nebrissam sita”, no está confirmada por ninguna fuente que se conozca.
Híspal, populosa por el comercio oceánico y por el flujo y reflujo de sus mareas, y Nebrisa, excitada por los tirsos del dios del Nisa, a la que habitaron sátiros lascivos y la ménade que se ciñe en la noche (395) con la piel sagrada de gacela y el misterio de Lieo.
Y cierra la glosa nuestro humanista con una declaración en la que mezcla fuente histórica con modelo literario, atribuyendo, sin crítica, un valor histórico a lo que se expresa bajo las pautas del quehacer poético: ‘Pues el mismo Silio Itálico atestigua que en la época de la segunda guerra púnica ya era Nebrisa una ciudad floreciente y había prestado un singular servicio a Aníbal en aquella guerra’.
Esta declaración, que es grave vicio epistemológico cuando incurrimos hoy en confusión semejante, junto con la secuencia del texto de Silio recogida en la glosa, apunta con la lectura de Hortano Lyaeo en el último de estos versos, a la primera edición de Silio Itálico con comento de Pedro Marso, publicada en Venecia en 1483, la cual lectura coincide con la que fue la editio princeps aparecida en 1471, cuando Nebrija ya había obtenido la licencia para decaer su beca en Bolonia.
El poema épico Punica de Silio Itálico, el más extenso de la literatura romana, permaneció desconocido en toda la Edad Media hasta los descubrimientos de manuscritos clásicos latinos de Poggio Bracciolini a principios del siglo XV. Dado que desconocemos el dato de que el estudiante de teología Antonio de Lebrija hubiese manejado durante su estancia en Bolonia algunas de las copias del texto manuscrito de Silio Itálico, tenemos que suponer que leyó el pasaje del libro tercero sobre el catálogo de contingentes hispanos del ejército de Aníbal ya de vuelta en Castilla, si bien fue en Italia donde forjó sus tria nomina a ejemplo no tanto de esa moda humanista de prolongada y extendida implantación, como, en especial, por ese afán de autenticidad e identificación con sus paradigmas.
A fin de cuentas, si pensaba publicar en latín libros de estricta obediencia gramatical, era de cajón que latinizara su nombre. Y el verdadero no quedó enmascarado como los de los humanistas que latinizaron o helenizaron el significado de sus apellidos originales.
Además, el cognomen Nebrissensis, ‘de Lebrija’, convirtió su nombre de pila en lo que sería el apellido de un ciudadano romano, y el más famoso de ese nomen fue nada menos que el triúnviro Marco Antonio, que ordenó la ejecución de Marco Tulio Cicerón durante las proscripciones pactadas entre los tres mandatarios para la constitución de la república romana, pues ya sabemos que Augusto, ni salvó a Cicerón, ni perdonó a Ovidio (algo habrían hecho).
Con los datos de la fuente histórica de la muerte del orador que personifica la elocuencia latina, pero sobre todo con el modelo literario de un famoso pasaje de la sátira décima de Juvenal, compuso un discípulo anónimo un epigrama en alabanza de su maestro:
Vt quondam tacuit Latiae facundia linguae
cum fuit Antoni caesa manus gladiis,
sic scelus hoc solers Antoni cura piauit,
quamque prior uitam sustulit, iste dedit.
Así como otrora enmudeció la elocuencia de la lengua latina
cuando por las espadas de Antonio le fue cortada su mano,
así este crimen ha expiado la cuidadosa pericia de Antonio
y este le ha dado la vida que el primero le quitó.
Juvenal satiriza un lastimoso hexámetro de Cicerón que compuso para exaltación de su consulado al que ha antepuesto los pormenores de su muerte:
Ingenio manus est et ceruix caesa, nec umquam
sanguine causidici maduerunt rostra pusilli.
‘O fortunatam natam me consule Romam’:
Antoni gladios potuit contemnere si sic
omnia dixisset.
Por su talento le cortaron la mano y el cuello, y nunca los Rostra se empaparon con la sangre de un picapleitos cobardica. “Oh Roma afortunada nacida siendo yo cónsul”. Pudo despreciar las espadas de Antonio si todo lo hubiera dicho así.
La distorsión y desenfoque de los hechos, la extrapolación de conceptos entre diferentes fenómenos culturales, es el peligro que acecha a quienes buscamos una certera interpretación de los hechos del pasado.Este difundido tetrástico, de 4 versos, apareció por primera vez en la edición de Barcelona de las Introductiones de 1505 y fue atribuido, en un manuscrito de la Real Academia de la Historia, a la imposible precocidad de Juan Ginés de Sepúlveda (1490-1573), que contaba por entonces apenas quince años.
Por el nombre Antonio es indexado en muchos catálogos y repertorios bibliográficos, actuales, y no me refiero al de Nicolás Antonio, que censuró la moda poco cristiana de anteponerse un praenomen postizo.
Algo de la ciclópea vanidad del Arpinate se ha achacado también al Nebrisense cuando ideó el praenomen que faltaba a su onomástico romano.
Con agudo sentido de la ficción poética, para conectar el onomástico Aelius de las inscripciones romanas que veía en su niñez, adujo el pasaje de la Eneida (4.625-626), en el que la reina de Cartago Dido, a punto de suicidarse por la traición de Eneas, vaticina la llegada de un guerrero de su sangre que destruirá la descendencia del padre de los romanos, es decir, el mismo Aníbal que en el pasaje de Silio pasa revista a las tropas que incorpora la Nebrissa que fundara el dios de Nisa.
Además de los césares oriundos de la Bética, Elio es también un praenomen que llevaron algunos gramáticos romanos, el más famoso Elio Donato, el autor de la Vita Vergilii, y también Elio Dionisio, Lucio Elio Estilón, o un Elio Meliso del que Aulo Gelio (18.6.1) escribió que era mayor su jactancia y pedantería que lo que se reflejaba en sus obras’.
Pero para mí tengo que estas alusiones sobre esas ridículas arrogancias que podrían insinuar sus velados detractores contra las ínfulas que manifestaba en sus declaraciones, se desmontarían al considerar la radical honradez del gran humanista andaluz, su profesionalidad exigente, su fidelidad a la misión a la que se sintió llamado.
Piénsese que la beca en Bolonia era para estudiar teología, o algunas de las otras dos severiores disciplinae que configuraban la universidad medieval. Pero el joven Antonio de Lebrija, siguiendo la autenticidad de su vocación, se decantó por la Filología Clásica, como Gabriel Plaza, el número uno en la PEvAU de la Comunidad de Madrid. Y es que en este país solo hay libertad para beber cervezas en las terrazas de los bares. Y esta decisión, que remachó cuando prefirió el sacramento del matrimonio al del orden sacerdotal (otra rasgo de autenticidad de vida), entrañaba unas consecuencias tal vez mayores que las de hoy día, pues las Artes, como se llamaban las que profesaban las materias procedentes del Trivium y del Quadrivium, pese al prestigio social y político que se iban abriendo en toda la Europa cristiana del siglo XV con la innovación humanista, no habilitaban para obtener el máximo grado universitario, el de doctor, necesario para acceder a obispados, privanza y consejos regios y protomedicatos.
Un rasgo muy definitorio del Renacimiento fue la alta posición política a la que llegaron muchos de aquellos innovadores de la enseñanza y la cultura, la presencia del humanista en los círculos de poder con un grado de participación que pudo alcanzar niveles decisivos. Tal presencia proporcionó al poder unas pautas prestigiadas en la comunicación y la persuasión, pero, al mismo tiempo, el humanista, mediante su palabra elaborada, hacía valer una concepción moral de enfoque eminentemente humano, una ética cívica moderna. La filosofía moral concluye y rubrica las competencias del humanista. Se han repetido hasta la saciedad esas habilidades que formuló expresamente el bibliotecario de los Médici que más tarde subiría al papado con el nombre de Nicolás V: “Acerca de los estudios de Humanidades, studia humanitatis (dice en su informe el futuro papa), esto hay cuanto se refiere a gramática, retórica, historia, poética y filosofía moral”. Y esta progresión de la educación humana que culmina la ética comienza con la gramática.
Elio Antonio de Nebrija ha sido el profesor de latín que en calidad de tal ha tenido en España más influencia entre los poderes políticos (pace don Antonio Fontán), los fácticos y los efectivos. Su gran empresa fue la innovación en la enseñanza del instrumento fundamental de aprendizaje, esto es, aquella lengua que como puerta de las ciencias había previamente que aprender, como tuvieron que aprenderla también en la clase dirigente de la Roma antigua, y con igual autenticidad comprendió que también debe enseñarse esa lengua de uso común que se había convertido, gracias a la iniciativa del rey Alfonso X de hacer al castellano el primer idioma oficial de Occidente, en una especie de koiné lingüística bien conocida si no manejada por la mayor parte de los habitantes de todos los reinos de la Península Ibérica.
No es el imperialismo colonial el imperio del que es la lengua compañera. Ni siquiera el imperio universal de la casa de Austria. En ese tergiversado y aun envilecido axioma ha obrado otra vez el paradigma clásico a través del famosísimo pasaje de la Eneida en el que el espíritu de Anquises va mostrando a su hijo el héroe troyano el destino de la nación que va a fundar, y comparando las habilidades y aportaciones a la civilización de los otros pueblos, interpela al padre de los futuros romanos:
tu regere imperio populos, Romane, memento
(hae tibi erunt artes), pacique imponere morem,
parcere subiectis et debellare superbos.
Tú, romano, recuerda que has de gobernar a los pueblos bajo tu imperio, pues estas serán tus artes: imponer las normas a la paz, respetar a los sometidos y debelar a los soberbios (Eneida VI, 847-853).
El imperio de la ley, que ampara a los súbditos, el imperio de la lengua y de esa fuente inagotable de empatía que es la literatura clásica, y el combate permanente contra la barbarie de la incultura.
Muchas gracias por vuestra atención.
Lebrija, a 6 de julio de 2022. José Solís de los Santos. Universidad de Sevilla.