José Solís de los Santos, «10. Biblia de Gutenberg. BUS A 336/116: Nouum Testamentum (Maguncia: Johannes Gutenberg, ca. 1455)», en Fondos y procedencias. Bibliotecas en la Biblioteca de la Universidad de Sevilla, Sevilla: Secretariado de Publicaciones de la Universidad de Sevilla, 2013, pp. 461-463.
Cualquier bibliófilo, por poco maníaco o compulsivo que sea, anhelaría poseer un ejemplar auténtico del primer gran libro impreso en la historia occidental, la Biblia de Gutenberg, que además de ser el primero es una verdadera obra maestra de este arte que influyó como ningún otro en la libertad de opiniones y de ideas, lo cual es el rasgo fundamental de nuestra civilización, recordémoslo una vez más, el espíritu crítico en libertad. La técnica de impresión de un escrito por tipos móviles cerraba un ciclo que se había comenzado en la edad oscura de la Hélade, cuando, tras abandonar los silabarios micénicos, adaptaron el alefato fenicio al sistema alfabético de vocales y consonantes griegas. Esta representación de la segunda articulación del signo lingüístico, que dijeron luego, fue, pese a la paradoja platónica de Theuth y Thamus, el más extraordinario avance en la historia de la cultura, porque facilitó una más exacta conservación y transmisión de los cantos épicos de tradición oral y propició el más excelso y sencillo acto de libertad personal, recordémoslo aún, la lectura. De Homero, el poeta por antonomasia, arranca el sistema de los géneros literarios, y la poesía enseñó a los griegos a replantearse la vida en la fabulación del prójimo, entonces sus héroes, y a pensar por el simple deseo de saber, porque quien no comprende una metáfora, tampoco entenderá un teorema. Luego, la lectura silenciosa, que se generalizará gracias al invento de Gutenberg, irá desarrollando la libertad de conciencia del hombre interior del que habla san Pablo (Rom 7.22, Ef 3.16) pero que ya estaba claramente encarnado en el Sócrates que nos legó Platón. La historia de la cultura es, en buena parte, historia de la lectura, desarrollada inagotablemente en el diálogo siempre inacabado entre autor y lector que es la savia de la consciencia colectiva en el conocimiento. Resultarán, pues, ineficaces las censuras represivas de manos de cualquier ortodoxia, porque opera contra la propia naturaleza y dignidad del espíritu humano.
Recordando que las doctrinas religiosas imperantes daban apoyo a las arraigadas convicciones sobre la centralidad de la Tierra, el Nobel de Física Max Born se pregunta: ¿qué hizo que las nuevas hipótesis astronómicas fueran abriéndose camino? Pues simplemente, responde, que lograr explicar el entorno terrestre o celeste constituye “el ardiente deseo de toda mente pensante”, deseo que no se aminora en absoluto por el hecho de que aquello que se trata de aclarar “sea eventualmente de total irrelevancia para nuestra existencia”. Total irrelevancia para la existencia empírica, pero fundamental para la dignidad del espíritu humano, por la cual, sin necesidad de remontarse a Sócrates, tantos pensadores se han jugado el espíritu y la vida.
Dos milenios y medio después, más o menos, de menesterosos amanuenses, un artesano alemán, Johann Gensfleich (1394-1469), que adoptó el apellido Gutenberg de un predio familiar, tras /p. 463/ varios intentos con impresos de escaso cuerpo en Estrasburgo y en su ciudad natal de Maguncia, en empresa con Johann Fust, pues no olvidemos que el arte es también un negocio, logra imprimir el libro que aquella tradición mestiza grecolatina y judeocristiana había establecido como sagrado. Y lo llevaron a cabo primorosamente a dos tintas y con iniciales miniadas con el texto a dos columnas con 42 renglones cada página, tal como es conocida, Biblia de las 42 líneas, o también, Mazarine, por haber pertenecido a ese cardenal francés el ejemplar completo donde consta en nota manuscrita por un clérigo de Maguncia la data del término de su ilustración, rúbrica y encuadernación, 15-VIII-1456, por lo que debió de ser impresa antes de esa fecha. Se cree que la sociedad Gutenberg & Fust sacó a la calle 180 ejemplares de esta Biblia en papel o pergamino, de los que se han conservado 48, pero completos solo 21; en España, además de este ejemplar del Nuevo Testamento, la Biblia de Gutenberg se encuentra entera también en Burgos, Biblioteca Pública del Estado (CCPB000108237-X).
El primer gran libro impreso fue la Biblia, en una de las lenguas clásicas, pero el alma de la invención de esta técnica revolucionaria fue la necesidad de copia y reproducción de los textos clásicos perdidos y olvidados que los humanistas venían buscando y descubriendo desde más de un siglo antes. Los humanistas, reacios a manejarse con las artes mechanicae o artesanales, fueron los principales beneficiarios de aquella “moderna técnica de los alemanes” (ars noua Germanorum), que aplicaron de inmediato a la puesta en página de los textos clásicos y patrísticos con un sistema de referencias a comentarios, traducciones, índices y notas cada vez más depurado: el hipertexto estaba ya diseñado antes de nuestra era digital. Obsérvese un mapa de las ciudades con imprenta en el siglo XV y veremos la densidad de puntos en el norte y centro de Italia en contraste con las demás zonas de Europa, incluidas ambas orillas del Rin. La imprenta fue todo un gran plan I+D+i a escala europea que hizo realidad el ideal de los studia humanitatis de comunicación y comunión de los hombres que conlleva la libertad y el espíritu crítico.
El examen de las marcas de agua del papel de este primer gran impreso, que son figuras de un buey y un racimo de uvas, sugiere la profecía bíblica que justifica en la tradición la presencia de un bóvido y un équido en el nacimiento de Jesús en Belén (Isaías 1.3: "Conoce el buey a su amo, y el asno el pesebre de su dueño"). Así lo cantó Tomás de Kempis (ca. 1380-1471), inspirador de la deuotio moderna (Canticum 34.1-4: "Natus in diversorio / ponitur in praesepio, / cultu tectus pauperrimo / bove calet ac asino"), y los napolitanos pusieron "nel presepe il bue e l'asinello dando calore al Bambino".
La BUS posee otros ejemplares antiguos de la Biblia que han merecido comentarse en anteriores exposiciones, dos manuscritos, Biblia con glosas de Nicolás de Lyra (A 332/145-149), y Biblia Sacra Vulgata Latina (A 332/150-4) y los tomos 5 y 6 de la Biblia Políglota Complutense, logro de política cultural del Cardenal Cisneros en la edición humanista del más alto nivel que, lamentablemente, no tuvo el oportuno seguimiento en la tipografía española por causas que afectaban a esa libertad que entrañaba la imprenta y la lectura.