Juan Montero, José Solís de los Santos, «Otra lectura de la epístola de Pedro Vélez de Guevara a Fernando de Herrera», en Teoría y análisis de los discursos literarios: Estudios en homenaje al profesor Ricardo Senabre Sempere, S. Crespo, y otr. (eds.), Salamanca: Ediciones Universidad de Salamanca (Acta Salmanticensia. Estudios Filológicos 324), 2009, pp. 243-250. ISBN: 978-84-7800-286-3. PDF
OTRA LECTURA DE LA EPÍSTOLA DE PEDRO VÉLEZ DE GUEVARA A FERNANDO DE HERRERA
JUAN MONTERO
JOSÉ SOLÍS DE LOS SANTOS
Universidad de Sevilla
Pedro Vélez de Guevara (c. 1521-Sevilla, 17.I.1591) fue el personaje de mayor rango académico e institucional de aquel conjunto de poetas, pintores y humanistas que vino a configurar en la Sevilla de la segunda mitad del XVI lo que después conoceríamos como la escuela poética en torno a Fernando de Herrera (1534-1597). Las prebendas y dignidades que desempeñó en el Cabildo Catedral y el contenido filosófico y canonista de su obra impresa corroboran este aserto, al mismo tiempo que explican la escasa huella dejada por su musa en la exuberante actividad literaria del Siglo de Oro, según se confirma por su ausencia en el “Canto de Calíope” contrastada con los elogios de tantos inéditos que prodigó el primero de nuestros escritores (Cervantes, La Galatea, 1585). De familia oriunda de Guadalajara y clérigo de la diócesis de Toledo, su vinculación con la Catedral de Sevilla arranca en 1546, cuando desde Salamanca, donde todavía seguirá como bachiller en cánones en 1553, otorga poder para tomar posesión del priorato de las ermitas de la archidiócesis hispalense, a causa de la resigna de un clérigo de Pamplona (Gil 2002: 271). En 1561 es nombrado racionero en la misma Iglesia Metropolitana, condición para seguir ostentando ese título de prior con el que aparece mencionado en la mayoría de los escritos y documentos, y en 1570 alcanzará una de las cuatro canonjías de oficio, la doctoral, para la que se exigía grado en derecho canónico en universidad reconocida. Entre sus obras localizadas, destaca Selectae sententiae, impresa probablemente en Salamanca en 1557, consistente en seis ensayos que imitan el modelo dialéctico tan caro a los erasmistas de los Paradoxa Stoicorum de Cicerón (Alcina 1975-1976: 245). No sería el único arrimo al escritor romano que marcó la directriz estilística del movimiento humanista, pues en su destino definitivo donde acabarían tantos egresados salmantinos publicará un comentario de los Topica del Arpinate: Marci Tullii Ciceronis Topica Petri Velleii Gueuarae notis explicata (Sevilla: Alfonso Escribano, 1573). Todavía en la capital universitaria española había publicado un ensayo de la disciplina de su competencia: Petri Velleii Gueuarae ad legem primam Digestorum libri VI (Salamanca: Matthias Gastius, 1569).
La figura del prior don Pedro Vélez destaca por su fuertes lazos con Benito Arias Montano (1527-1598), quien, aunque siempre se llamó Hispalensis, excede con mucho el mencionado marbete de la escuela poética sevillana. Gracias a una concesión del prior en 1553, el eminente escriturista frexnense pudo disfrutar de su idílico y laborioso retiro en la Peña de Alájar, cuya ermita habría de poner más tarde bajo el patronazgo regio después de acrecentar sus rentas (Gil 2002: 273). Pedro Vélez tenía estrecho parentesco con la familia sevillana Vélez de Alcocer, en cuyo seno se crió Montano guardando testimonio de gratitud en su vida y obras, como el que palmariamente hace en varios hexámetros de sus Rhetoricorum libri quattuor (Amberes: Plantino, 1569) obra primeriza escrita entre 1546 y 1561 al abrigo de dicha familia y dedicada a Gaspar Vélez de Alcocer: “Magnus in hoc genere est nostro quoque tempore Petrus / Veleius claro, Gaspar, tibi sanguine iunctus / et mihi amicitia, quo nunquam carior alter / Montano, cui Montano non carior ullus” (III, 1079-1092; Pérez Custodio 1989: 404). Debió de ser también este canonista cultivador de las letras humanas el enlace entre Arias Montano y fray Luis de León y los escrituristas salmanticenses, a juzgar por su citación como testigo de la defensa en el proceso inquisitorial contra el excelso poeta agustino (Gil 2002: 272). Pero el único testimonio de conexión entre el canónigo Vélez y el poeta Herrera había sido la noticia del pintor Francisco Pacheco de los Ríos (1564-1644) en el elogio del “Divino” de su Libro de Retratos, comenzado en 1599 (Piñero, Reyes 1985: 177), hasta que dio la prueba de esta amistad el poema de 9 liras “Velleio, si mi canto” que Herrera[1] escribió para los preliminares de una obra inédita y entonces desconocida de Pedro Vélez, la Coena Romana, adaptación castellana de una obra de erudición sobre las costumbres convivales de los romanos, De triclinio Romano (Roma: Georgius Ferrarius, 1588), del toledano Pedro Chacón (1527-1581).[2] Los otros preliminares eran servidos en sendos poemas latinos por el mismo Arias Montano y el licenciado Francisco Pacheco (1535-1599), quien había dedicado al “doctissimo Petro Velleio Gueuarae” sus De constituenda animi libertate ad bene beateque uiuendum sermones duo, un extenso poema latino con larvada influencia en la epístola moral de ese período de la poesía áurea (Alcina, Rico 1993: xxiv-xxv).[3]
Este haz de relaciones intelectuales y afectivas entre tan destacadas figuras del panorama artístico sevillano se ha visto singularmente trabado gracias al feliz hallazgo y edición de una epístola que Vélez dirigió al cantor de Luz en fecha no determinada (Cobos 1997). En este texto (que es el único poema conocido de Vélez hasta hoy) nos centraremos ahora, con un doble objetivo: de un lado, aportar alguna información adicional en lo relativo a la transmisión del poema; de otro, apuntar algunas ideas básicas para su lectura en el marco de la tradición poética a la que pertenece. En cuanto a lo primero, hay que recordar que Mercedes Cobos dio a conocer el poema tras localizarlo en un códice misceláneo de la Real Academia de la Historia: “Jesuitas” vol. 96 (sign. moderna 9-3669), ff. 57r-58r (= H), copia cuyo término a quo establece en el año 1591, por figurar junto a ella y de la misma mano (que la editora propone identificar como la de Juan de Robles) una nota que consigna la muerte de Vélez el 17 de enero de 1591 (Cobos 1997: 101). Por nuestra parte, podemos añadir ahora que hemos localizado un segundo testimonio del poema, conservado esta vez en el fondo Rodríguez-Moñino de la Real Academia Española, ms. 6723, pp. 52-55 (= E), un cancionero de poesías varias copiado con letra del siglo XVII (Solís 2004: 247-248). Desde el punto de vista textual, esta segunda copia aporta algún matiz pequeño pero aprovechable con respecto a la ya conocida. Su rasgo más destacado es la omisión del v. 73, lo que indica (salvo contaminación poco probable) que H no puede ser copia de E. Lo contrario, en cambio, sí es posible y constituye, por tanto, la explicación más económica y sencilla de la filiación. Con todo, no descartamos (aunque no se pueda probar) que en realidad tanto H como E desciendan cada uno por su cuenta de un arquetipo desconocido (véase al respecto el comentario a los vv. 9 y 55 en el aparato crítico). De ser efectivamente así, el poema habría tenido una transmisión algo más rica de lo que hasta ahora podíamos suponer.
En cuanto a la fecha de composición, Cobos, que cataloga a la epístola como censoria y la interpreta como una crítica jocosa a las Anotaciones de Herrera, afirma: “no debe ser muy posterior a 1580” (Cobos 1997: 102). Por nuestra parte, adoptamos en principio un arco temporal que tiene su término a quo en 1574, por la mención de la Alameda sevillana, cuya transformación de laguna en paseo arbolado con fuentes se culminó ese año; y como término ante quem el de julio-agosto de 1588, ya que tras el desastre de la Invencible Vélez no se hubiera permitido ni en broma la alusión a las tensiones diplomáticas con Inglaterra que se lee en los vv. 68-69 (“si arman, si desarman los ingleses; / si Bretaña nos quiere o no nos quiere”). Si, dentro del arco propuesto, tuviéramos que arriesgar una fecha más concreta, nos inclinaríamos precisamente por el trecho que va desde agosto de1585 (fecha de la firma del tratado de Nonsuch entre Inglaterra y las Provincias Unidas de los Países Bajos) hasta el desastre naval de 1588, dada la tendencia del género epistolar a la mención de lo próximo en el tiempo o en el espacio. En ese caso, si la carta de Vélez tuviese realmente relación con la polémica sobre las Anotaciones, como afirma Cobos, sólo podría interpretarse en un sentido opuesto del todo al que ella propone: lejos de ser un ataque, siquiera tibio, el poema tiene una función consolatoria. Es la amistosa palmada en la espalda de quien se esfuerza por levantar el ánimo de su amigo (vv. 30-31)[4].
Esto nos lleva a la consideración literaria del poema en el marco de la tradición a la que pertenece. La recepción de la epístola horaciana en las letras españolas del Renacimiento es asunto bien estudiado por la crítica[5]. Se sabe, así, que los modelos fundamentales del género quedaron establecidos editorialmente en las Obras de Boscán y Garcilaso (Barcelona, 1543), volumen en el que se dan cita tres epístolas: la de Garcilaso a Boscán, en endecasílabos sueltos, y el carteo entre Boscán y Hurtado de Mendoza, en tercetos encadenados. Esas tres muestras ya sancionan los rasgos básicos del género: la familiaridad amistosa en el trato y la temática filosófico-moral, con marcada tendencia a la exposición de los tópicos estoico-epicúreos. Pero también se sabe que la epístola vulgar nace en un terreno propicio a la contaminación, cuando no identificación, con otros géneros de la poesía clásica (la sátira, la heroida) y con sus derivaciones en la poesía vulgar (la sátira ariostesca, la epístola amorosa, el capitolo italiano, etc.). Bajo esas premisas abiertas se fue desarrollando, pues, el género en la poesía española del Renacimiento, dando lugar a una serie de realizaciones bastante variadas, pero que la tradición historiográfica posterior ha tendido a centralizar, comprensiblemente, en torno al eje de la epístola moral, esto es, el que lleva desde Boscán y Hurtado de Mendoza hasta Fernández de Andrada, pasando (¡y de qué manera!) por Aldana. Entre esas otras realizaciones del género, cabría destacar la aportación más o menos excéntrica de autores imbuidos de humanismo, como es el caso del Brocense, cuyas epístolas tienden a la experimentación métrica y expresiva[6]. No llega a tanto la presente de Vélez de Guevara, pero sí que encontramos en ella rasgos de peculiaridad dentro de la tradición hispánica. La misma elección del endecasílabo suelto ya hace patente, como en Garcilaso, un deseo de naturalidad y soltura que, en el fondo, remite con bastante fidelidad al modelo del sermo horaciano.
La impronta clasicista de la composición queda indicada, de hecho, desde su mismo título: Saturnalia en latín o en su traducción literal Saturnales, que, en el rigor y propiedad del uso terminológico observado por la escuela sevillana, es la forma de denominar la Navidad. Este proceso inverso de clasicización, que no paganización, de conceptos cristianos y acontecimientos contemporáneos ha tenido un eximio ejemplo en la inscripción conmemorativa de la torre de la catedral conocida después como Giralda que compuso el licenciado Pacheco en 1568 y aprobó el propio Vélez comisionado por el cabildo (Solís 1998: 169, n. 92). También se exhibe este proceso plenamente inserto en la imitación renacentista en el monumento de las columnas que ornaban el flamante paseo de la Alameda mencionado en la epístola del prior (vv. 42-47). Los Saturnalia de los antiguos romanos celebraban el final del ciclo de siembra días antes del solsticio invernal, que caía en 25 de diciembre desde la reforma de Julio César (45 a. C.) hasta el concilio de Nicea (325); en la inversión del rol social y en los juegos licenciosos había una evocación de la época paradisíaca de la edad dorada en que no existía la propiedad privada ni la jerarquía, lo que fue el mítico reino precisamente de Saturno. El sincretismo religioso posterior asimiló estas fiestas a la del dios Sol Niño, que nacía cada año en una gruta adorado por pastores. Y para contrarrestar el arraigo popular de estas costumbres paganas y licenciosas, las autoridades eclesiásticas tardoantiguas convinieron en celebrar el nacimiento de Cristo. Esto lo saben los sevillanos cultos por las obras de erudición clásica que se publican en toda Europa, entre las cuales la de Justo Lipsio, Saturnalium sermonum lib. II (Amberes: Plantino, 1582) bien pudo llegar a través de los frecuentes contactos entre los amigos de Montano en ambos dominios de la monarquía catolica.
En coherencia, pues, con esta práctica consabida, titula Vélez su poema aprovechando la coyuntura temporal de la Navidad como cronología interna de su carta, para apelar al espíritu de jovialidad y desenfado con que pretende consolar a su destinatario (27-31), y que lógicamente se proyecta tanto en su contenido como en la expresión.
En cuanto a lo primero, la argumentación se desarrolla de la siguiente manera. Arranca el poema con una especie de propositio e contrario (vv. 1-26), en la que, a modo de exordio, Vélez hace enumeración de aquellos temas que no querría tratar en sus versos, y que pueden resumirse en los saberes acerca del universo y de sus misterios, aquí con el apéndice de la astrología judiciaria (vv. 22-24)[7]. Tras la salutatio al destinatario (vv. 26-31), con la indicación de la cronología poética, viene luego el elogio de Sevilla como locus amoenus (vv. 32-53) y al mismo tiempo caput mundi (vv. 48-53). Y una vez establecidas las coordenadas espaciales y temporales de la comunicación, Vélez exhorta a Herrera a desceñirse y disfrutar de la alegría propia de los días saturnales o navideños. Todo dentro de los límites que impone el decoro: músicas, buena mesa, cama limpia (vv. 54-65). Son placeres sencillos y al alcance de la mano por los cuales merece la pena olvidarse de los grandes asuntos del negocio y del gobierno, que solo contribuyen a embarazar el ánimo, sin posibilidad para el individuo de intervenir realmente en ellos (vv. 66-70). El poema enfila entonces su final con una exhortación a seguir un modo de vida ordenado (vv. 71-80): confianza en Dios y sometimiento de la razón a su infinito saber, dominio de la voluntad y de las pasiones, paciencia en los trabajos, y buena disposición a disfrutar de los placeres sencillos de la vida, exhibiendo un estoicismo hedonista, si se nos permite el oxymoron, en consonancia con un carácter alegre y algo socarrón del que dio muestras hasta sus últimos días.[8]
Si del contenido pasamos a la lengua, es fácil convenir que el poema tiende a un tipo de expresión suelta y poco enfática, a la búsqueda de un tono que bien puede calificarse de conversacional. Dentro de ese marco, el poeta se mueve a su gusto, arrimándose cuando le conviene al sermo humilis, o adoptando un tono medio más moderado. Lo primero ocurre sobre todo en el exordio, con la insistencia en un léxico corriente que busca el efecto humorístico en el contraste con términos o referentes cultos (bandurria apolinea, fuente caballuna, flujos y reflujos del gran charco, etc.). Lo segundo admite desde la expresión coloquial (vv. 58-59) y proverbial (v. 62) hasta la lengua de la lírica italianizante, con homenaje a Garcilaso incluido (v. 36, que repite el primero de la égloga II del toledano).
En conclusión, esta epístola de Vélez, amén de ser una valiosa muestra de los variados intereses intelectuales y literarios que convivían en la Sevilla de la segunda mitad del XVI, contribuye a conectar una vez más por mediación de su autor a dos grandes figuras del Siglo de Oro, Montano y Herrera, y ofrece un testimonio de primera mano sobre la personalidad un tanto saturnina del divino (vv. 56-57). Razones suficientes, creemos, para que reciba más atención de la que hasta ahora ha merecido.
APÉNDICE
Ofrecemos a continuación un texto crítico del poema. Para ello procedemos a una modernización de conjunto (grafías, acentos, puntuación), pero conservando alguna peculiaridad del texto antiguo, como la -s implosiva en esquisitas y jasmines. En el aparato crítico prescindimos, en principio, de las peculiaridades gráficas de los testimonios. Cuando, por algún motivo, es conveniente dejar constancia de la lección en su literalidad, la añadimos en cursiva entre paréntesis. Tampoco hemos anotado las variantes mínimas sin repercusión léxica.
Petri Velleii ad Fernandum Herreram
Saturnalia
Si yo tuviera mano con alguna
de aquellas nueve damas que brincando
se van por Helicones y Parnasos,
haciendo habilidades esquisitas
al son de la bandurria apolinea, 5
y con el agua clara de la fuente
caballuna siquiera me bañara
los pulgares y labios y mollera,
a fe que nunca yo me lambicara
los sesos en medir el cielo a palmos 10
y averiguar si hay átomos y ideas,
ni me matara no saber la causa
de flujos y reflujos del gran charco,
ni me metiera tanto en los volcanes,
que ni hecho ceniza no volviera. 15
¡Oh, qué curiosidad tan escusada,
qué necio secadero de cabeza,
no ver ni conocer lo que tenemos
presente y lo tocamos con las manos,
y fatigarnos por lo ya pasado, 20
que es imposible ya que no haya sido,
y levantar figuras sin juicio,
sin sentido, sin lengua, que nos digan
los bienes y los daños venideros,
para llorar el mal antes que venga 25
o estar colgados de esperanzas vanas!
Señor Herrera, llegados son los días
en que se publicó la buena nueva
de paz al mundo y vida a los mortales:
¡afuera melarquias, cuidados tristes, 30
dad lugar al contento y alegría!
No estamos en región donde la nieve
cubra los verdes campos, y la helada
a las plantas despoje, ni convierta
las cristalinas aguas en cristales; 35
en medio del invierno está templada
y con templado sol matiza al vivo
de diversos colores a los prados,
y abundan los jardines de mosquetas,
de olorosas violetas y jasmines, 40
precursores de alegre primavera.
Gozad de las salidas deleitosas
por entre naranjales y arboledas
—¡oh campo libre, largo y abundoso
de arroyos y de fuentes celebradas!—; 45
aún se puede gozar del Alameda
y tiene su sazón el Almenilla;
de nuevo os admirad deste gran río,
emporio universal del mundo todo,
metido tantas leguas en la tierra, 50
que cuanto tiene el orbe que se estime
nos muestra y comunica largamente
al husmo del dinero que aquí bulle.
Las guitarras y harpas y tonadas
que salen cada día de mil suertes 55
(si bien para el primor de vuestro gusto
son cosas baladies, de poco precio),
no me neguéis que rascan los oídos
y se sienten cosquillas en oírlas
que a los más mesurados alborozan. 60
Bástenle a cada tiempo sus zozobras;
meted los buenos dias en vuestra casa;
procurad alcanzar el buen bocado,
el vino sin adobo, trasañejo,
la mesa limpia, cama perfumada. 65
Y si se tarda el agua, si la flota
invierna y se detiene en La Habana;
si arman, si desarman los Ingleses;
si Bretaña nos quiere o no nos quiere,
¿qué podéis vos hacer a todo eso? 70
Remitámoslo a Dios y aparejemos
el ánimo de suerte que entendamos
no más de lo que él quiere que entendamos.
La voluntad no pase de la raya
de aquello que le fuere permitido; 75
no toque en lo vedado el apetito;
llévense con paciencia los trabajos
según las ocasiones de los tiempos;
y, entre tanto, gocemos de los bienes
que la naturaleza nos produce. 80
Aparato crítico
E = Real Academia Española, ms. RM 6723, pp. 52-55.
H = Real Academia de la Historia, “Jesuitas” vol. 96 (sign. moderna 9-3669), nº 13, 57r-58r.
Modernizamos el texto conservando la -s implosiva en esquisitas, escusadas y jasmines. No anotamos las variantes mínimas sin repercusión léxica.
Tít. Saturnales … divino E : Petri Velleii ad Fernandum Herreram. Saturnalia H
5 apolinea H : ypollinea E
9 lambicara E : lambitara H [Error de H; cf.: “ni lambicando, como dicen, el cerbelo” (Quijote, II, xxii). Aunque el error de H no tiene condición de separativo, ya que un copista pudo detectarlo y corregirlo, cabe pensar que el modelo de E no ponía lambitara, ya que quien copió E no tuvo reparo en reproducir sin pestañear una lectura tan absurda como mipossible en el v. 21.
20 fatigarnos H : fatigamos E
21 imposible em. Cobos : mipossible E H
27 [El verso es hipermétrico, lo que hace muy verosímil que haya error de transmisión, concretamente en el primer hemistiquio. Quizá haya que enmendar: Oh Herrera (con aspiración de la h- inicial), o bien corregir llegado han, banalizando la expresión pero conservando el acento en 4ª y 8ª. Tal vez haya que leer Seor, con sinéresis, y con acento en 6ª. Alfay, en la primera edición del soneto «Voto a Dios» de Cervantes, edita en verso 13 el vocativo seor soldado.
43 naranjales E : naranjelas H [El error de H hace sospechar que la lectura correcta sea: naranjeles, forma que, al menos en singular, aún se documenta en el folklore andaluz.
46 puede em. Cobos : pueden E H
47 sazón H : razón E
55 suertes E : maneras H [La lección de H es hipermétrica o fuerza la sinéresis en dia. Parece más verosímil lo primero y que se haya producido una sustitución trivializadora en H. Lo que de nuevo induce a pensar, aunque no prueba, que E no es copia de H
56 para H : pasa E
59 cosquillas] coxquillas H
65 trasañejo em. Cobos : trasanejo E H [La enmienda podría ser asimismo: trasaniejo, ya que ambas formas se documentan en la época.
73 no más de lo que él quiere y entendamos H : om. E // que entendamos em. Cobos : y entendamos H [El error de H puede explicarse como una mala lectura de un que abreviado.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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[1] El poema lo publicó Adolphe Coster (1918: 562-563) a partir de la única fuente de la Coena romana de Vélez, el códice Esp. 263 de la Biblioteca Nacional de Francia, y es uno de los pocos de Herrera que con seguridad pueden fecharse después de 1582, año de publicación de Algunas obras. Los otros dos poemas preliminares fueron publicados dos veces con varia fortuna (Gil 2002: 274, n. 54).
[2] La obra de Vélez pudo estar preparada para su publicación, según inferimos del apunte correspondiente de los registros de los libros presentados para aprobación del Consejo de Castilla que se conservan en el Archivo General de Simancas: “año 1590. Licenciado Pedro Vélez de Guevara, prior y canónigo de Sevilla, curia romana” (Rojo Vega 1994: 154). Es muy probable que “curia” haya sido errónea lectura por “coena”. Hay también en estos registros posibles indicios de otra obra no localizada de Vélez que señaló Nicolás Antonio, Buena Monja, sive instructionem aut institutionem Virginis Deo sacrae (Sevilla: Juan de León, 1587) (Rojo Vega 1994: 151).
[3] Dio a conocer el manuscrito único con dos redacciones del magno poema, amén de otras composiciones latinas del licenciado Pacheco J. F. Alcina (Alcina 1975-1976, 223-243); B. Pozuelo (1993) lo ha editado, traducido y comentado.
[4] Cabe recordar a este respecto que de 1585 data una epístola impresa de Juan de la Cueva en la que sí que hay ataques contra las Anotaciones (Montero 1986), y que la Respuesta de Herrera a Prete Jacopín (alias, como se sabe del Condestable de Castilla don Juan Fernández de Velasco) pudo ser redactada por esas mismas fechas (Montero 1987: 35-37). ¿Habrá, pues, que leer entre líneas la alusión que hace Vélez (vv. 32-35) a los fríos de otras tierras en comparación con los templados inviernos hispalenses?
[5] Una excelente síntesis de la trayectoria del género de la epístola moral, incluyendo la neolatina, ofrecen Alcina y Rico 1993. Un estado de la cuestión más general con perspectivas innovadoras de investigación puede verse en López Bueno, ed. 2000, y en el número monográfico de Canente: revista literaria, 2002.
[6] De Sánchez de las Brozas se conservan tres epístolas a Cristóbal de Tamariz y una a Alonso Pérez. Pueden leerse en ed. 1985: 213-219.
[7] A este respecto, es interesante recordar que los temas de la filosofía natural, como se decía entonces, aparecen con frecuencia como los asuntos propios del varón sabio en la tradición de la epístola moral .
[8] Juan de Robles cuenta en El culto sevillano que cuando le fueron a dar la extremaunción, a la pregunta sacramental de si perdonaba a todos los que le habían injuriado, don Pedro respondió: “Sí, señor, y a V. M. también” (Gómez Camacho 1992: 69). El prior Pedro Vélez tuvo un hijo natural de una mujer soltera, Lucrecia Manrique, que en 1599 vendría a tener unos 20 años (Cobos 1997: 114, p. 123, n. 22).
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