Corpus Caesarianum
Este archivo pdf contiene la edición crítica de las obras de Gayo Julio César (c. 100-44 a. C.): C. Iulii Caesaris Commentarii cum A. Hirtii aliorumque supplementis, rec. Bernard Kübler, Lipsiae: Teubner, 1893. I: Commentarius de bello Gallico. II: 1894 III/1: Commentarius de bello Alexandrino, rec. B. Kübler. Commentarius de bello Africo, rec. E. Wölfflin 1896. III/2: Commentarius de bello Hispaniensi. C. Iulii Caesaris et A. Hirtii fragmenta, 1897.
Luciano Canfora, Julio César. Un dictador democrático [Giulio Cesare. Il dittatore democratico. 1999], trad. X. Garí de Barbará, A. Ares, Barcelona: Ariel, 2000.
Pensamiento Romano 20200413: He recomendado la biografía de César de Luciano Canfora porque trata a los personajes históricos con una penetración psicológica que me recuerda a la gran novela europea, de un Thomas Mann, por ejemplo, a Javier Marías, entre nosotros. Y no porque esta biografía sea una novela histórica o biografía novelada al estilo de Thornton Wilder, Los idus de marzo, trad. M. A. Oyuela, Madrid: Alianza, 1974, y muchas otras. La monografía de Canfora es eminentemente filológica; esa indagación en las motivaciones personales en el desarrollo de aquellos acontecimientos está basada rigurosamente en los textos que forman no solo las obras digamos representativas de la historiografía, sino en aquellas que se nos han conservado fragmentariamente. Así el capítulo en que indaga la tendencia filosófica de César a través de ciertos reproches epistolares de Cicerón a Casio Longino: «¿Epicúreos en revolución?», o la implicación, o más bien responsabilidad, del gran orador en atentado: «¿Cicerón promotor de la conjura?». Y a cada paso, la referencia en los textos en una lectura atenta e interpretación que sugieren tales hipótesis.
La versión española tiene las notas finales, pero la original, en las más cómodas a pie de página. Tiene también muy útiles apéndices, en especial, el glosario de instituciones, por M. Stefania Montecalvo, a través de cuyas entradas se ofrece una idea cabal de las libertades y los límites del poder en el mundo romano. La versión española, que se puede descargar tiene una errata en la formulación del senatus consultum ultimum, en en vez del correcto ne en caueant consules ne...etc. Pero reparar en estos gazapos está al alcance de cualquier estudiante de Filología Clásica de la US. Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
La exposición de la investigación histórica y filológica suele empezar su desarrollo a partir del estudio de un acontecimiento muy conocido, como recurso para familiarizar al lector con una serie de conceptos que se irán desarrollando a lo largo de toda la monografía. Es el caso, por ejemplo, del muy vendido libro de Mary Beard, S.P.Q.R, A History of Ancient Rome. 2015, cuyo primer capítulo se titula «El mejor momento de Cicerón», que no es otro que el de la conjuración de Catilina, y a partir esos acontecimientos va tirando del hilo y remontándose a toda la historia de la antigua Roma.
Algunos testimonios coetáneos sobre Julio César y Cicerón.
Catull. 57:
LVII. Ad Gaium Iulium Caesarem
Pulcre conuenit improbis cinaedis,
Mamurrae pathicoque Caesarique.
nec mirum: maculae pares utrisque,
urbana altera et illa Formiana,
5 impressae resident nec eluentur:
morbosi pariter, gemelli utrique,
uno in lecticulo erudituli ambo,
non hic quam ille magis uorax adulter,
riuales socii puellularum.
10 pulcre conuenit improbis cinaedis.
Catulo, Poemas, 57 (trad. A. Pérez Vega, 2015).
Pulcramente se juntan estos perversos maricones,
Mamurra y César, bardajes.
No es de extrañar: manchas pares en los dos,
romana la una y la otra formiana,
están grabadas en ellos y no se limpiarán,
morbosos al par, gemelos los dos,
en una misma camita instruiditos ambos,
no más voraz adúltero el uno que el otro,
socios rivales de las adolescentes.
Pulcramente se juntan estos perversos maricones.
Catull. 93: XCIII. ad Gaium Iulium Caesarem
Nil nimium studeo, Caesar, tibi uelle placere,
nec scire utrum sis albus an ater homo.
Catulo, Poemas, 93: Nada en demasía me afano, César, por querer gustarte, ni por saber si eres un hombre blanco o negro.
Cic. Att. 7.11.1-2 [In Formiano X Kal. Febr. 49]: Quaeso, quid est hoc? aut quid agitur? Mihi enim tenebrae sunt. ‘Cingulum’ inquit ‘nos tenemus, Anconem amisimus; Labienus discessit a Caesare’. Vtrum de imperatore populi Romani an de Hannibale loquimur? O hominem amentem et miserum, qui ne umbram quidem umquam τοῦ καλοῦ uiderit! Atque haec ait omnia facere se dignitatis causa. Vbi est autem dignitas nisi ubi honestas? Honestum igitur habere exercitum nullo publico consilio, occupare urbis ciuium quo facilior sit aditus ad patriam, χρεῶν ἀποκοπάς, φυγάδων καθόδους, sescenta alia scelera moliri, ‘τὴν θεῶν μεγίστην ὥστ’ ἔχειν τυραννίδα’?
Cicerón, Cartas a Ático, VII 11, 1-2 (Formias, 23 de enero del 49 a. C.): Por favor, ¿qué es esto?, ¿qué esta pasando? Sí, estoy en tinieblas. “Nosotros —dice— ocupamos Cíngulo; hemos perdido Ancona; Labieno abandona el bando de César”. ¿Hablamos de un general del pueblo romano o de Aníbal? ¡Oh, qué hombre trastornado y desgraciado, que no ha visto jamás ni siquiera la sombra de la decencia! Y dice que hace todas estas cosas por su dignidad. ¿Dónde está la dignidad sino en la honradez? ¿Conque es honroso tener un ejército sin una disposición oficial del pueblo, ocupar las poblaciones de los ciudadanos para tener más fácil acceso hacia la patria, la abolición de deudas, la amnistía general, tramar otros miles de crímenes, “para lograr a la mayor de las divinidades, el poder absoluto”?
Comiezo de Los comentarios de la guerra civil.
Caes. B. C., 1.1. Litteris C. Caesaris consulibus redditis aegre ab his impetratum est summa tribunorum plebis contentione ut in senatu recitarentur; ut uero ex litteris ad senatum referretur impetrari non potuit. (2) Referunt consules de re publica infinite. L. Lentulus consul senatu reique publicae se non defuturum pollicetur si audacter ac fortiter sententias dicere uelint; (3) sin Caesarem respiciant atque eius gratiam sequantur, ut superioribus fecerint temporibus, se sibi consilium capturum neque senatus auctoritati obtemperaturum; habere se quoque ad Caesaris gratiam atque amicitiam receptum. (4) In eandem sententiam loquitur Scipio: Pompeio esse in animo rei publicae non deesse si senatus sequatur; si cunctetur atque agat lenius nequiquam eius auxilium, si postea uelit, senatum imploraturum.
- 1. Entregada la carta de Gayo César[1] a los cónsules[2], a duras penas se consiguió de ellos gracias al decidido empeño de los tribunos[3] de la plebe que se leyera en el senado; pero que su contenido se incluyera en el orden del día[4], no pudo conseguirse. (2) Los cónsules abren el debate sobre la situación de la república en general. El cónsul Lucio Léntulo promete no desamparar al senado y la república siempre que se decidan a expresar su parecer con audacia y entereza. (3) Pero si están pendientes de César y buscan su favor, como hicieron en ocasiones anteriores, él tomará una decisión por su cuenta y no se someterá a la autoridad del senado; él también tenía acogida en el favor y amistad de César. (4) En el mismo parecer se expresa Escipión[5], diciendo que Pompeyo estaba resuelto a no abandonar a la república si el senado le secunda[6]; si se vacila y se actúa con demasiadas contemplaciones, en vano el senado implorará su ayuda si después se lo pidiera.
- 2. Haec Scipionis oratio, quod senatus in urbe habebatur Pompeiusque aberat, ex ipsius ore Pompei mitti uidebatur. (2) Dixerat aliquis leniorem sententiam, ut primo M. Marcellus, ingressus in eam orationem: non oportere ante de ea re ad senatum referri quam dilectus tota Italia habiti et exercitus conscripti essent, quo praesidio tuto et libere senatus quae uellet decernere auderet; (3) ut M. Calidius, qui censebat ut Pompeius in suas prouincias proficisceretur ne quae esset armorum causa; timere Caesarem, ereptis ab eo duabus legionibus, ne ad eius periculum reseruare et retinere eas ad urbem Pompeius uideretur; ut M. Rufus, qui sententiam Calidi paucis fere mutatis uerbis sequebatur. (4) Hi omnes conuicio L. Lentuli consulis correpti exagitabantur. (5) Lentulus sententiam Calidi pronuntiaturum se omnino negauit. Marcellus perterritus conuiciis a sua sententia discessit. (6) Sic uocibus consulis, terrore praesentis exercitus, minis amicorum Pompei plerique compulsi, inuiti et coacti Scipionis sententiam sequuntur: uti ante certam diem Caesar exercitum dimittat; si non faciat eum aduersus rem publicam facturum uideri. (7) Intercedit M. Antonius, Q. Cassius tribuni plebis. Refertur confestim de intercessione tribunorum. (8) Dicuntur sententiae graues; ut quisque acerbissime crudelissimeque dixit, ita quam maxime ab inimicis Caesaris conlaudatur.
- 2. Este discurso de Escipión, porque la sesión del senado se celebraba dentro de la ciudad y Pompeyo estaba ausente[7], parecía salir de la boca del propio Pompeyo. (2) Alguno había expresado una opinión más condescendiente, como, en un principio, Marco Marcelo, abordando el argumento de que no era conveniente debatir en sesión este asunto hasta que por toda Italia no se hubiesen llevado a cabo levas y alistado ejércitos con cuya protección el senado tuviera la iniciativa de decidir segura y libremente lo que quisiese. (3) Como Marco Calidio, quien opinaba que Pompeyo marchase a sus provincias[8] para que no existiese pretexto de guerras, pues César temía que, al habérsele sustraído dos legiones, pareciera que para peligro suyo Pompeyo las reservaba y las retenía junto a la ciudad. Como Marco Rufo, quien seguía la opinión de Calidio con apenas pocas diferencias. (4) Todos éstos eran desconcertados por los gritos del cónsul Léntulo. (5) Léntulo se negó rotundamente a someter a votación la propuesta de Calidio. Marcelo, intimidado por sus improperios, retiró la suya. (6) De esta manera, los más, impelidos por las voces del cónsul, el miedo al ejército a las puertas y las amenazas de los amigos de Pompeyo, de mala gana y a la fuerza secundan la propuesta de Escipión: que en el plazo[9] determinado César licencie su ejército; si no lo hace, se juzgará que actúa contra la república. (7) Ponen veto los tribunos de la plebe Marco Antonio y Quinto Casio. De inmediato se abre debate sobre el veto de los tribunos. (8) Se exponen opiniones muy duras. Cuanto con mayor acritud y crueldad se expresa cada cual, tanto más los aplauden los enemigos de César.
- 3. Misso ad uesperum senatu omnes qui sunt eius ordinis a Pompeio euocantur. Laudat promptos Pompeius atque in posterum confirmat, segniores castigat atque incitat. (2) Multi undique ex ueteribus Pompei exercitibus spe praemiorum atque ordinum euocantur, multi ex duabus legionibus quae sunt traditae a Caesare arcessuntur. (3) Conpletur urbs et ipsum comitium tribunis centurionibus euocatis. (4) Omnes amici consulum, necessarii Pompei atque ii, qui ueteres inimicitias cum Caesare gerebant, in senatum coguntur; (5) quorum uocibus et concursu terrentur infirmiores, dubii confirmantur, plerisque uero libere decernendi potestas eripitur. (6) Pollicetur L. Piso censor sese iturum ad Caesarem item L. Roscius praetor qui de his rebus eum doceant; sex dies ad eam rem conficiendam spatii postulant. (7) Dicuntur etiam ab nonnullis sententiae ut legati ad Caesarem mittantur qui uoluntatem senatus ei proponant.
- 3. Levantada la sesión al anochecer, fueron convocados por Pompeyo todos los que son de este orden[10]. Felicita a los decididos y los anima para el futuro, recrimina e incita a los algo remisos. (2) De todas partes muchos de los veteranos ejércitos de Pompeyo se reenganchan con la esperanza de recompensas y ascensos. Se hace venir a muchos de las dos legiones entregadas por César[11]. (3) La ciudad, la cuesta del Capitolio, el comicio rebosan de tribunos[12], centuriones, reenganchados. (4) Todos los amigos de los cónsules, los allegados de Pompeyo y los que mantenían viejas enemistades con César se reúnen en el senado. (5) Con sus voces y concurrencia intimidan a los más vacilantes, alientan a los indecisos, pero a los más se les quita la posibilidad de decidir libremente[13]. (6) El censor Lucio Pisón se ofrece para ir a presencia de César, lo mismo el pretor Lucio Roscio, para informarle de estas medidas; piden seis días de plazo para realizar este cometido. (7) También algunos manifestaron su opinión de que se envíen emisarios oficiales a César para exponerle la voluntad del senado.
- 4. Omnibus his resistitur omnibusque oratio consulis, Scipionis, Catonis opponitur. Catonem ueteres inimicitiae Caesaris incitant et dolor repulsae. (2) Lentulus aeris alieni magnitudine et spe exercitus ac prouinciarum et regum appellandorum largitionibus mouetur, seque alterum fore Sullam inter suos gloriatur ad quem summa imperii redeat. (3) Scipionem eadem spes prouinciae atque exercituum impellit quos se pro necessitudine partiturum cum Pompeio arbitratur, simul iudiciorum metus atque ostentatio sui et adulatio potentium, qui in re publica iudiciisque tum plurimum pollebant. (4) Ipse Pompeius, ab inimicis Caesaris incitatus et quod neminem dignitate secum exaequari uolebat, totum se ab eius amicitia auerterat et cum communibus inimicis in gratiam redierat, quorum ipse maximam partem illo adfinitatis tempore iniunxerat Caesari. (5) Simul infamia duarum legionum permotus quas ab itinere Asiae Syriaeque ad suam potentiam dominatumque conuerterat, rem ad arma deduci studebat.
- 4. Todas estas propuestas encuentran resistencia, y a todas se oponen los discursos del cónsul, de Escipión y de Catón. A Catón lo incitan su inveterada enemistad y el resentimiento por su fracaso[14]. (2) A Léntulo lo arrastraban la magnitud de sus deudas y la perspectiva de un ejército y provincias y los regalos de quienes iban a deberle sus reinos, y se jactaba entre los suyos de que él sería un segundo Sila a quien volvería el poder supremo[15]. (3) A Escipión le impulsaba las mismas expectivas de provincia y ejércitos, que pensaba compartir con Pompeyo por su parentesco, y al mismo tiempo el miedo a los juicios, su deseo de ostentación y la adulación de los poderosos, que tenían por entonces el mayor poder en las instituciones y en los tribunales. (4) El mismo Pompeyo, inducido por los enemigos de César, y porque no quería que nadie se le equiparara en dignidad[16], se había apartado por entero de su amistad[17] y había vuelto a las buenas relaciones con los enemigos comunes, la mayor parte de los cuales él mismo se los había endosado a César en la época de su parentesco[18]; (5) al mismo tiempo movido por el descrédito de las dos legiones que había hecho volver de su destino de Asia y Siria para su propio valimiento y poderío, estaba interesado en que la situación llegase a las armas.
- 5. His de causis aguntur omnia raptim atque turbate. Nec docendi Caesaris propinquis eius spatium datur nec tribunis plebis sui periculi deprecandi neque etiam extremi iuris intercessione retinendi, quod L. Sulla reliquerat, facultas tribuitur, (2) sed de sua salute septimo die cogitare coguntur, quod illi turbulentissimi superioribus temporibus tribuni plebis post octo denique menses uariarum actionum respicere ac timere consuerant. (3) Decurritur ad illud extremum atque ultimum senatus consultum quo nisi paene in ipso urbis incendio atque in desperatione omnium salutis latorum audacia numquam ante descensum est: dent operam consules praetores tribuni plebis quique pro consulibus sunt ad urbem nequid res publica detrimenti capiat. (4) Haec senatus consulto perscribuntur a. d. vii id. Ian. Itaque quinque primis diebus quibus haberi senatus potuit, qua ex die consulatum iniit Lentulus, biduo excepto comitiali et de imperio Caesaris et de amplissimis uiris, tribunis plebis, grauissime acerbissimeque decernitur. (5) Profugiunt statim ex urbe tribuni plebis seseque ad Caesarem conferunt. Is eo tempore erat Rauennae exspectabatque suis lenissimis postulatis responsa, siqua hominum aequitate res ad otium deduci posset.
- 5. Por estos motivos todas las cosas se hacen arrebatada y confusamente. Y no se da lugar a los allegados de César para informarle, ni a los tribunos de la plebe se concede la facultad de conjurar su propio riesgo, ni incluso de mantener mediante el veto el último de sus derechos, que Lucio Sila les había respetado[19], (2) sino que al séptimo[20] día se ven obligados a pensar en su salvación, lo cual aquellos tribunos de la plebe en tiempos anteriores, los más subversivos, solían precaver y temer solamente a los ocho meses de variadas actividades. (3) Se recurre a aquel decreto del senado extremo y terminante, al cual nunca anteriormente se apeló con motivo de la audacia de los promotores de leyes sino poco más o menos en el incendio de la ciudad o en la desesperación de la seguridad de todos: pongan empeño los cónsules, pretores, tribunos de la plebe, cuantos procónsules están a las puertas de la ciudad, para que no sufra daño la república[21]. (4) Estas cosas se ordenan por medio de un decreto del senado, el día séptimo antes de las idus de enero. Así pues, en los cinco primeros días en los cuales pudo celebrarse sesión del senado, exceptuando los dos de las elecciones, desde el día en que inició Léntulo su consulado, se decretan severa y rigurosamente sobre los poderes militares de César y sobre los tribunos de la plebe, hombres muy meritorios. (5) Huyen de inmediato de la ciudad los tribunos de la plebe y se reúnen junto a César. Éste estaba en aquel momento en Ravena y aguardaba respuestas a sus moderadísimas peticiones, por si con alguna ecuanimidad de las personas pudiera desembocarse en un acuerdo pacífico.
Suetonio, Vida de Julio César, 80-82: Subscripsere quidam Luci Bruti statuae: ‘Vtinam uiueres!’ item ipsius Caesaris:
Brutus, quia reges eiecit, consul primus factus est:
Hic, quia consules eiecit, rex postremo factus est.
Conspiratum est in eum a sexaginta amplius, Gaio Cassio Marcoque et Decimo Bruto principibus conspirationis. Qui primum cunctati utrumne in Campo per comitia tribus ad suffragia uocantem partibus diuisis e ponte deicerent atque exceptum trucidarent, an in Sacra uia uel in aditu theatri adorirentur, postquam senatus Idibus Martiis in Pompei curiam edictus est, facile tempus et locum praetulerunt. Sed Caesari futura caedes euidentibus prodigiis denuntiata est. [...] Et immolantem haruspex Spurinna monuit: caueret periculum, quod non ultra Martias Idus proferretur. Pridie autem easdem Idus auem regaliolum cum laureo ramulo Pompeianae curiae se inferentem uolucres uarii generis ex proximo nemore persecutae ibidem discerpserunt. [...] Ob haec simul et ob infirmam ualitudinem diu cunctatus an se contineret et quae apud senatum proposuerat agere differret, tandem Decimo Bruto adhortante, ne frequentis ac iam dudum opperientis destitueret, quinta fere hora progressus est libellumque insidiarum indicem ab obuio quodam porrectum libellis ceteris, quos sinistra manu tenebat, quasi mox lecturus commiscuit. Dein pluribus hostiis caesis, cum litare non posset, introiit curiam spreta religione Spurinnamque irridens et ut falsum arguens, quod sine ulla sua noxa Idus Martiae adessent: quanquam is uenisse quidem eas diceret, sed non praeterisse. Assidentem conspirati specie officii circumsteterunt, ilicoque Cimber Tillius, qui primas partes susceperat, quasi aliquid rogaturus propius accessit renuentique et gestu in aliud tempus differenti ab utroque umero togam adprehendit; deinde clamantem ‘Ista quidem uis est!’ alter e Cascis auersum uulnerat paulum infra iugulum. Caesar Cascae brachium arreptum graphio traiecit conatusque prosilire alio uulnere tardatus est; utque animaduertit undique se strictis pugionibus peti, toga caput obuoluit, simul sinistra manu sinum ad ima crura deduxit, quo honestius caderet etiam inferiore corporis parte uelata. Atque ita tribus et uiginti plagis confossus est, uno modo ad primum ictum gemitu sine uoce edito, etsi tradiderunt quidam Marco Bruto irruenti dixisse ‘Καὶ σύ τέκνον;’. Exanimis diffugientibus cunctis aliquamdiu iacuit, donec lecticae impositum, dependente brachio, tres seruoli domum rettulerunt. Nec in tot uulneribus, ut Antistius medicus existimabat, letale ullum repertum est, nisi quod secundo loco in pectore acceperat. Fuerat animus coniuratis corpus occisi in Tiberim trahere, bona publicare, acta rescindere, sed metu Marci Antoni consulis et magistri equitum Lepidi destiterunt.
Suetonio, Vida de Julio César, 80-82: Algunos escribieron debajo de la estatua de Lucio Bruto: “¡Ojalá vivieras!” Y en la del mismo César: “A Bruto, porque expulsó a los reyes, lo hicieron primer cónsul. A este, porque expulsó a los cónsules, por fin lo han hecho rey.” En la conspiración contra él había más de sesenta, siendo sus cabecillas Gayo Casio junto con Marco y Décimo Bruto. Estuvieron dudando primero si hacerlo en el Campo de Marte durante las elecciones, divididos en dos grupos, uno para tirarlo del puente cuando llamase a las tribus a la votación y otro para degollarlo cuando lo hubiesen atrapado, o mejor atacarlo en la vía Sacra o a la entrada del teatro, pero después de que se convocase una reunión del senado para las idus de marzo en la curia de Pompeyo, prefirieron sin dudas esa ocasión y lugar. Con todo, a César prodigios manifiestos le presagiaron su próxima muerte. [...] Además, cuando ofrecía un sacrificio, le advirtió el arúspice Espurina que se guardara de un peligro que no pasaría más allá de las idus de marzo. El día antes de las mismas idus unos pájaros de diferentes especies salidos de un bosque cercano se lanzaron en persecución de un reyezuelo que con una ramita de laurel se metía en la curia de Pompeyo y allí mismo lo despedazaron. [...] A causa de estos presagios y también por sentirse indispuesto, estuvo dudando un rato si quedarse en casa y aplazar los asuntos que se había propuesto tratar con el senado; al final, instándole Décimo Bruto a que no decepcionase a los senadores que en gran número y desde hacía ya tiempo lo estaban esperando, salió a eso de la hora quinta. De camino, un desconocido le entregó un documento que delataba la conjura, pero lo juntó con los otros papeles que llevaba en la mano izquierda, como para leerlo más tarde. Luego, después de haber inmolado muchas víctimas sin haber obtenido auspicios favorables, penetró en la curia desdeñando los escrúpulos religiosos y burlándose de Espurina al que incluso acusó de impostor porque habían llegado las idus de marzo sin acarrearle ningún infortunio, pero aquel contestó que en efecto esa fecha había llegado pero no había pasado. Al tomar asiento, los conjurados lo rodearon so capa de ofrecerle sus respetos, y al punto Tulio Címber, que se había reservado el papel protagonista, se le acercó aún más como si fuera a pedirle algo, y al rechazarlo e indicarle con un gesto que lo dejase para otro momento, lo cogió de la toga por los hombros. De seguida, al exclamar: “¡Esto es un acto de violencia!”, uno de los dos Cascas lo hirió por la espalda un poco más abajo del cuello. César lo agarró por el brazo y se lo atravesó con el estilete, e intentó escapar pero otra herida lo obligó a detenerse; y al darse cuenta de que por todas partes se blandían puñales contra él, se cubrió la cabeza con la toga y al mismo tiempo con la izquierda extendió sus pliegues hasta abajo de las piernas para caer con más dignidad al quedar cubierta la parte inferior de su cuerpo. Y así pereció atravesado por veintitrés puñaladas, habiendo lanzado un solo gemido al primer golpe pero sin proferir palabra, aunque algunos autores afirman que, al lanzarse Marco Bruto contra él, había dicho: “¿También tú, hijo?”. Todos se dieron a la fuga y él permaneció tendido sin vida durante un tiempo, hasta que tres sirvientes lo pusieron en una litera y, con el brazo colgando, se lo llevaron a su casa. A pesar de tantas heridas, según consideraba el médico Antistio, ninguna fue mortal de necesidad salvo la segunda que había recibido en el pecho. Había sido intención de los conjurados arrojar al Tíber el cuerpo de César una vez muerto, confiscar sus bienes y anular sus disposiciones, pero desistieron por miedo al cónsul Marco Antonio y a Lépido, jefe de la caballería. [15 de marzo del año del consulado de Gayo Julio por quinta vez y de Marco Antonio, 44 a. C.]
Plut. Brut., 35.4: Καίσαρα ἔκτειναν, οὐκ αὐτὸν ἄγοντα καὶ φέροντα πάντας ἀνθρώπους, ἀλλ’ἑτέρων δύναμιν ὄντα ταῦτα πρασσόντων.
Plutarco, Vida de M. Bruto, XXXV 4: Mataron a César, no porque él vejase y maltratase a todos los hombres, sino porque bajo su poder otros ejecutaban estas acciones.
Sabino Perea Yébenes, «El papel de los gladiadores en la trama criminal de los idus de marzo del 44 a.C. según la βίος Καίσαρος de Nicolás de Damasco», Gerión, 30, 2012, pp. 169-184.
Liv. frag. 61 (apud Sen., Suas. 6.17): M. Cicero sub aduentum triumuirorum urbe cesserat, pro certo habens —id quod erat— non magis Antonio eripi se quam Caesari Cassium et Brutum posse; primo in Tusculanum fugerat, inde transuersis itineribus in Formianum ut ab Caieta nauem conscensurus proficiscitur. Vnde aliquotiens in altum prouectum cum modo uenti aduersi rettulissent, modo ipse iactationem nauis caeco uoluente fluctu pati non posset, taedium tandem eum et fugae et uitae cepit regressusque ad superiorem uillam, quae paulo plus mille passibus a mari abest, ‘moriar’ inquit ‘in patria saepe seruata.’ Satis constat seruos fortiter fideliterque paratos fuisse ad dimicandum; ipsum deponi lecticam et quietos pati, quod sors iniqua cogeret, iussisse. Prominenti ex lectica praebentique inmotam ceruicem caput praecisum est. Nec id satis stolidae crudelitati militum fuit: manus quoque scripsisse aliquid in Antonium exprobrantes praeciderunt. Ita relatum caput ad Antonium iussuque eius inter duas manus in rostris positum, ubi ille consul, ubi saepe consularis, ubi eo ipso anno aduersus Antonium, quanta nulla umquam humana uox, cum admiratione eloquentiae auditus fuerat; uix attollentes lacrimis oculos humentes intueri truncata membra ciues poterant.
Fragmento 61 de Tito Livio, Historia de Roma, CXX, en Séneca, Suasoria 6.17: Marco Cicerón había dejado Roma poco antes de la llegada de los triúnviros, sabedor, como así era, de no tener más posibilidad de escapar de Antonio que Casio y Bruto de César Octaviano; en un primer momento había huido a su finca de Túsculo, de allí, por rutas desviadas, marchó a la de Formias para embarcar en Gaeta. Desde allí, tras salir varias veces a alta mar, bien porque los vientos contrarios lo volvían a la costa o por no poder soportar el balanceo de la nave sacudida por el oleaje sin rumbo, le invadió finalmente el hastío de la huida y de la vida, y regresó a su finca más cercana que dista del mar poca más de una milla, diciendo: «Moriré en mi patria tantas veces por mí salvada». Es sabido que sus siervos estaban dispuestos a luchar con valor y lealtad; él mismo les ordenó que parasen la litera en el suelo y aguantasen quietos lo que la injusta fortuna les deparaba. Se asomó fuera de la litera para presentar sin el menor temblor su cuello y le cortaron la cabeza. Y no fue esto bastante para la estúpida crueldad de los soldados. Le cortaron también sus manos, reprochándole que había escrito contra Antonio. De este modo a Antonio le fue llevada la cabeza y por mandato de este fue colocada entre las dos manos en la tribuna de los Rostros, donde siendo cónsul, donde muchas veces como consular, donde en ese mismo año contra Antonio, había sido escuchado con una admiración por su elocuencia como jamás fue escuchada ninguna voz humana; allí sus conciudadanos podían contemplar sus miembros mutilados a duras penas levantando los ojos anegados por las lágrimas. [7 de diciembre del año del consulado de Aulo Hircio y Gayo Pansa, 43 a. C., muertos en la misma batalla, año del nacimiento de Ovidio, Tristia 4.10.6].
Liv. frag. 61 (apud Sen., Suas. 6.22): Ciceroni hoc, ut Graeco uerbo utar, ἐπιτάφιον Livius reddit: ‘Vixit tres et sexaginta annos, ut, si uis afuisset, ne inmatura quidem mors uideri possit. Ingenium et operibus et praemiis operum felix, ipse fortunae diu prosperae, sed in longo tenore felicitatis magnis interim ictus uulneribus —exilio, ruina partium, pro quibus steterat, filiae morte, exitu tam tristi atque acerbo—, omnium aduersorum nihil ut uiro dignum erat tulit praeter mortem, quae uere aestimanti minus indigna uideri potuit, quod a uictore inimico <nihil> crudelius passus erat quam quod eiusdem fortunae conpos ipse uicto fecisset. Si quis tamen uirtutibus uitia pensarit, uir magnus ac memorabilis fuit et in cuius laudes exequendas Cicerone laudatore opus fuerit’. Vt est natura candidissimus omnium magnorum ingeniorum aestimator T. Livius, plenissimum Ciceroni testimonium reddidit.
Fragmento 61 de Tito Livio, Historia de Roma, CXX, en Séneca, Suasoria 6.22: A Cicerón le dedicó Livio el siguiente, digámoslo en griego, epitafio: “Vivió sesenta y tres años, de modo que, si no hubiera sido víctima de la violencia, tampoco su muerte parecería prematura. Su talento fue fecundo en obras y en premios a sus obras, su persona gozó por mucho tiempo de buena fortuna, pero en su dilatada trayectoria de felicidad, de vez en cuando fue golpeado por tremendas heridas —el destierro, la ruina del partido político que había apoyado, la muerte de su hija, tan triste, amarga y prematura. Ninguna de las adversidades de toda su vida logró sobrellevar como era digno de un hombre excepto la muerte, la cual, para quien verdaderamente la considerase, pudo parecer menos inmerecida, puesto que él no sufrió de su enemigo vencedor ninguna crueldad mayor que la que él habría infligido al vencido de haber sido dueño de la misma suerte. Sin embargo, si uno sopesara sus defectos con sus virtudes, fue un gran hombre digno de recuerdo y para entonar sus cumplidas alabanzas se habría necesitado al propio Cicerón como panegirista”. Tito Livio, según era de natural un admirador sincero de todos los grandes ingenios, dedicó a Cicerón este testimonio tan cabal.
Epigrama «Cicero und Demosthenes» (1790), de Gottlieb Konrad Pfeffel (1736-1809).
Wenn Cicero von der Tribüne stieg,
Rief alles Volk entzückt: Kein Sterblicher spricht schöner.
Entstieg ihr Demosthen, so riefen die Athener:
Krieg gegen Philipp, Krieg!
(Cuando Cicerón baja de la tribuna, el pueblo exclama embelesado: Ningún mortal habla más bellamente. Cuando baja Demóstenes, así claman los atenienses: ¡Guerra contra Filipo, guerra!).
El viejo estadista [Cicerón] 181-196, 186 fue causa de la más irracional de las guerra civiles (pp. 153-196) Ronald Syme, La revolución romana, trad. Antonio Blanco Freijeiro, Madrid: Taurus, 1989. p. 194: En noviembre Ático animaba a su amigo a dedicarse a escribir historia. Cicerón seguía obstinado y esperanzado en hacerla. Att.16.13b.2.
- p. 195, n. 44: Polión en Sen. Suassoriae, 6.24: Maiore enim simultates adpetebat animo quam gerebat (tenía más coraje para buscarse enemistades personales que para afrontarlas).
Verg. Aen. 8.671-681:
Haec inter tumidi late maris ibat imago
aurea, sed fluctu spumabant caerula cano,
et circum argento clari delphines in orbem
aequora uerrebant caudis aestumque secabant.
675 In medio classis aeratas, Actia bella,
cernere erat, totumque instructo Marte uideres
feruere Leucaten auroque effulgere fluctus.
hinc Augustus agens Italos in proelia Caesar
cum patribus populoque, penatibus et magnis dis,
680 stans celsa in puppi, geminas cui tempora flammas
laeta uomunt patriumque aperitur uertice sidus.
Virgilio, Eneida VIII 671-681: Entre estas se extendía la imagen del hinchado mar, cuyas olas de oro se coronaban de blanca espuma; surcábanle en derredor delfines de plata, formando raudos giros y batiéndole con sus colas. En medio se podría ver dos escuadras de ferradas proas y la batalla de Actium; toda la costa de Leucate hervía con los arreos de Marte que refulgía en olas de oro. De un lado se ve a César Augusto, de pie en la más alta popa, capitaneando a los Ítalos, con los senadores y el pueblo, los penates y los grandes dioses; de cuyas fúlgidas sienes brotan dos llamas y sobre su cabeza centellea la estrella de su padre.
Theodor Mommsen, Römische Geschichte, trad. Wenceslao Roces Suárez (Soto de Agues, 3 de febrero de 1897 - México 28 de marzo de 1992).
En estas condiciones, no era extraño que el escritor político que estimaba en algo su reputación rehuyese en sus publicaciones una forma desacreditada, para que nadie pudiese pensar que las palabras escritas por él habían sido pronunciadas desde la tribuna a la multitud reunida en el Foro de Roma. La literatura oratoria pierde, pues, en esta época su antigua importancia política y literaria, al igual que todas las ramas de la literatura alimentadas directamente por la savia de la vida nacional; en cambio, surge una rama literaria nueva y muy singular: la de los discursos forenses. Hasta ahora, no se sospechaba siquiera que los informes de los abogados pudieran destinarse, no sólo a los jueces y a las partes interesadas, sino también al resto de los ciudadanos y a la posteridad, para su edificación y recreo literario. Antes, ningún abogado recogía por escrito y publicaba sus oraciones forenses, a menos que fuesen al mismo tiempo discursos políticos y se prestasen por este motivo para hacer una labor de propaganda partidista, y, aun así, tampoco era frecuente que los diesen a la publicidad. El mismo Quinto Hortensio (114-50), el más célebre de los abogados romanos al comienzo de este período, publicó muy pocos discursos, todos los cuales eran, a lo que parece, piezas oratorias animadas por una intención política más o menos marcada.
El primer abogado en quien se hermanan las personalidades de escritor y orador forense es el que sucede a Hortensio como la primera luminaria del foro romano, Marco Tulio Cicerón (106-43). Cicerón publica sus alegatos de un modo regular, aunque no guarden relación alguna con los temas políticos o sólo los rocen muy de lejos.
Esto no debe considerarse como un progreso, sino como un signo de degeneración y decadencia. En Atenas, la aparición de los discursos forenses no políticos entre los géneros literarios se considera certeramente como un síntoma patológico, y en Roma lo era doblemente, pues aquí este aborto no surge como en Atenas bajo el imperio en cierto modo inevitable de una vida retórica desbordada, sino que se copia del extranjero por un impulso espontáneo y en contradicción con las mejores tradiciones nacionales.
Sin embargo, este nuevo género literario adquirió pronto gran predicamento, de una parte porque se asemejaba en muchos respectos a los antiguos discursos políticos y hasta cierto punto venía a suplirlos, y de otra parte porque el temperamento poco poético, discutidor y retorizante de los romanos brindaba terreno propicio a la nueva simiente; no en vano los discursos forenses siguen cotizándose hoy más o menos en la vida pública de Italia, donde existe incluso una especie de literatura procesal. Fue, pues, Cicerón quien dio carta de ciudadanía en el mundo literario romano a la composición de discursos escritos, al margen de la política.
El nombre de este hombre multifacético ha aparecido ya repetidas veces en las páginas de nuestra historia. Este político sin concepciones, emociones, ni intenciones figuró sucesivamente en la lucha de los partidos como demócrata, como aristócrata y como instrumento de la monarquía y jamás fue, bajo estos distintos ropajes, más que un hombre egoístamente miope. Cuando parece que se decide a actuar, es casi siempre para afrontar problemas que están ya resueltos: así interviene, por ejemplo, en el proceso de Verres contra los fallos senatoriales cuando ya se había dado de lado a éstos; guarda silencio en el debate sobre la ley Gabinia y se convierte en campeón de la ley Manilia; truena contra Catilina cuando estaba ya decidido alejarle del mando, y así sucesivamente. Sentíase muy valiente cuando se trataba de repeler ataques simulados o de derribar estrepitosamente murallas de cartón. Jamás fue capaz de decidir ni para bien ni para mal una causa importante, y en lo que se refiere sobre todo a la ejecución de los catilinarios, su papel consistió más en dejar hacer que en actuar por sí mismo.
Desde el punto de vista literario, ya hemos dicho que fue el creador de la nueva prosa latina; su estilo es el pedestal de su importancia histórica y sólo como estilista se siente firme y seguro de sí. En cambio, como escritor no raya a más altura que como político. Sus dotes literarias ejerciéronse en las más variadas empresas: cantó en interminables hexámetros las grandes hazañas de Mario y las pequeñas hazañas suyas, rivalizó en sus discursos con Demóstenes y en sus diálogos filosóficos con Platón, y si no emuló también las glorias dc Tucídides fue, seguramente, por falta de tiempo*. En realidad, le daba igual cultivar un campo que otro, pues en todos era lo mismo: un chapucero. Tenía un temperamento de periodista en el peor sentido de la palabra, riquísimo en palabras como él mismo nos dice, pero inconcebiblemente pobre en ideas, y pocas disciplinas habría en que, con ayuda de unos pocos libros, no fuese capaz de componer, de prisa y corriendo, con las artes del traductor o del compilador, un ensayo legible.
* Ronald Syme dice que Cicerón prefirió hacer historia a escribirla.
Donde con mayor fidelidad se retrata este hombre es en sus cartas. Suele decirse que sus epístolas son interesantes e ingeniosas, y lo son realmente cuando reflejan la vida de Roma o la existencia placentera que los romanos de alta alcurnia llevaban en sus villas; pero allí donde el escritor tiene que atenerse a sus propios recursos, como en el exilio, en Cilicia o después de la batalla de Farsalia, sus cartas se tornan grises y áridas como el alma de un escritor de folletones a quien se arranca de su ambiente. Huelga decir que, considerado como hombre, este político y este literato no podía ser otra cosa que la superficialidad y el egoísmo en persona, recubiertos con un brillante y delgado barniz.
¿Hace falta que describamos al orador? El gran escritor es siempre un gran hombre; al gran orador se le desbordan de la más profundo del pecho la pasión y la convicción con más claridad y más ardor que a los muchos que pasan por tales y no lo son. Pero Cicerón no era hombre de pasiones ni de convicciones; era, sencillamente, un abogado, y no de los mejores. Sabía exponer las cosas salpicándolas de anécdotas, conmover, ya que no el sentimiento, el sentimentalismo de quienes le escuchaban y amenizar la aridez del foro con frases ingeniosas o con chistes que tenían casi siempre un sabor personal. Sus mejores discursos, aunque no tengan, ni con mucho, ese encanto espontáneo y esa fuerza certera que tienen las mejores composiciones de su clase, por ejemplo las memorias de un Beaumarchais, son indudablemente fáciles y agradables de leer. Pero si ya aquellos méritos que dejamos señalados tenían que parecerle por fuerza muy dudosos a cualquier juez serio, la carencia absoluta de sentido político de que hacen gala sus discursos sobre temas de derecho público y la endeblez de su argumentación jurídica en los informes procesales, su egoísmo impenitente, que perdía siempre de vista el problema debatido para hacer brillar solamente el virtuosismo del abogado y el vacío aterrador que produce en sus disertaciones la ausencia de ideas, no podían por menos de sublevar a cualquier lector de los discursos ciceronianos que tuviese un poco de corazón y de inteligencia.
Si algo admira aquí no son precisamente los discursos, sino la admiración con que el público los acogía. El juzgar a Cicerón es fácil para quien contemple a esta figura con discernimiento e imparcialidad; en cambio, el ciceronismo constituye un problema que, más que resolverse, sólo puede explicarse a la luz del mayor de los misterios de la naturaleza humana: el misterio del lenguaje y de la acción que ejerce sobre el espíritu.
Antes de perecer como idioma nacional, la noble lengua latina fue resumida en cierto modo, por última vez, y plasmada en sus prolijos escritos por este hábil estilista, y esto hizo que se transmitiese al indigno vaso en que se recogió tan preciosa esencia algo de la fuerza que irradia del lenguaje y de la emoción que éste despierta. Roma no tenía ningún gran prosista latino, pues César, como Napoleón, sólo era escritor a ratos y por añadidura. ¿Tiene algo de extraño que, a falta de escritores, se rindiese culto al genio de la lengua en el gran estilista? ¿Puede sorprendernos que, en estas circunstancias, los lectores se acostumbrasen a preguntarse, como el propio Cicerón, no lo que escribía, sino cómo escribía? La práctica y la habilidad del maestro de escuela se encargaron coronar el milagro realizado por el poder misterioso del lenguaje. Por lo demás, los contemporáneos de Cicerón, como fácilmente se comprende, no se dejaron arrastrar por el fetichismo ciceroniano con tanta fuerza como muchas de las gentes que habían de rendirle culto en la posteridad. El estilo de Cicerón pudo dominar el foro romano durante una generación entera, como antes lo había dominado el estilo, mucho peor aún, de un Hortensio; pero los hombres más importantes de aquel tiempo, por ejemplo César, mantuviéronse siempre alejados de él y los talentos más prometedores y sólidos de la joven generación no tardaron en mostrarse rebeldes ante la híbrida y endeble retórica ciceroniana.
Echábanse de menos en el lenguaje de Cicerón la concisión y la severidad, en sus chistes la vida, en la ordenación de sus discursos la claridad y la armonía y, sobre todo, no se percibía en toda su elocuencia la pasión y el fuego que hacen al verdadero orador. El espíritu empezaba a volver la espalda a los eclécticos de Rodas para remontarse de nuevo a la oratoria de los auténticos atenienses, sobre todo a la de un Lisias y un Demóstenes y hacíanse esfuerzos por aclimatar en Roma un arte de la elocuencia más vigoroso y más viril.
De esta tendencia surgieron el solemne pero rígido Marco Junio Bruto (85-42) , los dos agitadores políticos de partido, Marco Celio Rufo (82-48) y Gayo Escribonio Curión (m. 49), oradores ambos llenos de espíritu y de vida, Gayo Licinio Calvo (82-48) , a quien conocemos también como poeta y que fue el corifeo literario de esta pléyade de jóvenes oradores y, finalmente, el serio y concienzudo Gayo Asinio Polio ( 76-4 d. C.).
En esta nueva escuela de elocuencia había, innegablemente, más gusto y más espíritu que en todos los discursos de Hortensio y de Cicerón juntos; lo que no podemos juzgar es si bajo los embates de la revolución, que arrastraron en seguida a este círculo de jóvenes de talento con la única excepción de Polio, llegaron a florecer realmente, y en qué medida, los mejores brotes de la nueva escuela oratoria. Dispusieron para ello de muy poco tiempo. La nueva monarquía empezó su carrera declarando la guerra a la libertad de palabra y pronto reprimió y suprimió los discursos políticos. Desde entonces, sólo subsistió en la literatura, probablemente, el género subalterno de los discursos pura y específicamente procesales; el arte superior de la oratoria y la literatura retórica, inseparables de las actividades políticas, desaparecieron forzosamente y para siempre al desaparecer éstas.
Diálogos retóricos
Finalmente, se desarrolla en la literatura estética de este período un tipo de obras en las que los temas sacados de distintas ciencias especiales se tratan literariamente bajo la forma del diálogo estilizado; este género literario estaba muy extendido entre los griegos y, aunque en manifestaciones aisladas, había aparecido también entre los romanos en una época anterior.
Entre los que ensayaron repetidas veces exponer bajo esta forma temas retóricos o filosóficos, refundiendo el libro de enseñanza con el libro de lectura, destácase Cicerón. Sus obras principales, dentro de este género, son el De Oratore (escrito en el año 55) , al que hay que añadir su historia de la elocuencia romana (el diálogo titulado Brutus, que data del año 46) y otros ensayos menores sobre retórica, y el tratado De Republica (escrito en el 54) , con el que se enlaza, al modo platónico, el estudio De Legibus (¿año 52?). No se trata, evidentemente, de obras maestras, pero son, indudablemente, los escritos en que más resaltan los méritos del autor y menos se echan de ver sus defectos.
Estos estudios retóricos no alcanzan ni con mucho el rigor doctrinal ni la nitidez conceptual de la retórica dedicada a Herennio, pero encierran, en cambio, un arsenal de experiencia forense, están salpicados de anécdotas de todas clases recogidas por el autor en su larga carrera de abogado, expuestas en un estilo fácil y ameno, y cumplen desde luego su misión de obras didácticas y a la vez entretenidas.
El ensayo sobre el estado (De Republica) desarrolla a través de una singular obra de carácter híbrido, histórico-filosófica, la idea central de que el régimen político existente en Roma responde en lo esencial al estado ideal concebido por los filósofos; idea esta tan ajena a la filosofía como a la historia y que, por lo demás, no tenía nada de original, pero que no tardó en popularizarse y mantuvo durante mucho tiempo su popularidad. El aparato científico fundamental de estas obras retóricas y políticas de Cicerón procedía en su totalidad, naturalmente, de los griegos, y de ellos estaban tomados también muchos de sus detalles, por ejemplo el gran cuadro final que sirve de colofón al estudio sobre el estado: el sueño de Escipión; sin embargo, no puede negárseles cierta relativa originalidad en el modo de presentar los problemas dentro de un ambiente local absolutamente romano; además, la conciencia del estado, de que el romano podía ciertamente enorgullecerse en comparación con los griegos, hace que el autor de estos escritos pueda incluso afirmar cierta independencia de criterio con respecto a sus maestros helénicos.
La forma del diálogo empleada por Cicerón no es tampoco ni la auténtica dialéctica de los mejores diálogos que conocemos de la literatura griega ni el auténtico tono de conversación ennoblecido por un Diderot o un Lessing; los grandes grupos de abogados que rodean a Craso y Antonio y los viejos y jóvenes estadistas del círculo de Escipión brindan, sin embargo, un marco sugestivo e importante y ofrecen un buen asidero para las digresiones y las anécdotas históricas y un hábil punto de apoyo para las disquisiciones científicas.
El estilo es el mismo estilo pulido y trabajado de los discursos mejor escritos de Cicerón, aunque más agradable que éstos, en el sentido de que su autor no se esfuerza aquí con tanta frecuencia en emplear un tono patético.
Estos escritos retóricos y políticos de Cicerón, teñidos de cierto matiz filosófico, no carecen enteramente de méritos; en cambio, el compilador fracasa completamente al dedicar los ocios involuntarios de los últimos años de su vida (45 y 44) a la verdadera filosofía, escribiendo en unos cuantos meses, con tanto malhumor como desembarazo y precipitación, toda una biblioteca filosófica. La receta empleada para ello no podía ser más sencilla. Imitando de un modo burdo las obras de popularización escritas por Aristóteles, en las que la forma del diálogo se empleaba fundamentalmente para desarrollar y criticar los distintos sistemas filosóficos de la antigüedad, Cicerón abordaba los escritos epicúreos, estoicos y sincréticos que trataban el mismo problema tal como caían en sus manos o como otros se los alargaban, y los desmenuzaba en una especie de diálogo, sin poner de su cosecha otra cosa que las introducciones, sacadas de la copiosa colección de prólogos para obras proyectadas y que no había llegado a escribir y un cierto estilo de vulgarización; para ello, entretejía con el diálogo ejemplos y referencias tomados de las cosas romanas y alusiones a problemas que no venían a cuento, pero con los que autor y lectores se hallaban familiarizados; en la obra De officiis, por ejemplo, se entrega a una digresión sobre el decoro del orador; otras veces, incurre en ese confusionismo inevitable en un literato que sin estar habituado al pensamiento filosófico ni tener una cultura filosófica, trabaja de prisa y con todo descaro.
Por este procedimiento, no era difícil ir acumulando libro tras libro, si así pueden llamarse. Son simples copias —escribía el propio autor a un amigo que le había mostrado su asombro por tanta fecundidad—; no me cuestan ningún trabajo, pues no hago más que poner las palabras, de las cuales tengo abundante caudal. El juicio es concluyente y nada se puede objetar contra él. Realmente, a quien se empeñe en ver en estos abortos literarios obras verdaderamente clásicas, hay que aconsejarle que procure guardar un prudente silencio en asuntos de literatura.
Don Teodoro debería haber sido menos acalorado en su juicio (sine ira et studio): es lo menos que se nos pide en la ardua tarea temporum exquirendorum.
[1] En estos primeros capítulos de los De bello ciuili commentarii, Julio César narra las dos sesiones del senado del 1 y 7 de enero del año 49 que motivaron su paso del Rubicón y la mayor guerra civil. César es todavía procónsul de las Galias y del Ilírico; MRR, II, p. 262. En esos días se encuentra en la frontera de su provincia Galia Cisalpina con Italia, territorio de plena ciudadanía romana; Kovaliov, pp. 506-507.
[2] Los cónsules del año 49 son C. Claudius Marcellus y L. Cornelius Lentulus Crus, adversarios de César ambos; MRR, II, p. 256.
[3] Sin duda, M. Antonius y Q. Cassius Longinus, los mencionados en infra 2.7; MRR, II, pp. 258-259.
[4] El orden de los puntos para debatir (ad senatum referre) lo dictaban los magistrados convocantes, es decir, los cónsules, en esta toma de posesión de sus cargos del 1 de enero.
[5] El cónsul del año 52, Q. Caecilius Metellus Pius Scipio Nasica (MRR, II, p. 234), suegro de Pompeyo y acérrimo enemigo de César.
[6] Cn. Pompeius Magnus era, en virtud de la misma ley que prorrogaba el proconsulado de César en las Galias, lex Trebonia de prouinciis consularibus (Rotondi, p. 408), procónsul de las Hispanias desde el 54 (MRR, II, p. 263), pero las gobernaba por medio de legados, uno de ellos, el erudito M. Terencio Varrón.
[7] Pompeyo estaba al frente de su ejército junto a las puertas de Roma porque un general con mando no podía entrar en el pomerium.
[8] En el 52, con motivo de los disturbios que acarreraron la muerte de Clodio, Pompeyo fue nombrado por el senado cónsul por tercera vez, sine collega, aunque después se sumaría su suegro Metelo Escipión.
[9] César debía dejar su mando proconsular el 1 de marzo sería sustituido por alguno que hubiera desempeñado un cargo 5 años antes.
[10] Los senadores partidarios de Pompeyo.
[11] Para la guerra contra los partos, después de la derrota de Craso en Siria, y que finalmente habían quedado en Italia; cf. infra 4.5.
[12] Se entiende tribuni militum, aunque en algunos mss. aparece la sigla pl.(ebis); los veteranos que se reenganchaban (euocati) gozaban de mayores beneficios.
[13] Para hacer caer la responsabilidad de la guerra sobre el adversario, César intenta destacar que una mayoría no apoyaba la intransigencia de sus enemigos.
[14] A su candidatura al consulado del año 51; para el antagonismo entre César y Catón, véase Salustio, Catilina, 53. A lo ideológico, pues Catón era estoico a marchamartillo y César de vagas tendencias epicúreas, se unía lo meramente personal: César fue amante de Servilia, hermanastra de Catón y madre de Marco Bruto. Cuadros genealógicos de todos estos personajes en Syme, pp. 671-677.
[15] En 82, P. Cornelius Sulla Felix, después de vencer en la guerra civil en la que murieron los dos cónsules, fue proclamado por el interrex L. Valerius Flaccus dictator perpetuus legibus scribendis et rei publicae constituendae (MRR, II, p. 66), de hecho una dictadura militar en sentido moderno, para restablecer el poder de la nobilitas con la eliminación de los adversarios políticos por medio de ejecuciones (proscripciones); Kovaliov, pp. 457-460.
[16] La dignitas es el reconocimiento personal de acuerdo con su rango; es la razón personal de César para cruzar el Rubicón, según Cicerón, Cartas a Ático, VII 11, 1-2 (Formias, 23 de enero del 49 a. C.): Atque haec ait omnia facere se dignitatis causa. Vbi est autem dignitas nisi ubi honestas? (Y dice que hace todas estas cosas por su dignidad. ¿Dónde está la dignidad sino en la honradez?).
[17] El complot conocido como Primer Triunvirato, de 60 a. C., por el cual nada habría de ocurrir en la república que perjudicara a alguno de los tres líderes (“conspiratio inter tres ciuitatis principes, Cn. Pompeium, M. Crassum, C. Caesarem” (Liv. Per. 103).
[18] Para sellar el acuerdo, Pompeyo había casado con Julia, hija de César, fallecida en el 54.
[19] Mediante las restricciones legislativas contra las aspiraciones democráticas (lex Cornelia de tribunicia potestate, Rotondi, p. 350), Sila había limitado el ius intercessionis de los tribunos de la plebe a los procesos capitales.
[20] Se refiere al del consulado, pues los tribunos de la plebe tomaban posesión las calendas de diciembre.
[21] Durante la última época republicana la oligarquía senatorial (optimates) arbitró una medida extraordinaria (senatus consultum ultimum) por medio de la cual se dotaba a los cónsules de plenos poderes ejecutivos para reprimir a sus enemigos políticos; la fórmula de este mandato institucional era: dent operam/caueant consules ne quid res publica detrimenti capiat (Sall. Cat. 29.3). La primera vez que se aplicó este extremo procedimiento fue contra el tribuno de la plebe Gayo Sempronio Graco, en el año 121.