José Solís de los Santos, El ingenioso bibliólogo don Francisco de Araoz (De bene disponenda bibliotheca, Matriti 1631). Notas bibliográficas de Klaus Wagner, Sevilla: Secretariado de Publicaciones de la Universidad, 1997. 164 p. ISBN: 84-472-0413-8. pdf academia.edu   archive   IdUS

En plena edad dorada de las letras españolas y durante unos años de férreo control editorial, un desocupado lector elucubró un procedimiento para ordenar el paraíso particular y compartido de su biblioteca. Animado por la aprobación de los amigos, creyó que con su sistema podría organizarse toda la proliferación tipográfica presente y venidera, y se afanó en redactar unas notas donde explicaba clara y distintamente las razones de su método. Ilustró cada apartado con la mención escueta de autores y obras de que disponía y añadió algunas digresiones sobre temas culturales de actualidad que encajaban en su propuesta bibliotáctica. El tratadito resultante, aunque fue redactado por completo en la lengua científica de la época, o tal vez por eso, fue ignorado por la grey curiosa y erudita que desde siempre ha pululado en el mundo de los libros.

Este libro, El ingenioso bibliólogo don Francisco de Araoz (Sevilla 1997), ofrece la edición y estudio del texto original: Franciscus de Araoz. De bene disponenda bibliotheca ad meliorem cognitionem loci et materiae qualitatisque librorum litteratis perutile opusculum [Breve tratado sobre la correcta ordenación de la biblioteca, muy útil a los hombres de estudio para mejor conocimiento de la ubicación, materia y cualidad de los libros] (Madrid: Francisco Martínez, 1631), con traducción anotada y una introducción en la que se enmarca este tratado entre sus precedentes hispanos y europeos.

La peculiaridad del sistema bibliográfico ideado por Araoz estriba en ser una clasificación temática de los libros cuya ordenación topográfica tiene un patente simbolismo propedéutico. Engarza, desde luego, con la concepción medieval de clasificación de las ciencias, que jerarquiza los saberes y subordina a la teología la totalidad de los conocimientos. Organiza, pues, todo el conjunto de los libros, los existentes y los por existir, en quince 'categorías' cuyos contenidos consignamos brevemente a la espera de publicar algún día su traducción y estudio: 1) Gramática, 2) Obras de Referencias, 3) Retórica, 4) Literatura en prosa, 5) Literatura en verso, 6) Ciencias Exactas y Tecnología, 7) Ciencias Naturales y Aplicadas, 8) Ética, 9) Derecho Civil, 10) Derecho Canónico, 11) Teología Escolástica, 12) Sagrada Escritura, 13) Historia Sagrada, 14) Patrología, 15) Culto Religioso. En estos apartados categoriales, en los que se atisba la tradicional división de las Artes liberales modificada por el movimiento cultural humanista, ordena los saberes contenidos en los libros desde lo más elemental y menos importante hasta lo más trascendente para el perfeccionamiento del hombre, pudiendo quedar sintetizados en cuatro aspectos universales: VERBVM, RES, HOMO, DEVS. La palabra, la realidad, el hombre en la doble vertiente moral y social, y lo divino.

En el estudio preliminar se expone una visión de conjunto de aquellas obras o autores que abordaron alguna faceta de la cuestión de la biblioteca, y en especial de los escritos hispanos, con el propósito de mostrar la tradición de erudición en que se sitúa el tratado que se edita. Se hace también una crítica de sus propuestas taxonómicas encuadradas en el entorno histórico y cultural en que se desenvuelven, y a través de los ejemplos aportados se hace también un análisis de los gustos, tendencias y lecturas del autor, que se nos muestra como un entusiasta conocedor de la floreciente literatura del Siglo de Oro. Esta afición de su autor, amén de ciertas coincidencias burocráticas y judiciales con Cervantes, ha sugerido el título del libro. De hecho, es también una de las primeras que menciona muy elogiosamente las obras cervantinas; que lo haya hecho en latín, ha podido motivar que se haya desatendido este testimonio sobre la inmortal novela que tan tempranamente formuló este lector hedonista y empedernido. La edición paleográfica y crítica y el estudio lingüístico elaborado mediante el índice léxico y fraseológico, amén de la introducción, constituyen una guía de quehacer filológico sobre un texto que hasta entonces no se había editado con los criterios científicos requeridos. La identificación de los autores y obras que se mencionan en el tratado corrió a cargo de Klaus Wagner, y siempre que lo ha permitido la datación cronológica, se ha hecho esta identificación según el ejemplar de la obra que se guarda en la Biblioteca de la Universidad de Sevilla.

José Solís de los Santos, «Araoz, Francisco de», Real Academia de la Historia, Diccionario Biográfico Español, Madrid: Real Academia de la Historia, 2009, vol. IV, p. 793. «Cervantes y el entorno humanista de los Ramírez de Prado», Edad de Oro 35 (2016), pp. 97-120.

Algunas reseñas y citas:

Jean-François Gilmont, en Bibliothèque d’Humanisme et Renaissance, 61, 1999, pp. 625-626.

María Isabel Outón Lubián, en Calamus Renascens: Revista de Humanismo y Tradición Clásica, 2, 2001, pp. 407-409.

Isabel Merino Olea, en Minerva: Revista de Filología Clásica, 13, 1999, pp. 393-396.

Aurora Egido, Las caras de la prudencia y Baltasar Gracián, Madrid: Castalia, 2000, pp. 145-147.

Juan Gil, Los conversos y la Inquisición sevillana, t. III: Ensayo de prosopografía, Sevilla: Universidad - Fundación El Monte, 2001, p. 273.

Roger Chartier, “El concepto del lector moderno”, en www.cervantesvirtual > Historia > Carlos V > Cultura > Notas históricas [fecha consulta: 16-10-2002].

Roger Chartier, “El concepto del lector moderno”, en Historia de la edición y de la lectura en España, 1475-1914, Víctor Infantes de Miguel, François López, Jean François Botrel (coords.), Madrid: Fundación Germán Sánchez Ruipérez, 2003, pp. 142-149 (p. 147 y 817).

Carlos Alberto González Sánchez, “Lectura y censura ideológica en el siglo XVI”, en Antonio Castillo Gómez (ed.), Libro y lectura en la Península Ibérica y América (siglos XIII a XVIII), Salamanca: Junta de Castilla y León, 2003, pp. 79-106, pp. 92-93, n. 31.

Klaus Wagner, “Orden en las bibliotecas. La librería romana del cardenal Luis Belluga y Moncada”, en La memoria de los libros. Estudios sobre la historia del escrito y de la lectura en Europa y América, Salamanca: Instituto de Historia del Libro y de la Lectura, 2004, II, p. 161-176, p. 162.

Roger Chartier, El presente del pasado: Escritura de la historia, historia de lo escrito, trad. Marcela Cinta, México: Universidad Iberoamericana, 2005, pp. 108-109.

Anne Cayuela, Alonso Pérez de Montalbán. Un librero en el Madrid de los Austrias, Madrid: Calambur, 2005, 86, 163.

Carlos Alberto González Sánchez, Atlantes de papel. Adoctrinamiento, creación y tipografía en la Monarquía Hispánica de los siglos XVI y XVII, Barcelona: Ediciones Rubeo, 2008, pp. 115-116, 133, nn. 33 y 34.

                            El ingenioso bibliólogo
                            don Francisco de Araoz
                      (De bene disponenda bibliotheca, Matriti 1631)

                                                           Edición y estudio de
                                                       José Solís de los Santos,
                                                         notas bibliográficas de
                                                                Klaus Wagner

UNIVERSIDAD DE SEVILLA SECRETARIADO DE PUBLICACIONES 1997

 

FERDINANDO GASCO 
viro bono librorum perito,
sacrum              

 

                                           ÍNDICE GENERAL

ESTUDIO PRELIMINAR

Bibliografía abreviada y siglas                                                                 6

El autor y su libro                                                                                      9

El sistema bibliográfico de Araoz                                                           13

La clasificación del saber y la biblioteca                                                15

La bibliografía                                                                                         20

La biblioteconomía en la España del Siglo de Oro                                23

Clasificaciones bibliográficas                                                                 25

Criterios de las «Categorías» de Araoz                                                 30

Síntesis y fundamento de la clasificación                                               39

Afinidades taxonómicas                                                                          41

Crítica del sistema de Araoz                                                                   45

Los libros y lecturas de Araoz                                                                 48

Descripción del impreso                                                                          51

Características tipográficas                                                                     53

Errores y sus correcciones                                                                       54

Puntuación                                                                                               57

El latín de Araoz                                                                                      58

Criterios de nuestra edición                                                                    60

EDICIÓN                                                                                                  63

TRADUCCIÓN                                                                                      109

Índice léxico y fraseológico                                                                  178

Índice de citas                                                                                        183

Índice de autores y obras del opúsculo                                                 184

                                     BIBLIOGRAFÍA ABREVIADA Y SIGLAS

Adams                                 H. M. Adams, Catalogue of Books printed on the Continent of Europe, 1501-1600 in Cambridge Libraries, I-II, Cambridge 1967.

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Barbosa Machado             Diogo Barbosa Machado, Bibliotheca Lusitana historica, critica e cronologica, I-IV, Lisboa 1741-1759.

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Blaise                                  A. Blaise, Dictionnaire latin‑français des auteurs chrétiens, Turnhout 1967.

BLH                                     José Simón Díaz, Bibliografía de la Literatura Hispánica, I‑XVI, Madrid 1950‑1994.

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Brunet                                 J.×Ch. Brunet, Manuel du libraire et de l'amateur de livres, I‑VI, París² 1863-1865.

BUSe                                   Biblioteca [General y] Universitaria. Sevilla.

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Cat.Col.                               Catálogo colectivo de obras impresas de los siglos XVI a XVIII existentes en las bibliotecas españolas. Edición provisional. Sección I: Siglo XVI, I-X, Madrid 1979.

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Ximeno                               Vicente Ximeno, Escritores del Reyno de Valencia, I-II, Valencia 1749.

                                                                                       El autor y su libro*

            El breve tratado De bene disponenda Bibliotheca, (Madrid 1631), redactado en latín por don Francisco de Araoz, Alguacil Mayor de la Audiencia de Sevilla, consiste en la exposición razonada de un singular sistema de clasificación bibliográfica. A falta de una indagación de archivo, que aportaría algo más de su biografía pero poco tal vez para la historia de este libro, las exiguas noticias que tenemos sobre el autor proceden de esta única obra suya. Nicolás Antonio lo menciona como vecino de Sevilla, pero no expresamente natural, emplea casi la mitad de su escueta nota en exponer su versión latina del cargo en la Audiencia sevillana, indica con ligera modificación el título y termina errando el lugar de impresión de la obrita[1].

            Ostentaba el uso honorífico de don, que en aquella época estaba reservado a caballeros, nobleza titulada y altas dignidades, y en razón de su cargo en la Audiencia no creemos que hubiese incurrido en esa usurpación que por entonces empezaba a extenderse[2]. Gracias al cronista Diego Ortiz de Zúñiga, sabemos que ya estaba en este cargo en diciembre de 1617, durante las fiestas que siguieron a la proclamación del dogma de la Inmaculada, y que en 1675 ocupaba el mismo puesto de Alguacil Mayor su nieto don Francisco Carrillo de Medina, Conde de la Ribera. La nota bibliográfica que de Araoz ofrece Ortiz de Zúñiga está extractada de la de su paisano Nicolás Antonio; en ella añade mención elogiosa de la biblioteca del alguacil: “Dió arte á bien componer una librería, y supo igualmente juntar la suya, que fué muy copiosa y selecta”[3].

            Por la dedicatoria podemos inferir que mantuvo cierto trato con el consejero don Lorenzo Ramírez de Prado; es más, según sus mismas palabras, la visita a la biblioteca del prócer lo animó a redactar esas clasificaciones que había ideado para organizar sus propios libros. Este contacto debió de habérselo proporcionado un hermano de éste, Alonso Ramírez de Prado, oidor en la Audiencia de Sevilla desde 1628[4]. Pero don Lorenzo no estuvo por la labor de organizar concienzudamente su librería bajo el sistema que le dedicó Araoz, pace Rodríguez Moñino, ni de ningún otro que no fuera el tradicional “por facultades”, pues, a su muerte (1658), la viuda encargó para la venta el inventario de todo ese caudal, que quedó organizado en cuatro clases temáticas y, dentro de éstas, por tamaños[5]. En el estudio bio×bibliográfico sobre los Ramírez de Prado, cuyo miembro más relevante fue este don Lorenzo, no hay mención de nuestro Araoz, ni siquiera en el apartado de aquellos hombres de letras que dedicaron sus libros al Consejero de Indias o tuvieron alguna relación con él[6].

            Al mismo tiempo, podemos confirmar que no se hizo reedición de esta obra; equívoco que procede, a buen seguro, de la nota que Nicolás Antonio dedica a nuestro autor y su única obra sin haber visto un ejemplar de la misma. En efecto, el haber sido señalada esta obra con título algo diferente y publicada en Sevilla, aunque el mismo año, pudo provocar la confusión que se transmite al eufórico compilador de glorias paisanas Méndez Bejarano[7], entre otros que se puedan encontrar, y a pesar de que fue detectada ya en algunos conocidos repertorios[8], todavía sigue incluyéndose en catálogos esta ficticia edición sevillana del opúsculo de Araoz[9].

            Tampoco atrajo el interés de ningún estudioso posterior, ni ninguna librería fue ordenada bajo los precisos y concienzudos criterios propuestos por nuestro alguacil. Su libro no se halla en las atribuladas papeletas de Gallardo[10], pero sí formó parte de algunas de las grandes bibliotecas particulares españolas, como la del marqués de Morante[11] o la del de Jerez de los Caballeros[12]. Menéndez Pelayo, tan proclive a hinchar de nombres sus vastos elencos de intelectuales españoles, ni tan siquiera menciona al alguacil y su opúsculo, cita que pertinentemente habría cabido tanto en el «De re bibliographica», como en el «Inventario Bibliográfico», excursos ambos de una de sus más entusiastas y polémicas obras[13].

            Sin ninguna justificación fue ignorado en un proyecto de recopilación y publicación de este tipo de escritos que bajo el título de «Colección de bibliólogos españoles» se comenzó en el recién creado órgano del Cuerpo de Archiveros[14], y también se echa en falta en el catálogo bibliográfico de Francisco Beltrán[15].

            El primero que reparó en la existencia del curioso tratadito del alguacil sevillano fue Antonio Rodríguez Moñino, quien confiere a su autor el título de bibliólogo y da por supuesto que ése fue el sistema de clasificación adoptado por Lorenzo Ramírez de Prado, de cuyo catálogo póstumo está tratando[16].

            Esta pertinaz ausencia, salvo mención ocasional y escueta, y a veces errónea[17], se continúa también en las recientes y numerososas publicaciones especializadas de bibliología, y el severo veredicto que la posteridad ha dictado sobre esta obrita viene a estar ratificado en cierto modo por el hecho de haber sido objeto, en el anno mirabili, de una edición facsímil con traducción, pero como publicación no venal y especial para bibliófilos[18]. Olvido, por lo demás, justificable habida cuenta el escaso valor práctico que tienen hoy día todas las directrices biblioteconómicas de otra época; su valor radica, obvio es decirlo, en el interés de su contenido para la historia de la cultura[19] y en ser su texto un objetivo previo de la filología. En consecuencia, creemos necesario editar esta singular aunque modesta contribución a la bibliología española, ya que, además del interés filológico de estar escrita en latín, ofrece a la bibliografía un material de estudio al ejemplificar sus clasificaciones con más de trescientos autores distribuidos por todas las ramas del saber, los cuales vendrían a constituir poco más o menos la “selecta librería” de su autor, según el testimonio mencionado de Ortiz de Zúñiga; y, al mismo tiempo, todo este conjunto ordenado clare et distincte (161)[20] se sumaría a tantas excepciones del famoso aserto de Montesquieu (Cartas Persas, LXXVIII) de que las bibliotecas españolas sólo guardaban novelas y tratados de teología escolástica amontonados por «un enemigo secreto de la razón humana».

                                                                El sistema bibliográfico de Araoz

            Ya hemos dicho que el propósito de Araoz es la exposición razonada de un original sistema de clasificación y catalogación bibliográfica que se plasma en la ordenación temática de este manual (directorium) para organizar bibliotecas. Las quince clases o apartados están denominados con la palabra praedicamentum, que la tradición filosófica latina había acuñado para traducir el término aristotélico 'categoría'[21]. Dado su carácter teórico y normativo, esta obra tiene que ver más con la biblioteconomía que con la bibliografía[22], ya que de ningún modo pretende dar información del conjunto de la producción escrita de un país o acerca de un determinado contenido, sino proponer un método de clasificación de todos los libros, habidos y por haber en cualquier tema que pueda ser objeto del humano conocimiento (157), para comodidad de los que se dedican al estudio (37).

            De su exposición se deducen dos consideraciones básicas: la primera, de índole taxonómica, establece que cualquier tipo de libro, fundamentalmente por su contenido, pero también por la característica principal de su autor (156), puede ser clasificado al menos en una de las quince categorías propuestas, y en consecuencia, en su sistema queda eliminado ese apaño clasificatorio que es el apartado de «autores varios» (157), tal como se desaconseja también en los actuales criterios de catalogación.

            La segunda idea básica, que sería de carácter axiológico, se desprende de que la ordenación de los quince apartados responde a una escala de valores para la educación que el autor atribuye a los escritos en ellos contenidos. Establece, pues, una jerarquía de los conocimientos a través de la distribución ordenada de los libros, desde las materias menos importantes e intrascendentes hasta los escritos más valiosos y eficaces para la perfección moral (44, 49, 92, 98, 118, 143).

            La originalidad de este sistema radica precisamente en ser producto de la reflexión de su autor (43), que para justificar su orden clasificatorio lleva hasta las últimas consecuencias su interpretación personal de una concepción del saber inserta en las creencias y mentalidad de su época. Y en esta vertiente axiológica que impregna este sistema que según los criterios actuales debería ser simplemente taxonómico, pero que estuvo plasmada también en los programas iconográficos de las grandes librerías altomodernas, se constata la afirmación de que en esta época “la biblioteca es más el orden de los libros que los propios volúmenes que la componen”[23].

                                                      La clasificación del saber y la biblioteca

            Por otra parte, dentro del género didáctico a que pertenece, esta obra rinde tributo a una moda y se inscribe también en una larga tradición. A partir de una clasificación teórica de todos los saberes es posible derivar hacia una exposición práctica y gradual de los conocimientos. La clasificación universal deviene en una pedagogía, no menos universal y teórica, en virtud de la exposición del saber enciclopédico, la ἐγκύκλιoς παιδεία, esto es, educación global o ciclo educativo. Esta faceta propedéutica, inherente al enfoque práctico de la clasificación de los saberes, se destaca especialmente en los grandes tratadistas que en épocas de marasmo de la civilización custodiaron el saber de Occidente, desde Marciano Capela, San Isidoro, Casiodoro, hasta Hugo de San Víctor y los Specula de Vicente de Beauvais[24]; asimismo, también se halla con nitidez en los debates durante los períodos de crisis y cambio de mentalidad en los que se originan la emancipación de unas disciplinas y la dependencia o primacía de otras, con la huella en la pedagogía que tales polémicas conllevan[25]. Esta labor de clasificación filosófica de los saberes, cuya exposición orgánica remonta a Aristóteles[26], se encuentra también en algunos tratadistas hispanos medievales, como Domingo Gundisalvo (m. 1181), quien al dar cauce en el Medievo al pensamiento aristotélico transmitido por los árabes, profundizó en el tema de la división de las ciencias[27], o Raimundo Lulio, que sistematizó una síntesis jerárquica de los saberes y del universo (Arbor Scientiae, 1296), y cuyas directrices metodológicas de su Ars combinatoria, aunque de propósito fundamentalmente apologético, repercutió, a través también de pensadores españoles como Pedro Bermudo y Sebastián Izquierdo, en los intentos del racionalismo moderno de construir una ciencia universal basada en el modelo matemático[28]. En contra de la tradición aristotélica, contamos en la cuestión de la clasificación de las ciencias con el doctor Juan Huarte de San Juan, cuya distribución de los saberes, según las facultades humanas y no respecto al objeto de éstos, que apunta en su Examen de ingenios para las ciencias (1575)[29], se adelanta a la que es considerada la primera clasificación filosófica de la Edad Moderna, la de Francis Bacon, que expuso en De dignitate et augmentis scientiarum (Londres 1623)[30].

            Paralelamente a esta actividad teórica, y con las obvias interferencias, se produce la proliferación textual del Humanismo renacentista que culmina con la divulgación del saber y la diversificación en la comunicación que supuso la imprenta. De parte de los humanistas italianos seguidores de Petrarca comenzaron a expresarse ya antes ideas y propuestas de fundar bibliotecas abiertas a los estudiosos, pues se consideran éstas el principal instrumento del trabajo intelectual[31]. La biblioteca se convierte en un centro vivo y pujante, en una especie de taller de estudiosos de las letras, lugar de comunicación e intercambio de ideas, y por eso, la clasificación del saber y de los libros constituye una de las pasiones y preocupaciones del humanista del Renacimiento y el tema de la organización y creación de biblioteca llega a convertirse en un lugar común de la erudición humanista[32]. No fueron pocos los que pusieron su erudición y empeño al servicio de esta demanda cultural de bibliotecas, o simplemente publicaron sus minucias filológicas de carácter anticuario abordando un tema entonces en boga por medio de tratados específicos o como capítulos o excursos de una obra más amplia. Sirvan como ejemplo de este tipo de digresiones las notas sobre las bibliotecas de la Antigüedad que ofrece el caballero sevillano Pedro Mexía (1496-1552) en una miscelánea muy divulgada en la época[33]. Pero ya antes, en el «Quattrocento», Francesco Patrizi (1413-1494), alumno de Filelfo y amigo y paisano de Pío II, había recogido el testimonio de los autores clásicos junto con otras indicaciones acerca del óptimo emplazamiento y decoración de las bibliotecas[34]. El tratado sobre la Roma antigua del florentino Francesco de Albertini (m. 1517) contiene dos capítulos que tratan de las bibliotecas de las épocas pagana y cristiana[35]. También el bibliófilo y anticuario Fulvio Orsini (1529-1600) redactó unas breves notas sobre las bibliotecas clásicas que gozaron de cierta difusión[36], como la que le brinda, soslayando así esta tediosa forma de erudición acumulativa tan finamente censurada por Cervantes en el prólogo de su obra inmortal, el canonista valenciano Juan Bautista Cardona (1511-1589), en el que sin duda es el mejor tratado de biblioteconomía de nuestro Siglo de Oro, que en las valiosas notas de Nicolás Antonio (I 646) ostenta este explicativo título: De regia Sancti Laurentii Bibliotheca libellus sive consilium cogendi omnis generis utiles libros, et per idoneos ministros fructuose callideque custodiendae, cui adiunxit de bibliothecis quaedam ex Fulvio Ursino, deque Vaticana ex Onuphrii schedis[37]. Gracias también a Cardona, según leemos, se imprimió un inédito de Onofrio Panvinio de Verona (1530-1568) sobre la biblioteca pontificia que contenía un elenco de sus prefectos[38]. Escribieron también sobre la biblioteca de los papas Muzio Pansa (1565-1628)[39], y el agustino Angelo Rocca (1545-1620), fundador asimismo, en 1614, de una gran librería pública, la «Biblioteca Angelica», en el convento de su orden en Roma[40].

            Fuera ya del entorno romano (pues Cardona concibe su obra sobre la biblioteca de El Escorial cuando en Roma formaba parte del equipo corrector del Decreto de Graciano), encontramos fragmentos sobre el tema en una obra que podría ser precursora de los modernos prontuarios del tipo de «The World of Learning», del teólogo católico Jacob Middendorp (1538-1611)[41] y también en la enciclopédica De republica debida al jurista y cabalista de Toulouse Pierre Grégoire (1548-1617)[42]. Pero hemos de pasar ese siglo para encontrar publicado el tratado más característico de este género parenético y erudito sobre biblioteca, el cual abarca y compendia elegantemente los datos que pueden aparecer en los que precedieron; nos estamos refiriendo a la breve publicación de Justo Lipsio, De bibliothecis syntagma (Amberes: Ioannes Moretus, 1602)[43]. Los datos, disposición y también el tono exhortatorio del «Compendio» de Lipsio inspiran el opúsculo de fray Diego de Arce (1553-c. 1616), De las librerías, de su antigüedad y provecho, de su sitio y ornato, de la estimación que de ellas deben hacer las repúblicas y de la obligación que los príncipes, assí seglares como eclesiásticos tienen de fundarlas, augmentarlas y conservarlas (1608)[44], en el cual, si bien agrega algunas noticias de bibliotecas renacentistas junto con infundadas vinculaciones con el Antiguo Testamento, sugeridas por lo demás en el capítulo «De bibliothecis» de las Etimologías  de San Isidoro (Orig. VI 3), no aporta tampoco ningún punto en lo que atañe a organización biblioteconómica o clasificación de materias. Por ilustrar la forma en que discurrían este tipo de estudios, hemos confrontado en página aparte los epígrafes de los capítulos que componen ambos tratados sobre bibliotecas, el del erudito flamenco y el del predicador fray Diego.

                                                                                                                             La bibliografía

            Así pues, como una consecuente derivación de este concepto de la filología fundamentalmente erudito, que vindicaba una πoλυμαθία enciclopédica y a la vez se nutría de ella[45], va decantándose la nueva disciplina de la bibliografía, en demanda también de una necesidad cada vez más acuciante de organización y valoración de los datos y conocimientos de todo género que se difundían por medio de la imprenta. Aparte de algunos precursores anteriores a la era tipográfica, se coincide en aceptar que su representante más destacado, o padre de esta ciencia aún sin su nombre definitivo, fue el médico y naturalista suizo Conrad Gesner (1516-1565)[46], merced tanto a las notas críticas sobre obras, autores e incluso ediciones que relaciona en su Bibliotheca Universalis (Zúrich 1545), como a la primera sistematización de las materias secundum Artes et Scientias en 21 clases generales que expuso en la segunda parte de dicha obra: Pandectarum sive partitionum universalium [...] Secundus hic Bibliothecae nostrae Tomus est, totius philosophiae de omnium bonarum artium atque studiorum locos communes et ordines universales simul et particulares complectens (Zúrich 1548). Gesner, al abordar la idea de universalidad de los libros, utiliza por primera vez el término bibliotheca para lo que entendemos hoy por bibliografía, y antes se denominaba Catalogus (Johan Tritheim, 1495) o Summarium (John Bale, 1548)[47]. Asimismo, Gesner, ya en la carta nuncupatoria[48] de su Bibliotheca Universalis, bosqueja los presupuestos del bibliógrafo y del bibliotecario moderno que luego recogerán los librepensadores de la respublica litterarum[49], con Gabriel Naudé a la cabeza, a saber, la concepción de la biblioteca como institución pública con carácter universal; y en este universalismo tolerante que no excluye a ninguno de «los principales autores que escriben sobre la gran diversidad de materias particulares y fundamentalmente sobre todas las artes y ciencias»[50], estriba su gran diferencia con las cautelas y prohibiciones frente a la literatura proveniente de los herejes que se ejercían por parte de la Contrarreforma[51]. En esta línea de estrecho control de la información bibliográfica y del comercio librero, la imponente y admirada obra bibliográfica de Gesner, sobre la que pronto entraron a saco exegetas y plagiarios[52], nunca se publicó en territorio católico, y sin embargo, no sólo fue utilizada a fondo por los inquisidores para proveer los criterios de selección y exclusión de libros peligrosos, mágicos o simplemente heréticos, en la confección de los «Indices de libros prohibidos»[53], sino que también sirvió de modelo antitético en la sistematización de la tutela de la cultura y la elaboración de la pedagogía sin alternativas que representa la Ratio studiorum, cuya más amplia organización enciclopédica y bibliográfica se encuentra en la obra del jesuita Antonio Possevino (1533-1611)[54].

                                                                      La biblioteconomía en la España del Siglo de Oro

            No faltaron en la España de la época escritos que abordaban de alguna u otra manera el tema de la biblioteca con todos los aspectos de la cuestión, desde la disertación erudita que rastrea y repite los testimonios de la Antigüedad, hasta la más minuciosa regulación del funcionamiento del servicio. Quien, como hemos dicho, escribió sobre la cuestión con un enfoque más amplio y al mismo tiempo con criterios filológicos más operativos y, si se quiere, actuales, Juan Bautista Cardona, apenas se ocupa del orden de los libros y despacha este punto con el expediente de que éstos han de distribuirse por facultades y, dentro de ellas, por autores en orden cronológico (“temporum ordine servato”)[55]. No así otros que, por encargo o necesidad particular, dejaron expresos unos criterios propios para organización de librerías que superaban en su complejidad la cómoda distribución por esas “facultades” que se seguían entonces en las universidades, a saber, Teología, Derecho (cánones y leyes), Medicina, Artes (lógica, física, metafísica) y Latinidad[56]. Tal fue la distribución en el Index Expurgatorius de Amberes (1571), cuya preparación se confió por completo a Benito Arias Montano, donde podemos ver una clasificación que se asimila a la distribución de los estudios superiores: Theologici libri, Iurisprudentiae, Medicinae, Philosophici, Matematici, Humaniores disciplinae[57]. También el cronista de Carlos V Páez de Castro, en el primer «Memorial» (1556) sobre biblioteca, que dirigió al nuevo rey, había señalado parecida ordenación: “Sagradas escrituras, Doctores Sagrados en griego y latín, concilios [...] Derechos, assí leyes como en canones. [...] Ordenanzas, Médicos, Philosophia y hasta las Historias de cosas particulares”[58]. Y Juan Vázquez del Mármol, corrector general de ediciones en el reinado de Felipe II, en un manuscrito fechado entre 1605 y 1615 expone la siguiente clasificación: “Órden por la cual tengo de poner mis libros: Teología y Devoción. Derechos. Filosofía. Historia. Poetas. Latinidad y Gramática. Medicina. Griego. Vocabularios en los últimos espacios de las primeras de cada órden. Castellanos (por esa misma orden de Devoción, Derechos, etc.). Catalanes, Portugueses, Italianos, Franceses (todos por la mesma orden)”[59].

            Son éstos, poco más o menos, los criterios de catalogación que se infieren del examen de los estudios actuales sobre inventarios de libros de la época[60], siempre y cuando la cantidad de éstos hubiera hecho imprescindible su clasificación. Con tales criterios se abordó la catalogación de grandes bibliotecas particulares de importantes personajes, ya en la segunda mitad del siglo XVII, que elaboraron sus secretarios o libreros, como la ya mencionada del consejero Lorenzo Ramírez de Prado (1661), cuya división en cuatro clases (“1 De eclesiasticos y letras sagradas. 2 De Juristas. 3 De artes Liberales. 4 De Historias universales y particulares, sacras y profanas”) ni por asomo guarda analogía con la clasificación de Araoz, a pesar de lo que puede haberse pensado por el hecho de que le dedicara este tratado que nos ocupa. Tampoco guardan semejanza las clasificaciones de otros catálogos impresos, como el del inquisidor Diego de Arce y Reynoso[61], o el de la biblioteca del marqués de Montealegre[62].

                                                                      Clasificaciones bibliográficas

            Pero con anterioridad a la publicación del tratado de Araoz, pudieron conocerse en España algunos sistemas de clasificación un poco más complejos, y acerca de ello, no podemos pasar sin mencionar la figura precursora de Hernando Colón, aunque no llegó a ejercer influencia alguna, puesto que ni siquiera se le cita, salvo el sevillano Mexía, en ninguno de estos escritos en donde se hacía tanto alarde y acopio de erudición e información bibliológicas[63]. El hijo del Almirante recogía la totalidad de los libros que componían aquella librería «Fernandina», que recuerda el vasto proyecto de un cuento de Borges (El congreso), en un complejo y, por lo mucho que sobre ello se ha escrito, abstruso sistema de catalogación a través de varios repertorios. En el correspondiente al «Indice de autores y ciencias» podía constatarse acerca del libro registrado un juego de abreviatura mediante el que se señalaba junto al título 1) la ciencia general, 2) la parte de la ciencia, 3) la lengua o forma literaria, 4) el nombre de pila del autor, amén de una cifra del 1 al 4 “cuya significación aún no se ha descifrado”[64]. Valga como ejemplo la transcripción de un par de anotaciones, referentes al asunto que nos ocupa y extraídas del citado tomo II del Catálogo Concordado (núms. 404 y 553), que corresponden a dos obras fácilmente identificables: “officina, hist. Ioannis” [Officina de Joannes Ravisius Textor], “de voluptate ac vero bono libri 3, phi. mor.” [L. Valla, De voluptate]. Las abreviaturas de la ciencia asignada se refieren a: hist(oria) (sc. litteraria), y phi(losophia) mor(alis). Pero don Fernando Colón no elaboró expresamente un sistema teórico de clasificación, por lo cual, tan sólo podemos contar con inferir la serie “casi completa” de las ciencias generales a que, según el «Indice», respondían los libros de la Colombina con estos “criterios prácticos y aplicativos”[65]: Grammatica, Ius Civile, Philosophia, Theologia, Rithmus, Historia, Epistolae, Logica, Medicina, Methaphysica, Musica, Geometria, Astrologia, Astronomia, Chronologia, Physica, Dialectica, Oratoria, Ius Canonicum, Architectura, Poesia, Rhetorica, Humanismus[66], Polithica, Sermones, Cosmographia, Arithmetica, Metheorologia, Agricultura, Chronica.

            Otras directrices en la ordenación de materias hallamos en los libros del arzobispo de Tarragona Antonio Agustín, primero en el catálogo impreso de su biblioteca que salió a nombre de su secretario Martinus Baillus (Tarragona: Phelippe Mey, 1586)[67], rarísima publicación que es el primer catálogo impreso de una biblioteca particular editado en el ámbito católico[68]. En este catálogo los manuscritos latinos estaban clasificados en seis grandes divisiones, (“Theologica, Ius Pontificium, Philosophica, Ius Caesareum, Philologica, Varii libri extra ordinem”), amén de veintiuna subsecciones, que denotan que fue elaborado con “criterios auténticamente profesionales y sus altos valores formales hacen de él un hito en nuestra historia”[69]. Un año después fue publicada la relación de manuscritos griegos del eminente canonista: «Ant. Augustini Tarraconensium antistitis Bibliothecae m.s. Graeca Anacephaleωsis (sic)», que precede a sus notas filológicas en forma de diálogo redactadas como corrección al texto base de derecho canónico, De emendatione Gratiani dialogorum libri duo (Tarragona: Philippe Mey, 1587). Esta división queda estructurada en parecidas categorías facultativas que, en el caso de la filosofía y la filología, se ven complementadas con apéndices que abarcan las disciplinas no mencionadas como tales ciencias generales: 1) Theologica. 2) Ius Pontificium. 3) Ius Caesareum. 4) Philosophica [Platón y exegetas, Aristóteles y exegetas, Escuelas pitagóricas, Estoicos, epicúreos, Moralia], Appendix: de proprietate animalium, de agricultura, de re medica; mathematicarum libri mixti; rei militaris scriptores. 5) Philologica: Rhetores, oratores, declamatores, poetae, appendix poeseos, grammaticae artes, lexicographi[70].

            Arias Montano, que redactó, como hemos dicho, el Index Expurgatorius de Amberes, y en el comentario a la prohibición de la Bibliotheca de Gesner afirmaba estar preparando la edición de un “melius opus de hoc argumento”, una vez de director de la Escurialense (1576), acabó por confeccionar una tabla de materias para la organización de esos fondos nada menos que en 64 clases independientes con las que se intentaba abarcar todo el saber, y en las que corrían al mismo nivel cada una de las facultades y ciencias junto con otras disciplinas consideradas como partes de aquéllas, y además en una sucesión sin criterio taxonómico aparente ni agrupamiento en clases generales. Bien que previa a esta clasificación había una división en manuscritos e impresos y luego en diferentes lenguas, además del socorrido fichero de autores ordenados alfabéticamente; pero ante el achaque de desorden que supone el conglomerado de estas sexaginta quatuor disciplinae en que se organizó la primera biblioteca regia de España, ya tuvo que salir al paso fray José de Sigüenza (1544-1606), respetuoso sucesor de Arias Montano y primer historiador de ese monasterio: “Aduiertase en esta partición de disciplinas no entendió su autor (sc. Arias Montano) que cada una fuese disciplina por sí, que esto ello se dize, sino que muchas destas divisiones son parte de una misma disciplina, como en la Gramatica los dictionarios y elegancias, y en la Rectorica las oraciones y declamaciones, y assi en otras; sólo pretendió que en cada una se distinguiese lo que hace alguna diferencia, y tiene distinto motivo”[71].

            Otra ordenación biblioteconómica encontramos en un libro singular, la exposición sistemática de los valiosos fondos del doctor utriusque iuris Gabriel Sora y Aguerri (1558-1622), obispo de Albarracín, en Bibliotheca Doctoris Gabrielis Sora [...] incipiens a cognominibus Auctorum frequenter citari solitis, interdum a nominibus, quandoque a sedibus materiarum, ordine alphabetico congesta (Caesaraugustae: Ioannes de Larumbe, 1618)[72]. Como indica el título, los libros están relacionados por riguroso orden alfabético de autores, dentro de unas secciones distribuidas por materias de imprecisa sistematización[73]:

            «Tabula auctorum, qui continentur in hoc volumine, distributa per diversas facultates (f.[147v]): 1 Auctores Theologiae facultatis (f.1). 2 Auctores utriusque iuris (f.22). 3 Auctores Regni Castellae (f.61). 4 Auctores consiliorum (f.66). 5 Auctores Practicae utriusque iuris (f.70). 6 Auctores Decisionum diversarum (f.72: Decisiones diversae doctorum). 7 Auctores Historiae Latinae (f.75). 8 Auctores diversarum facultatum (f.82). 9 Autores de la Historia en Romance (f.94). 10 Autores de los de Romance [incluye traducciones] (f.101). 11 Autores de los espirituales (f.112: libros espirituales). 12 Autores italianos (f.127). 13 Constitutiones diversarum Ecclesiarum (f.130). 14 Manuale [rezado] (f.133). 15 Libri ac tractatus diversi manuscripti (f.134)».

            El apartado octavo («Auctores diversarum facultatum») engloba todas las disciplinas de las Artes Liberales en tan indiscriminado orden alfabético que separa en diferentes letras las obras de un mismo autor según el primer nombre con que aparezcan inscritos; por ejemplo, hay obras de Cicerón registradas en la «C» y en la «M», según se enuncie al autor como Ciceronis o M.T.Cicero, y otro tanto ocurre con Desiderius y Erasmus. Este curioso catálogo, empero, no deja de presentar notable precisión bibliográfica, pues, excepto mención de impresor, anota en compendio los datos necesarios para su identificación, inclusive el tamaño. Para ilustrar esta afirmación, transcribimos la letra «N» del citado apartado de “autores de diversas facultades”, en el cual corren mezcladas obras de diferentes materias en estricto orden alfabético de nombre de pila del autor, excepto la última de Pedro Juan Núñez[74]:

            Natalis Comitis, Mithologiae de Explica- / tione fabularum, & Venatione, Turnoni / 1568.8

            Niceti Coniati Thesaurus Orthodoxae fidei, / Lutetiae. 1580.8

            Nicolai de Milis, Reportorium, 1543.8

            Nicolai Leonici, Opuscula de animalibus, et Problema, / Parisiis 1530.

            Nicolai Peroti Cornucopia, Lugduni 1501.

            Nicolaus Grochinius in Logicam Aristotelis, Lugduni / 1570.

            Nuñesii Rhetorica, Barcinone 1585.8

                                                                                       Criterios de las «Categorías» de Araoz

            Pero del conjunto de todos estos escritos, índices y tratados sobre la ordenación de libros que hemos podido encontrar, el De bene disponenda Bibliotheca es la única obra que aborda teórica y exclusivamente el modo de catalogación de los libros, e implícitamente refleja ya una separación neta entre los objetivos de la bibliografía y la biblioteconomía. En efecto, en todos estas clasificaciones y procedimientos de catalogación que hemos venido mencionando la existencia de los libros es previa a dicha ordenación; en cambio, la distribución «categorial» de Araoz es teórica y procede deductivamente a partir de una clasificación de los saberes en razón de su objeto. En este sistema el método es lo primordial, pues sirve para organizar cualquier conjunto de libros, reales o posibles (38). En consonancia con esta concepción apriorística, la exactitud bibliográfica[75] es prácticamente nula, ya que autores y obras están expuestos siempre a modo de ejemplos para ilustrar el planteamiento teórico; pero tampoco esta relación de ejemplos aleatoriamente espigados de su bagaje cultural resulta ser paradigmática: en ningún momento pretende establecer un canon de autoridades de cada una de los apartados, que, mediante la expresión et alii, va dejando abiertos a previsibles adiciones.

            Y este punto de la clasificación de materias, que otros autores pueden llegar a resolver en unos pocos renglones, se ve notablemente dilatada por Araoz al tener que ir exponiendo los motivos de una ordenación personal vinculada a la tradicional concepción jerárquica de los saberes que referíamos al principio; e igualmente, rellenan estas páginas algunas digresiones al hilo de su exposición, que no aportando nada al asunto de la clasificación resultan, sin embargo, una forma como otra cualquiera de ilustrar y amenizar un argumento, aunque necesario, ya de suyo bastante aburrido.

            Vamos, por fin, a exponer sumariamente estos gradus ad humanam salutem que a través de su organización de libros nos propone Araoz; señalamos nuestro concepto de cada categoría en cursiva, seguido de los apartados numéricos establecidos y, dentro de éstos entre paréntesis, sus propias divisiones, estén destacadas o no con su correspondiente epígrafe, amén de las digresiones entre corchetes rectangulares:

I: Gramática. 1) Calígrafos, 2) diccionarios, y 3) gramáticos. [Exclusión de tópicos de una materia concreta]: 45-49.

II: Obras de referencias. 1) Lugares comunes, y 2) obras para entender otros autores: 50-53.

III: Oratoria. 1) Preceptistas, y 2) oradores: 54-56.

IV: Literatura en prosa. 1) Historiadores profanos veraces (General, Nacional, Local, Familiar, Biografías y Anecdótica) y 2) fabulosos. [Aviso contra los libros perniciosos]: 57-64.

V: Literatura en verso. 1) Poetas profanos (inclusive los preceptista de arte poética) y 2) comediógrafos. [Excurso sobre la censura y la licitud del teatro]: 65-81.

VI: Ciencias Exactas y Tecnología. 1) Geómetras, 2) músicos, 3) aritméticos, y 4) astrólogos. [Descripción de una capilla de cantores]. (Geografía, relojería, perspectiva y pintura, arte militar, destreza con las armas, equitación, pesas y medidas, ingeniería y reglamento de juegos): 82-92.

VII: Ciencias Naturales y Aplicadas. 1) Físicos, 2) Médicos (Medicina empírica, racional y metódica), 3) Agricultores, y 4) Cocineros. (Lapidarios): 93-98.

VIII: Ética. 1) Tratados, 2) fábulas morales, 3) jeroglíficos, 4) emblemas, 5) símbolos y 6) proverbios. [Primacía del espíritu sobre la materia]: 99-102.

IX: Derecho Civil. 1) Políticos (Sobre el estado, rey, soberano, ministros del soberano, aristocracia, embajador, gobernadores) y 2) juristas (legisladores, expositores, tratadistas, jurisperitos, decisionistas): 103-111.

X: Derecho Canónico 1) Canonistas y 2) sumistas. (Reglas de órdenes religiosas y militares, estatutos de iglesias, estilos de tribunales eclesiásticos): 112-118.

XI: Teología Escolástica. 1) Curso de artes y 2) teología escolástica. [División de la teología en escolástica, positiva y moral]. (Apologética, escritos contra gentiles y heterodoxos): 119-122.

XII: Sagrada Escritura 1) Biblia, 2) sus traducciones, 3) sus comentarios, y 4) sermones. [Teología positiva]: 123-127.

XIII: Historia Sagrada. Historiadores eclesiásticos. (Antiguo Testamento, Cristología, Mariología, cronografía, hagiografía, hodoepórica): 128-135.

XIV: Patrología. 1) Padres y doctores de la Iglesia, 2) doctrina sagrada de cualquier índole. [Padres y doctores de la Iglesia. Teología moral. Ascética]: 136-143.

XV: Culto religioso. 1) Poetas espirituales, 2) libros de rezos (cómputo eclesiástico, ordenación del culto) y 3) litúrgicos (ceremonias, oficiantes). [Triple vía de la ascética. Unión mística. Supresión del apartado de «autores varios»]: 144-158.

            En primer lugar resalta en este resumen la división de impronta medieval entre lo profano (I-IX) y lo divino (X-XV); luego, la progresión de los saberes partiendo desde las disciplinas que hoy llamaríamos de Letras (I-V), después, las Ciencias (VI y VII), seguidas de la Moral (VIII), la Política (IX), los dos Derechos (IX y X), para culminar en la Teología, en la que están incluidas y subordinadas la metafísica y la lógica (XI), tal como se recoge en el conocido adagio del pensamiento cristiano tardoantiguo, philosophia ancilla theologiae[76], a que alude claramente nuestro autor (122).

            En la clasificación de la parte profana persiste netamente el sistema pedagógico antiguo de las artes liberales, con la división medieval de artes sermocinales o del discurso (Trivium: gramática, retórica y dialéctica[77]), y las artes reales (Quadrivium: aritmética, geometría, astronomía, música), aunque bastante modificadas las primeras por las innovaciones del movimiento humanista. La pedagogía de los humanistas italianos renovó las antiguas materias del Trivium desarrollándolas en Gramática, Elocuencia, Poesía, Historia y Filosofía Moral, y dejando la dialéctica a la competencia de los filósofos profesionales[78]. En efecto, en las categorías de Araoz la gramática sigue siendo considerada la ianua scientiarum, pero sin la supremacía con que la adornaron los filólogos renacentistas. Ya vimos el valor que daba Poliziano al oficio de grammaticus. Por contra, en virtud del espíritu tridentino del que se encuentra imbuido Araoz, las letras humanas han pasado a ser un mero complemento de la formación religiosa[79].

            Abriendo el primero y ínfimo apartado sitúa la caligrafía, pues para la educación y la cultura, en todas las épocas y hasta no hace mucho, ésta constituía una técnica de mucha más relevancia de lo que lo es en la actualidad por motivos obvios[80]. En este mismo apartado de la caligrafía incluye una parte de la gramática, la ortografía, siendo fiel a una coherente relación de forma y contenido en que estructura esta categoría: el arte de trazar las palabras y escribirlas correctamente, su significado individual y su uso. Y así, el segundo apartado es el de la lexicografía, de la que explícitamente se separan los diccionarios terminológicos de ciencias concretas. El tercero y último es el de las gramáticas, tanto de las dos lenguas clásicas como las de algunas modernas, entre las que resalta por su ausencia la gramática española de Nebrija.

            Como desarrollo también de una de las partes tradicionales de la multifaria ars rhetorica, la inventio, hay que considerar la segunda categoría, consistente en lo que hoy entendemos como obras de referencias, enciclopedias generales y repertorios de tópicos. En efecto, en el primer apartado que es de «lugares comunes» incluye la ya mencionada Bibliotheca selecta de Antonio Possevino, que, como hemos visto, es una bibliografía organizada de todos los saberes que sustentaba la ratio studiorum de los jesuitas. El segundo apartado de esta categoría está definido por aquellas obras que sirven para entender a otros autores, es decir, las enciclopedias, misceláneas de varia lección, que junto con la epístola literaria constituye el precedente del género ensayístico, las historiae litterariae, repertorios bibliograficos y demás susidios eruditos; y aunque el autor no se lo plantea, es en este apartado donde adecuadamente cabría su opúsculo, y otros que no se podrían encajar en las otras categorías, tanto más por cuanto excluye de ésta los tratados de tópicos de una ciencia concreta, de los que, a modo de preterición, enuncia tres ejemplos cuya correcta adscripción nos confía a los avezados usuarios.

            La tercera incluye exclusivamente a la retórica, como preceptiva y práctica del discurso, es decir, elocutio y actio, en virtud de la reducción de competencias de la retórica que fue operada por teóricos renacentistas como Rodolfo Agrícola y especialmente Pedro Ramus[81].

            La materia de las categorías cuarta y la quinta son las bellas letras, a las que divide, en pro de la simplificación taxonómina, con un criterio puramente formal: prosa o verso, con absoluta independencia del género literario a que pertenezcan. La subdivisión de la cuarta categoría, literatura en prosa, encubre un obstáculo terminológico, las diferentes acepciones que en castellano tiene la palabra 'historia', que Araoz intenta salvar con la clara e inequívoca distinción entre historiadores verídicos e historiadores fabulosos, incurriendo en una inaceptable contradicción de términos[82]. La inclusión de las “historias fingidas”, como diría Don Quijote, en el mismo plano categorial que la Historiografía, a pesar del asombro que podría provocar[83], es coherente con el criterio formalista de Araoz, pues, la historia conservaba tanto para Araoz como para sus contemporáneos, su carácter de arte narrativo, género literario para la preceptiva clásica (historia, opus oratorium maxime; Cicerón, De las leyes, 1.8), al cual la pedagogía medieval acabó recluyendo dentro de las artes sermocinales, y que sólo en el canon de los studia humanitatis empieza a ser considerada como disciplina autónoma. El oficio de historiador en la época, representado en su más alto rango por el cronista regio, era desempeñado por el profesor de retórica o el teólogo. La historia como ciencia no estaba definida, pero ya contaba con una larga tradición epistemológica y normativa[84] cuyas diferencias con los “historiadores fabulosos” no pasan desapercibidas a Araoz.

            En la categoría quinta incluyen no sólo los poetas de cualquier género y los autores teatrales sino también la preceptiva poética, que salvo eximios ejemplos por lo general está redactada en prosa. Asimismo, subraya la pertenencia a esta categoría de toda obra didáctica o de tema histórico profano escrita en verso.

            Las dos categorías siguientes recogen de manera global las ciencias exactas y las experimentales; la categoría sexta aprovecha por entero la antigua división del Quadrivium, pero con una alteración del orden de enunciado de estas disciplinas que se nos antoja deliberada, a saber, el orden tradicional es aritmética, geometría, astronomía, música; pero Araoz, implacable en su criterio de ordenación axiológica ascendente, ha distribuido, en primer lugar, la medida del espacio terrestre (geometría), después el número en movimiento y su efecto en el hombre (música), luego el cálculo abstracto (aritmética), y finalmente, la medición de los espacios celestes (astronomía). Asimismo, encontramos una estudiada selección en los astrónomos, que Araoz denomina con el término de Astrologia (83), bastante más empleado en la época por el frecuente uso de esta ciencia en el pronóstico de acontecimientos[85]. En efecto, los autores que nombra en este apartado abarcan las tres concepciones del universo imperantes en la época, a saber, el antiguo o ptolemáico, que propugnaba que todo el universo gira alrededor de la Tierra inmóvil; el heliocéntrico de Copérnico, y el que se presentaba entonces como síntesis de ambos, el del astrónomo danés Tycho Brahe, quien mantuvo que todos los planetas giraban alrededor del sol, y éste a su vez, alrededor de la Tierra. En rango inferior acopla en estas cuatro ciencias una serie de rúbricas que recogen técnicas dependendientes en diverso grado de cálculo y medida[86]. En estos apartados nuestro autor parece sentirse obligado a abultar la nómina de autores cayendo así en algunos deslices: entre los autores que tratan de pesos y medidas menciona al gramático Prisciano; incluye al erudito Tommaso Garzoni entre los ingenieros, quizá confundido por el título de la segunda obra que citamos (91); ha oído hablar del Arte militar de Walhausen, pero no ha leído ni siquiera la portada (90); en dos ocasiones (90 y 91) confunde con autores distintos a Guidobaldo del Monte, e introduce un tal Mortalesius (90) de difícil identificación.

            Las ciencias de la naturaleza son el objeto de la séptima, que contiene también su división cuatripartita que, además de presentarse en este caso forzada y artificial, no se conlleva con ninguna clasificación al uso. Se abre con la historia natural, que es una parte tradicional de la filosofía, como bien había detectado el propio Araoz en referencia al Cursus Philosophicus (84), en la que incluye, sin duda por su renombre, a Platón, aunque erróneamente, habida cuenta de que “En Physica, Aristóteles es sobre todos, porque Platón y los Académicos no se quisieron accomodar a la gente común”[87]. Le sigue la medicina, que siempre fue un saber independiente del ciclo pedagógico regular, y cronológicamente anterior a la más antigua formulación de éste. En el apartado de los médicos, Araoz enuncia las diferentes escuelas o concepciones de la Medicina, incurriendo en el error de confundir los metódicos con los racionales. Como comprobación aducimos un párrafo de una obra contemporánea en la que se habla de los médicos[88]:

            Empíricos, fundados sólo en la experiencia de los remedios. Metódicos, que sólo insisten en las sustancias de las enfermedades, sin alguna consideración de lugar, región, de tiempo, de edad, de naturaleza y fuerzas, de hábito, de costumbres, de causa. Los Dogmáticos y Racionales, que no desprecian las experiencias, sino que añaden la razón de las normas. A éstos últimos pertenecen las verdaderas honras.

            Esta división de la Medicina se produce en la época helenística. La escuela empírica surgió como reacción a la tendencia que pretendía fundamentar la terapéutica en la anatomía y otros saberes teóricos desarrollados por los dogmáticos de la tradición hipocrática. Se basaban los empíricos en la experiencia clínica y en la tradición de las observaciones compiladas por otros médicos y, en cuanto a las enfermedades desconocidas, a lo más llegaban a admitir la deducción por analogía de casos semejantes. La escuela metódica se basaba en una concepción mecánica del cuerpo humano, con cierta impronta de atomismo epicúreo, y una interpretación de las enfermedades como alteración de las partes sólidas[89]. Tanto la medicina methodica como la dogmatica se vieron opuestas a la 'empírica' (cf. Blaise, s.vv. dogmaticus, methodicus), debido al carácter exclusivamente práctico de un saber ceñido a la experiencia y alejado de la especulación científica, que también acabó englobando a los anatomistas y a los cirujanos, desprestigiados por prejuicios religiosos (Ecclesia abhorret a sanguine) y académicos, por considerarse saber práctico, ars mechanica et servilis.

            A estas dos ciencias agrega en evidente rango menor la agricultura y el arte culinario, para terminar haciendo alusión a la petrología y gemología, cuya inclusión en este apartado de la naturaleza de los seres vivos se deba, todavía, a esa concepción mágica y precientífica de los lapidarios medievales que atribuía poderes medicinales a las piedras preciosas. Estas dos últimas clasificaciones acogen, aunque implícitamente, las artes mechanicae, que durante mucho tiempo no fueron objeto de tratados escritos; en contraste con las artes liberales, estas artes manuales y artesanales eran consideradas “serviles o de oficio”, es decir, un saber de transmisión fundamentalmente oral, especializado y recluido en los gremios.

            La moral natural, incluida en el campo del humanista, está adscrita a la octava categoría con una división aún más formal que la de la literatura: atendiendo a la presentación de un contenido que ya de por sí se considera unitario. Los emblemas están redactados en verso, y las «fabulas morales» bien podrían caber en la categoría IV de los historiadores verídicos y fabulosos.

            La política y el derecho civil cierran la exposición de las categorías profanas; los autores de re publica, tema vigente en la época, están divididos en prolijas secciones en razón del contenido; en cambio, el derecho civil está ordenado bajo un criterio sui generis estrictamente formal, el del modo de abordar la materia, nunca del contenido o del ámbito de aplicación jurídica.

            En coherencia con la sucesión temática abre la primera categoría sagrada el derecho eclesiástico, los canonistas, a los que agrega una parte tradicionalmente incluida en la teología moral, los sumistas y demás escritos casuísticos que ayudaban a la confesión. Incluye también reglas de órdenes religiosas y estatutos particulares.

            La undécima categoría abarca la filosofía y teología escolásticas; la primera representada expresamente por dos materias del cursus artium, la Lógica y la Metafísica, del que había separado la Física para incluirla en las categorías científicas, la VI y la VII. Anejos a estos apartados incluye la apologética y los controversistas.

            La duodécima está ocupada por la llamada teología positiva, denominación no suficientemente aclarada[90], pero que sin duda comprendía, como señala Araoz, las Sagradas Escrituras y sus glosas, traducciones —sólo al latín, “que es la lengua común a todo el orbe” (125)—, y comentarios, a lo que añade la prolífica literatura de predicación.

            La décimo tercera abarca explícitamente todos los subgéneros de la Historia Sagrada y Eclesiástica, desde los libros históricos de la Biblia hasta la hagiografía, hodoepórica y traslaciones de reliquias, y biografías de personajes de la Iglesia.

            Ocupa la décimo cuarta categoría la teología moral, suprema clase del pináculo de las ciencias, que ciñe a la inabarcable Patrística, tanto la griega como la latina, junto con los escritos de los Doctores de la Iglesia y la literatura doctrinal y ascética.

            Por último, culmina la serie de estas quince categorías con la sección que atañe al culto religioso y al estado supremo de perfección, en el que incluye 1) la poesía a lo divino, 2) el rezado, con dos apartados: los escritos catequísticos y el cómputo eclesiástico y 3) la liturgia. Aprovecha esta división tripartita para ponerla en conexión, por una parte, con los tres estados de la ascética (triplex medium triplici huius praedicamenti titulo consonum 152), y, por otra, con las tres grandes divisiones de la teología: escolástica, positiva y moral (154).

                                                                                   Síntesis y fundamento de la clasificación

            Los contenidos de las quince categorías pueden quedar sintetizados en cuatro órdenes universales: VERBVM, RES, HOMO, DEVS, esto es, la palabra (I-V), el mundo (VI-VII), el hombre moral (VIII) y social (IX), y lo divino (X-XV). Esta síntesis, que Araoz no expresa en su clasificación gradual pero que vemos claramente implícita si se considera el objeto de las categorías desde su propio punto de vista, podría ser adecuada y operativa si no hubiera sobrecargado los apartados concernientes a la cuestión divina, al parcelar excesivamente unos contenidos de por sí análogos, y sacrificando la homogeneidad de materias como la oratoria (III y XII), el teatro (IV ó V y XIII ó XV [67]), la poesía (V y XV), la historia (IV y XIII) o la moral (VIII y XIV) en aras de la tajante división de lo profano y lo divino. Pero la concepción de Araoz sobre la pluralidad libresca responde por entero a ese siglo que llamó Américo Castro de exclusivismo religioso. Basta echar una ojeada a otras clasificaciones bibliográficas para comprobar una vez más que el peso de la religión gravitaba en todos las facetas de la cultura en una época, además, en que el pensamiento filosófico aún no se había desligado e independizado de la teología. En efecto, en la clasificación que desarrolla Claudio Clemente en la que resulta ser la obra más prolija que versa estrictamente sobre biblioteca de aquellas que se publicaron o elaboraron en el ámbito hispano, los apartados religiosos ocupan más de la tercera parte:

            I Biblia Sacra. II Patres Latini. III Patres Graeci. IV Scripturae sacrae interpretes. V Controversiarum de Fide disceptatores. VI Concionatores. VII Theologi Scholastici. VIII Theologi Morales. IX Ius canonicum. X Ius civile. XI Philosophia comtemplativa. XII Philosophia moralis. XIII Mathematici. XIV Physiologi. XV Medici. XVI Historici Sacri. XVII Historici Prophani. XVIII Philologi Polyhistores. XIX Oratores, Rhetores. XX Poetae. XXI Grammatici. XXII Pii Ascetici. XXIII Codices manuscripti. XXIV Hebraei, Chaldaici, Syriaci, Arabici, Aethiopici.[91]

            Asimismo, son de escritores de temas religiosos las nutridísimas 12 primeras secciones de las 23 en que está dividido el monumental índice de materias de la Bibliotheca de don Nicolás Antonio (II 535), cuyo elenco podemos decir que abarca precisamente todo el Siglo de Oro (1500-1670). A lo que habría que agregar las obras de los otros apartados que están estrechamente vinculadas a esta misma cuestión. El escrutinio de las obras atendiendo a esta noción arroja un balance realmente desproporcionado: 5.835 de tema religioso frente a 5.450 obras cuyo objeto, al menos en principio, no lo es; pues, más que en ninguna parte, “en España la función de escritor ha estado, durante mucho tiempo, al servicio de la religión”[92]. Pero es lo que había, y antes que ponerse a lamentar las carencias de nuestro pasado, creemos que será más válido estudiar y explicarnos el sentido de los datos objetivos que nos proporciona.

            En lo que modestamente nos atañe, no es de extrañar, pues, que el rasgo predominante en toda esta exposición sea la subordinación de la cuestión secular y humana a la eclesiástica y divina (118) hasta el punto de dar la sensación, cuando se leen estas declaraciones de jerarquización, de que los saberes recogidos en las primeras nueve categorías no sólo están en un grado inferior en virtud del mencionado orden axiológico, sino que son accesorios y hasta superfluos; y más, aún, los dos excursos intercalados en la parte profana, el de la licitud del teatro y el de la capilla de cantores, acaban derivando hacia lo divino, esto es, el auto sacramental y la música religiosa, culminándose la exposición de su sistema bibliográfico con una descripción con inequívocas reminiscencias místicas[93] acerca del sumo estado de perfección, donde se equiparan las tres partes en que está dividida esa suprema categoría con la triple vía de la ascética (151-153).

            Quod erat demonstrandum, podría haber concluido perfectamente nuestro autor, cerrando así el proceso de demostración que había empezado con la «Explicación del jeroglífico que precede» a la obra: todo conocimiento procede de la sabiduría divina (40), que todo lo abarca de cabo a rabo ordenándolo con mesura (18), e imponiendo los justos límites para saber sólo lo que conviene (21) y no perderse en vanas especulaciones (13), pues del mismo modo que aquello por cuya causa algo es de tal cualidad, posee dicha cualidad en mayor grado (5, 102), e igualmente, del defecto en la causa procede la maldad de lo causado (72), así la sabiduría de Dios, cual manantial de agua viva, riega de arriba abajo los conocimientos útiles y benéficos y abastece los veneros y aljibes (10) de donde deben aprender los hombres piadosos movidos por su deseo natural de saber (6). Su sistema de clasificación bibliográfica no es un instrumento para buscar la verdad, pues la Verdad ha sido revelada, sino un medio para el conocimiento de la Verdad revelada y, por ende, para la perfección humana (143). Aquí radica la diferencia con la crítica epistemológica que ya se decantaba en otros centros intelectuales. Con esta mentalidad que subordina la razón a una moral establecida, dogmática y social e individualmente represora cuadran las exclusiones y prohibiciones de los libros perjudiciales (63, 68), pues lo prioritario, según el mandato tridentino, era la salvación de las almas.

                                                                                                              Afinidades taxonómicas

            En este orden jerárquico de materias que parte, como hemos dicho, de las disciplinas básicas del sistema pedagógico de las Artes Liberales, hay reflejos de la que aparece en los primeros libros de Etimologías de san Isidoro[94]; de modo que cualquier afinidad en este aspecto habida con alguna distribución bibliotecaria anterior a la de Araoz habremos de atribuirla sin duda a esta ilustre secuencia de los libros isidorianos[95]. Y destacamos esto porque lo más común en el orden de cualquier clasificación bibliográfica es comenzar precisamente por lo más abstracto o supremo, la teología junto con su criada la filosofía, colocada en el pináculo de las ciencias en ciclo inverso al de su aprendizaje[96]. Esa ordenación jerárquica se desprende del título de los libros en que se desarrollan los dos tomos de la obra que constituye la réplica bibliógrafica de la Contrarreforma y punto de referencia en este aspecto para el ámbito católico, la Bibliotheca del jesuita Antonio Possevino[97], citada por Araoz y probablemente consultada, habida cuenta de algunas semejanzas en la agrupación de materias, amén de leves coincidencias terminológicas. Los dos tomos de la obra separan claramente lo divino de lo profano:

            Tomo 1, libro II: Divina Scriptura, sive Theologia Positiva. III: Theologia Scholastica; Practiva sive de casibus conscientiae. IV: Theologia Catechetica. V: De seminariis Ordinum Regularium etiam Militarium. VI-XI: [Teología polémica: Iglesia Griega, Herejías, Protestantes, Mahometanos, pueblos asiáticos y americanos]. Tomo 2, XII:  Philosophia. XIII: Iurisprudentia. XIV: Medicina. XV: Mathematica [incluye Música, Arquitectura, Cosmografía y Geografía]. XVI: Historia omnium gentium [...] Quinam veraces historici, vel labe aliqua aspersi. XVII: De Poesi et Pictura Ethnica vel fabulosa collatis cum vera, honesta et sacra. XVIII: Cicero collatus cum ethnicis et sacris scriptoribus [añade Epistolografía y oratoria sagrada].

            Ese es el orden axiológico descendente de la mayoría de los esquemas clasificatorios mencionados, a los que agregamos la distribución en diez classes de Angelo Rocca, que podría ser considerado tan precursor de la CDU como el mismísimo Pitágoras[98]:

            Prima classis: Biblia. Ius Canonicum. Theologia. II: Philosophia. III: Mathematica. IV: Medicina. V: Iurisprudentia. VI: Hebraica. Graeca. VII: Latina. VIII: Artes mechanicae (ars militaris, architectura, pictura, venatio) IX: Varia (ars natandi, nautica, culinaria, res uxoria) X: Miscellanae. Stromata (varias res continet). Encyclia (haec disciplinarum orbem continent)[99].

            Así también, principia por la teología o la filosofía algunos de los sistemas utilitarios empleados hoy día, como las secciones generales del catálogo razonado de Brunet (1865)[100], o la ya mencionada decimal de Melvil Dewey (1885)[101], que por supuesto carecen del carácter axiológico y del didactismo inherentes a una mentalidad precientífica.

            Otra cosa es cuando la catalogación de libros se conecta con la clasificación de las ciencias. Ya Gesner, en la que realiza secundum Artes et Scientias en 21 partitiones, había distribuido las diferentes materias dentro de una estructura arbórea en bloques cuyas denominaciones (SUBSTANTIALES, PRAEPARANTES, NECESSARIAE, ORNANTES) implicaban una valoración, y a lo largo de un proceso evolutivo al que se asemejan la implícita en la tabla escurialense de Arias Montano y ésta jerárquica y gradual de Araoz, pues culmina también en la teología partiendo de la consabida serie del Trivio y el Cuadrivio. Parecido carácter progresivo tienen también los organigramas, de raigambre ramista, que confeccionó Cristóbal de Savigny (1530-1608) para ofrecer una exposición sinóptica de todas las “artes liberales”: Gramática, Retórica, Poesía, Dialéctica, Aritmética, Geometría, Óptica, Música, Cosmografía, Astrología, Geografía, Física, Medicina, Metafísica, Ética, Jurisprudencia, Historia (Cronología), Teología[102].

            Crítica del sistema de Araoz

            Pero en la cuestión de la ordenación de los libros, el problema estriba no tanto en una clasificación general de sus contenidos, responda ésta o no a un orden axiológico o meramente propedéutico, sino en una organización adecuada de las diversas secciones de cada uno de las grandes apartados, que será tanto más compleja cuanto más se analicen y segmenten cualquier tipo de disciplinas, y en este aspecto, este directorium resulta francamente endeble. El error de enfoque de Araoz es haber vinculado sistemáticamente una cuestión esencialmente sin importancia, como es la distribución de materias bibliográficas y su organización topográfica, a una concepción jerárquica de los saberes. Haber confundido el medio con el fin, la organización del conocimiento con el conocimiento mismo, el orden en el aprendizaje con una escala de prioridades de índole más dogmática que científica. Y este planteamiento inicial convierte en poco eficaz y operativo su sistema de catalogación, invalidando los magros resultados de su propósito de buscar afinidad y uniformidad en materias aparentemente diversas (38). Porque, al fin y al cabo, si se persigue la comodidad y el provecho de los estudiosos (37), la mejor ordenación es la que sea más fácil de recordar, como señaló Gabriel Naudé adaptando a su argumentación una cita de Marco Tulio (ordo est maxime qui memoriae lumen affert)[103], y para ello no hay nada más apropiado que el bendito invento de los fenicios, nunca aplicado por Araoz en ningún apartado en que divide sus categorías ni mencionado explícitamente, a no ser que se interprete como tal una velada alusión (20) que habría de quedar sin consecuencia alguna al no desarrollarse en el decurso de la exposición de los praedicamenta. En efecto, la utilización del orden alfabético habría comportado la anulación de ese otro orden axiológico que es su principal originalidad y el fundamento de su propósito.

            Otro defecto del sistema de Araoz de ordenación de libros es haber mezclado criterios diferentes incluso en una misma categoría. Podríamos hablar de criterios materiales, formales, e incluso finales, si entendemos como el objetivo de la clasificación la perfección místico×ascética de que está impregnado este orden axiológico, o en el caso de una categoría concreta, la división de la décima, realizada en razón de la finalidad de las obras en ésta incluidas, es decir, la determinación de juez de fuero externo e interno (112). Atendiendo a la materia tratada se ha realizado la tajante división entre lo profano y lo divino, pero la división de la creación literaria, categorías IV y V, se realiza en virtud del aspecto formal de la obra, según esté escrito en prosa o verso. Sin embargo este criterio formal al margen del género literario no afecta a la categoría VIII, donde bajo el epígrafe de escritos morales se recogen tanto los escritos en prosa, como los poemas de los emblemas y jeroglíficos. Asimismo, en la categoría V, la de la producción literaria en verso de tema profano, acoge también los tratados de Poética, mencionando algunos contemporáneos que precisamente están escritos en prosa (66). En una misma categoría, la IX, se recogen los autores de política, relacionados por su contenido y en orden descendente, desde el rey hasta los ministros, en cambio los juristas están distribuidos según la forma en que adoptan la exposición de su doctrina. Además, en unas categorías, como la primera, la sexta, la décima, la undécima, la subdivisión adopta claramente también un orden ascendente en razón del valor e importancia que el autor da al tema; en otras, es descendente, como la cuarta, la séptima, la duodécima, la décimo cuarta; y las restantes más bien están ordenadas según un criterio plano, como debe ser, pues el orden tendría que establecerse en el aprendizaje, no por un valor intrínseco conferido a la disciplina.

            Tampoco se observa un criterio uniforme en el enunciado de los apartados principales de cada categoría y sus eventuales divisiones. A pesar de la declaración liminar de que distribuye todos los libros en esas quince categorías que bastan para englobar todas las materias que estos traten (43), la división en dichos apartados numéricos nunca se realiza por materias, “según las artes y ciencias”, sino por las denominaciones profesionales de los autores; en cambio, las subdivisiones que incluye o anexa a los apartados profesionales están realizadas de acuerdo con la materia concreta sobre la que versan los libros que cita. Al señalar, por un lado, autores en vez de materias, obvia así la consignación bibliográfica, tanto más laboriosa cuanto más precisa, englobando implícitamente toda la producción sobre dicha materia del autor mencionado.

            En virtud de la clasificación categorial preestablecida, se ve obligado a proponer explícitamente una denominación principal para encuadrar a aquellos autores que hayan escrito sobre diversos temas (156); y ello con el objeto de fundamentar la eliminación del apartado de «Autores Varios» (158), etiqueta que encontramos utilizada, acaso inevitablemente, en muchas otras clasificaciones bibliográficas. Pero la adscripción a una categoría determinada en razón de la actividad principal de su autor no implica que en la práctica mencione a unos mismos autores en diferentes categorías, como Ravisio Téxtor, Lope de Vega, Pérez de Moya, el cardenal Belarmino o Pedro de Ribadeneyra. Esta aparente dispersión se habría subsanado con haber establecido la ordenación general por las materias tratadas en los libros, como había propuesto, y no por autores, que es como en realidad la lleva a cabo. Pero ya se ha dicho que la notación bibliográfica está hecha siempre sólo para ejemplificar los diferentes apartados.

            Se echa en falta también un epígrafe categorial que describa en toda su amplitud sus contenidos y permita, al mismo tiempo, acrecentar la subdivisión de cada una de éstas con disciplinas nuevas o no consideradas expresamente en este original directorium de bibliotecas, cuyo error principal quizá estribe en haber sido destinado no a los bibliotecarios, que custodian y conservan los libros, sino a los estudiosos, que sin parar los manejan (39) y nunca encuentran tiempo para dejarlos ordenados.

                                                                                                     Los libros y lecturas de Araoz

            Es evidente que nadie que no gustase de la lectura de la forma en que hoy la practicamos, se iba a devanar la sesera en elucubrar un procedimiento para organizar sus libros tan coherente como para considerarlo digno de publicación. Esta pretensión, al mismo tiempo que delata cierta vacación mental inmune de deberes o intereses profesionales, comporta también por medio de su reverente celo por los libros una saludable inquietud intelectual. Pues aparte de que para abordar tan completas directrices bibliotácticas se precisa de una visión enciclopédica del saber, por superficial que ésta sea, amén de una voluntariosa y metódica capacidad de síntesis, nuestro “desocupado lector” manifiesta afición y gusto por la mayoría de los fenómenos culturales que se producían en la sociedad de aquellos años dorados[104]. En efecto, sus inquietudes e intereses intelectuales, y también sus defectos, se asimilan a las tendencias del mundillo artístico y cultural de las academias literarias que vemos reflejado en obras coetáneas como El embajador del Conde de la Roca (1620) o los entonces inéditos El culto sevillano de Juan de Robles (1631)[105] o los Días geniales del bueno de Rodrigo Caro (1626)[106]. Pues Araoz no sólo se muestra receptivo a las corrientes espirituales que se transmitían por vía textual, como la ascética y la mística, sino que también tiene su propia opinión al respecto de la controversia sobre las representaciones escénicas que por entonces estaba en el candelero. Asimismo, la descripción que ofrece de una capilla de cantores indica una entusiasta afición por la música, en cuyo apartado cita a autores que debió de conocer no precisamente por la mera posesión o examen de sus libros[107]. Del conjunto de autores y obras que en su activo y enciclopédico diletantismo enumera a guisa de ilustración del planteamiento teórico destacan las obras de las secciones que tienen un marcado componente 'poético', esto es, creativo, por encima de las de contenido especulativo, científico y técnico o erudito. Sus principales carencias no sólo se manifiestan en las materias de matemáticas y ciencias naturales (VI y VII) en las que nuestro país empezaba ya a quedarse al margen del avance conjunto de la ciencia y la técnica, sino también en las parcelas del saber en que cabría esperar una documentación concreta por parte del alguacil mayor de la Audiencia, como son sin duda los apartados de juristas y canonistas. Mas tampoco en la filosofía y teología dogmática, ni en los instrumenta philologica de las tres primeras categorías, presenta una mención más o menos completa de obras representativas por su influencia tradicional o su impacto innovador en la época: ya hemos dicho que Araoz no establece un catálogo de autoridades. Por contra, su exposición reflejan los gustos e intereses intelectuales del hombre culto de elevada posición: la historia y biografía contemporáneas, los tratados entonces en boga[108] acerca, como cantaba Góngora, “del gobierno del mundo y sus monarquías”, la exuberante producción místico×ascética y la literatura en sus géneros fundamentales o, si se quiere, fundacionales: poesía, teatro y novela. También, en unos años en que arreciaba el férreo control inquisitorial, a lo que coadyuvaba la restrictiva política editorial de Felipe IV[109], se le permitió mencionar unas pocas obras y autores prohibidos o relegados por el Santo Oficio, quizá porque al estar este manual de bibliotecas redactado en latín quedaba a salvo de la lectura de los idiotas a los que había que proteger del riesgo de escritos perjudiciales. Así, sorprende encontrar citados en esta inocua obrita no sólo a autores damnati como Dolet, Erasmo, Escalígero, Gesner, aunque enmascarado bajo un falaz Getznarus (94), o Copérnico, sino también otros españoles cuyas obras fueron objeto de reprobación o expurgo por parte de la oficiosidad de los censores, tales como Juan de la Cruz[110], Juan de Ávila, la Celestina, Torres Naharro, el Lazarillo, Mal Lara, o incluso Política para corregidores de Bobadilla[111].

            Es en la literatura de tono eutrapélico (61), algunos de cuyos títulos tiene la humorada de latinizar, donde se nos declara Araoz como un auténtico lector hedonista, que halla ocasión y espacio para mentar manuales de ajedrez (81, 92), del juego de damas, de equitación y esgrima (91), o culinarios (97), en menoscabo de más serias disciplinas, y a pesar de que en su declaración de principios se hace eco de los recelos ante los excesos de la producción libresca (43), a pesar de su anatema contra los libros nocivos (64), a pesar del tufo levítico que exhalan sus digresiones, hay que admitir que era “aficionado a leer, aunque sean los papeles rotos de las calles” (Quijote, I 9), y que su sentimiento ante la letra impresa es todavía esa jovial y optimista actitud de que “no hay libro, por malo que sea, que no tenga alguna cosa buena”[112]. No de otra forma, más satisfecho sin duda de los libros que ha leído que del que ha escrito, podría haberse explayado sobre los libros y su organización, y si las circunstancias se lo hubiesen permitido, en vez de la alusión a la unión mística que culmina su cuidada exposición bibliotáctica, cuadraría que hubiese concluido confesando que se “figuraba el Paraíso sub specie bibliothecae[113].

                                                                              Descripción del impreso

CONTENIDO:

Portada: DE BENE  / DISPONENDA  / BIBLIOTHECA,  / Ad meliorem cognitio- / nem loci & materiæ, qualitatisque  / Librorum, Litteratis perutile  / Opvscvlvm, / AVCTORE D. FRANCISCO  / de Araoz, regalis Audientiae Hispa- / lensis Executore maximo, / D.D. Lavrentio Ramirez / de Prado, Consiliario, Legatoq; Regis / Hispaniarum, Vtriusque Iuris, aliarumq; / Bonarum Litterarum Peritissimo  / Dicatvm. / CVM LICENTIA,  / Matriti. Ex Officina Frãcisci Martinez. / Anno MDCXXXI.

Folio de respeto: f. ¶1.

Grabado del jeroglífico: f. ¶2 (I. de Courbes F.)

Preliminares: ff. ¶3-¶¶¶8.

            Expositio Hieroglyphici: ff. ¶3-¶¶4.

            D.D.LAVRENTIO Ramirez (carta dedicatoria): ff. ¶¶5-7.

            Censura: ff. ¶¶8 (Fr. Juan Ponce de León).

            Licencia del Vicario: f. ¶¶¶1 (Ldo. Velasco i Azevedo).

            APPROBATIO: ff. ¶¶¶2-3 (P.Diego de Ortigosa).

            LICENCIA: f. ¶¶¶3 (Martín de Segura Olalquiaga).

            Fè de erratas: f. ¶¶¶4 (Ldo. Murcia de la Llana).

            Suma de la Tassa: f. ¶¶¶4.

            LECTORI,: ff. ¶¶¶4v-6v.

            PROOEMIVM. ff. ¶¶¶6v-8v.

Texto: ff. 1-57v (= A1-H1).

INDICVLVS: ff. H2-I(3)v.

Colofón: f. I(4)r: MATRITI, / Ex Officina Typographica / Francisci Martinez. / Anno MDCXXXI.

DESCRIPCIÓN MATERIAL: Impreso en 8°, de 15 x 9'9 cms. Cotejo: ¶-¶¶¶4[+4], A-H4[+4], I2[+2] = 92 hojas, foliadas sólo a lo largo del texto de la obra con exclusión de preliminares e índice: folio 1 = A, folio 57 = H (24 hs.+57 fols.+11hs.).

            La página lleva doble caja (12'7 x 7'7, 11'2 x 6'2 cms.), que se enmarcan con líneas rectas continuas, para texto y margen externo completo. En los márgenes, que son exteriores, se constata en el superior (mg.sum.)[114] el encabezamiento centrado del apartado de la obra, en el inferior (mg.im.) a la derecha, como es habitual, una sílaba con guión de señal de página siguiente y, cuando corresponde, más al centro la signatura de la primera mitad del cuadernillo; el margen externo (mg.med.), que es de doble anchura que los dos anteriores (1,4 cm), se emplea para las eventuales citas y anotaciones oportunas.

EJEMPLARES:

            Sevilla. Biblioteca General Universitaria, sgn. 82/141. Carece de portada, y al dorso del folio de respeto (f.¶1v) reza escrito a mano: Bibliogº 1 78 196. Que es la signatura antigua tachada, y más abajo:

            Falta la portada. El título / es: “De bene disponenda Biblio- / theca ad meliorem conditionem / loci et materiae qualitatisque / librorum litteratis perutile / opusculum, Auctore D. / Franco. de Araoz _ Matriti, / Martinez 1631.

            Sevilla. Biblioteca Colombina, fondo Capitular 88-1-35. Encuad.pergamino; también carece de portada; la parte central del margen externo está un poco quemado. Al dorso del grabado (f. ¶2v) reza a mano: “Compuesto pr. D. Franco. de Araoz / Alguacil Mayor de la Auda de Sevilla.”

            Madrid. Biblioteca Nacional[115], sgn. R/34898, a partir del cual se ha hecho (Madrid, 1992) el facsímil con traducción de Lorenzo Ruiz Fidalgo y estudio introductorio de Isabel de Fonseca; se trata de una edición no venal, especial para bibliófilos del Instituto de España (ISBN 84-85559-47-9).

            Salamanca. Biblioteca Universitaria, 21896.

            Santiago de Compostela. Biblioteca Universitaria[116].

            Toledo. Biblioteca Pública, sgn. 23.261.

            París. Bibliothèque Nationale, sgn. Q.3509.

            Londres. The British Library, sgn. 619 c.5[117].

                                                                         Características tipográficas

            Combina varios tipos de letra: el más empleado es la redonda de cuerpo 16, junto con cursiva, capitales y versales. Cada página normal tiene 19 líneas[118]. Presenta las características comunes de la tipografía de la época, a saber[119]:

            Tilde de nasalización de vocales (passim).

            Eventual ę con cedilla para el diptongo -ae-, a veces señalado por el dígrafo æ, así como œ para el correspondiente diptongo latino.

            La denominada i longa, de grafía j, siempre aparece seguida de i sencilla, p.ej.: subijcitur, Varij (f.57r = 157). 

            La diferenciación entre u/v en las minúsculas de todo tipo, pero mayúsculas y capitales siempre V, coincide plenamente con el modo actual, criterio ortográfico adoptado también por muchas de las ediciones actuales de textos clásicos latinos.

            La partícula et está señalada casi siempre por medio del compendio &.

            La s longa, de grafía muy parecida a la f pero sin el trazo central derecho, es de uso generalizado, mas nunca en final de palabra; en las geminadas aparece la primera s longa, la otra redonda sencilla, a no ser que entre ellas se sitúe cambio de renglón; ocasionalmente, la geminada -ss- en la letra cursiva puede estar representada por β.

            Por otra parte, la tipografía de este impreso encierra un estudiado juego de tildes para marcar distinciones morfosintácticas y léxicas; auxilio que, dicho sea de paso, para nada necesita la lengua latina, aunque puede resultar de utilidad a la hora de desentrañar el significado del a menudo claudicante latín de la época. Este procedimiento fue seguido también por muchos impresores de textos latinos en todo el ámbito europeo hasta entrado el siglo XIX.

            Los mencionados signos son:

            Vírgula ante la inclítica: latè'que 11, 115, 127, etc; se trata de una marca que no afecta a la sintaxis. Por el contrario, pueden despejar alguna ambigüedad estos otros:

            Acento circunflejo en algunas vocales largas, como signo de diferenciación léxica (condîtur 97) o sintáctica (curâ 86, 152).

            Acento grave sobre la vocal de la sílaba final de los adverbios: infrà, penè 53, praetereà, imò, primò, secundò, tertiò, rectè, ritè, meritò, mutuatò, summè'que 76, longè 127. benè, optimè 104, facilè 135, 111, 38, ultrò, secundùm 49 solùm 136, secundò 73 primò 72 ultimò 79, ideò 78; superiùs 68; faciliùs, commodiùs 40, 53, aunque observamos sin tilde los adverbios comparativos: facilius 39, validius 104, melius 8, 39, 104.

            Acento grave sobre la vocal de las partículas cùm, quàm, quòd cuando actúan como conjunciones; no llevan tilde si se trata de la preposición o de relativos.

            Pero con esta clase de palabras el procedimiento tampoco es exhaustivo, ya que se deja de utilizar cuando la sencillez de la construcción no presenta ambigüedad alguna, por ejemplo: inspici, quàm 8, pero no: aliam, quam quae 2; sin embargo, podemos observar: Cùm ergo consiliû minus quàm 9; antè quàm 11; etc.

            En definitiva, no es completo, pero sí suficiente, pues, echando mano de la jerga estructuralista, podemos decir que siempre este signo es indicio de término marcado; y consecuente con esta distinción, entendemos como relativo (sciêdi, quod 21) dada la tendencia a emplear quòd como partícula completiva (cf. infra).

            Todos estas características gráficas han sido transcritas fielmente en la edición more paleographico del índice de la obra (159-178).

                                                                                                           Errores y sus correcciones

            Podríamos considerar anomalías tipográficas algunas omisiones y erratas, como el hecho de que el corte de palabras por paso de renglón más de una vez no está señalado con el correspondiente guión; falta ésta justificable por causas tipográficas ante la dificultad que presenta una caja tan reducida con tal cuerpo de letra (in/struamur 79, cho/ris 86, in/terioris 87, qua/si). Otras veces, palabras que se imprimem normalmente separadas, aparecen en ocasiones claramente unidas (implurimum 85; etiam si 71, 74: etiamsi 22, 51, 78, 79 bis, 93, 105, 115, 156, 167, 170). En la edición soslayamos estas insignificancias siempre que no incurran en lesa ortografía, y, en consecuencia, separamos sin explicaciones quodsolum 39, invisceribus 97, indies 152; pero mantenemos sibimetipsis 139.

            Otras grafías peculiares que se dan en este impreso son: absque 13; conditionis[120] 77, 149; diffinitio 12, 52, pero definitio 39, 171, 172; extant 67, 123; imo siempre sin la geminación característica de esta partícula expresiva; siempre intelligentia e intelligere; una vez Poeseos por nominativo; siempre se escribe quatuor (passim) y sigillatim (cf. índice fraseológico). La partícula quam con valor intensivo siempre está escrita unida al adjetivo o adverbio (quambreviter 52, quamplurimis 57, quamplurimi 121, 133, 137), y así la dejamos en nuestra edición.

            Podrían achacarse a simples erratas de imprenta los casos de trueque de letras: coacerbant 16, Mithologia 50 (cf. Mythol- 100), suspitione 70, Moia 83 (cf. Moya 100), implurimum 85, Masius 89 (por Marius), empyricos 95, provitatem 111; letra de menos: interst 21 y 140, posse 32, predicamenta 43, diserere 68, solerti 86, Ierosolymitanum 133, Ephren 137, intio 138, Sanazarus 145, statu 150; o de más: Bellarminii 147, decernant 113, praecisse 52, o- / ope 161.

            Pero debieron de haber estado en el original los evidentes deslices en nombres propios, títulos y rúbricas, algunos de los cuales delatan, como puede deducirse, que del autor o libro citado sólo tuvo noticia de oídas: Achiles 101 (por Achilles), Altenstai 47 (por Altensteig), Aquinatis 136 (por Aquinas), Balausem de Villa 90 (por Wallhausen[121]), Bobistâ 60 (por Bouistau), Boetius 83 (por Boethius), Bullosa 134 (por Rebullosa), Cirigatus 90 (por Sirigatti), Diaphantus 83 (por Dioph-), Didacus 59 (por Hieronymus), Dondoneus 94 (por Dodonaeus), Epitecta 66 (por Epitheta), Ferdinandus 131 (por Petrus), Francisco Morante 45 (por Pedro [Díaz] Morante), Getznarus 94 (por Gesnerus), Guidus, Uvaldus 90 y 91 (por Guido Ubaldo, o Guidobaldo), Hortelius 89 (por Ortelius), Ioannes (por Stephanus 55, por Alphonsus 131), Loriquii 51 (por Lorichii), moechanicis 91 (por mechanicis)[122], Moretus 55 (por Muretus), Papus 83 (por Pappus), Poetices[123] 66, Scaligerus 46 (por Scaliger); Surdus 58 (por Sardus); Testoris 50 y 66 (por Textoris), theologorum 47 (por theologicum), Tito 83 (por Tycho), Varron 96 (por Varro).

            Este último grupo de errores en nombres y títulos han quedado tal cual en nuestra edición, deduciéndose de la nota de la traducción su forma correcta. Sin embargo, fieles a nuestro oficio de presentar un texto lo más depurado posible, hemos rectificado en nuestra edición algunas de las erratas que presentaban formas ortográficamente incorrectas:

            coacervant 16, disserere 68, empiricos 95, initio 138, interest 21 y 140, posset 32, praeci[s]se 52, praedicamenta 43, probitatem 111, sollerti 86, suspicione 70.

            Asimismo, hemos hecho constar en contranota con la concisión acostumbrada tres enmiendas de un tono más crítico:

            1) Hemos rectificado en singular el plural decernant (113, decerna[n]t), que carece de sentido y cuya corrección se prueba con el párrafo que le sigue, en donde aparece el singular decernat en una construcción simétrica.

            2) necessaria (74): Hemos expresado la preferencia por la forma necessariis, ablativo concordado con illis, pues necessaria entendido a) como ablativo debería haber llevado la tilde de alargamiento, tal como la lleva bonâ educatione, con que iría concordado; b) como acusativo complemento de cosa con verbo causativo en voz mediopasiva (defraudantur), a lo que podría dar pie su empleo en latín arcaico con dos acusativos (cf. TLL V 1, 373.20-28), sería una inusitada y aberrante pirueta sintáctica, ajena, por lo demás, al lenguaje unívoco con que se esfuerza nuestro autor en escribir, y c) ambas posibilidades tropiezan con illis, que nunca podría entenderse en puridad referente al sujeto de defraudantur, para lo cual debe utilizarse el reflexivo sibi, que nuestro autor emplea correctamente en otros pasajes (cf. índice fraseológico). A pesar de estos argumentos ha primado en nuestros criterios la preservación del texto del impreso y nos hemos decidido por atribuir a error gramatical, illis en vez de sibi, una incidencia que habría quedado subsanada con la enmienda que proponemos.

            3) Por último, hemos optado por enmendar en nuestra edición el nombre de un autor que en el impreso aparece a todas luces deformado; está en la enumeración de “poetas espirituales” del fol. 51v (146) cuyo comienzo transcribimos a continuación:

            mina Don Georgii Manrique, / Iardin espiritual de Padilla, Iose- / phina de Valdivielso, Vida de san / Isidro Labrador de Lope de Ve- / ga, & alii.

            En efecto, ni existió, ni en ningún Gynaeceum al uso hay constancia de una poetisa sagrada con el nombre de Josefina de Valdivielso. Suponemos que en el alcance asignado debió de rezar una secuencia tal como ésta: Iosephi vita de Valdivielso; que el cajista alteró con este incongruente resultado al no reparar en la latinización del título de una obra enumerada entre dos que van enunciadas en lengua vernácula; y es que la expresión abreviada del título y autor en castellano en el orden en que se está exponiendo, Vida de (san) Joseph de Valdivielso, habría originado alguna engorrosa ambigüedad por la homonimia del autor del poema, fray José de Valdivielso.

                                                                                                                                  Puntuación

            En relación con los casos puramente gráficos tenemos la cuestión de la puntuación, que como era de esperar se aparta claramente de los criterios actuales. La coma está empleada con mucha más profusión de lo que se hace hoy, desde separar completivas de infinitivo de su verbo regente hasta aparecer después de la copulativa enclítica; en consecuencia, el punto y coma denota una pausa menos leve, que es la que señalaríamos hoy con coma, y, por eso, cuando median otros sintagmas, pueda estar entre sujeto y verbo (61) o separar sintagmas de una misma oración (128). Los dos puntos (:) también se emplean con este criterio tan variado, a veces en un plano intermedio entre estos dos signos mencionados, por ejemplo, en 66 hay dos puntos entre sujeto y verbo, aunque podría entenderse pausa ante imò, y sólo una vez (43) los dos puntos están seguidos de mayúscula sin ser cita directa, lo que bien puede ser mera errata tipográfica. Como ejemplo de este uso en la puntuación, presentamos sin más comentario, dada su sencillez, la transcripción de epígrafe de índice de un impreso del siglo XVIII[124]: Primus numerus, Actum: secundus, Scenam: tertius, Versum indicat.

            En fin, lo único claro es el punto, que cancela párrafo, y el paréntesis, que aísla su secuencia del resto de la frase, y, ocasionalmente (78), actúa como pausa leve. Sólo en tres pasajes la puntuación original de este impreso atenta contra el sentido y la sintaxis de la frase: coma entre elementos de un sintagma (superioris, accensi 31), punto ante proposición de ut con subjuntivo (Vt [...] cognoscantur 39), ausencia de coma ante sintagma que se anticipa a la conjunción (litterarum magna praecipue si 158). Pero, salvo en estos tres casos, cuando se enfrasca uno en este latín tan, digamos, peculiar, da la sensación de que la puntuación está implicada en los riesgos sintácticos, o estilísticos, del texto, y según esta consideración podría no necesitar de modificaciones. No obstante, al respecto de la puntuación hemos seguido en nuestra edición las normas y recomendaciones actuales excepto en la mencionada transcripción paleográfica del índice.

                                                                                                                          El latín de Araoz

            Atención especial merece las características sintácticas, estilísticas y léxicas del latín de Araoz, sobre quien han dejado poca huella las distintas tendencias del movimiento humanista, el ciceronianismo a ultranza y sus detractores y conciliadores[125], todos, en fin, con el denominador común de la renovación y vuelta a las fuentes de la clásica latinidad en contra del uso y jerga del latín académico del Bajo Medievo. Y es que Araoz ha debido de estudiar disciplinas que no se destacaban precisamente por cultivar la pureza de la lengua del Arpinate, el curso de Artes, filosofía escolástica, o bien leyes, de lo que se podría colegir por su cargo en la Audiencia sevillana. Su trato con el latín está basado en los manuales escolares al uso, derivados de la labor pedagógica y lexicográfica de Nebrija, y en la Biblia Vulgata, que tal vez fuera el único texto latino que siguió leyendo con asiduidad. Aunque hemos detectado esta parquedad de lecturas de los clásicos latinos, debió de solazarse, como ya hemos indicado, con todos los géneros de la floreciente literatura coetánea, desde la narrativa, cuyos títulos vierte al latín con delectación y humor (62), hasta la más sublime poesía a lo divino (152), sin dejar de lado el teatro, en cuya polémica participa (68-79), ni la música religiosa (85-87). Y es a partir de su esfera profesional y de la lengua materna desde donde hay que entender gran parte de los giros y acepciones del latín de Araoz.

            Ni que decir tiene que existe en este breve escrito la base común a todos los estratos diacrónicos y sincrónicos de la lengua latina, lo cual puede comprobarse en la observación del ordo rectus, en el correcto uso de modos verbales y conjunciones, y también en iuncturae y locuciones perfectamente documentadas en latín clásico (cf. índice fraseológico, locuciones); pero, como hemos apuntado arriba, destacan en esta obra tres rasgos característicos: primero, un fuerte influjo del latín cristiano, tanto en el plano morfosintáctico como en el léxico; en segundo lugar, un empleo bastante discreto de la terminología teológico×filosófica, que se hace patente en el uso de sustantivos abstractos y adverbios en -ter; y por último, pero no menos significativo, la influencia del español, no sólo en modismos de sospechosa latinidad sino también en las acepciones concretas con que se emplean algunos términos, que si bien pudieron tenerlas ya en latín clásico, son las que precisamente poseen en la lengua materna de Araoz; por ej.: classis, dexteritas, pertinere, tractare, offendere, praeoccupati (74), obligati (77); (cf. índice fraseológico, hispanismos).

            Al mismo tiempo, y sin dejar de reconocer el esfuerzo intelectual del autor por haber redactado en una lengua que no era la suya la ordenación metódica y razonada de un material de tanta complejidad como es la producción libresca, es menester admitir que su latín se resiente de redundancias, solecismos, barbarismos, cuando no de errores gramaticales palmarios (cf. índice fraseológico).

            Abusa de la construcción gerundial ampliada con toda clase de complementos, a menudo innecesarios, como el acusativo que incluye en la latinización del título de un manual culinario, De arte condiendi cibos (97), dejándonos así una redundante muestra de Küchenlatein. Contiene acumulaciones de determinantes y predicativos con sus respectivos niveles de subordinadas, ampliadas además por proposiciones de relativo que distancian en exceso los verbos subordinados de aquellos que directamente los rigen. En fin, cuanto más explícito quiere ser, más oscuro se vuelve; nos pasa a muchos. Sirvan de ejemplo de lo que decimos el pasaje donde plantea y resuelve una anticipación retórica (12), un fragmento del proemio al lector que resulta demasiado extenso y confusamente puntuado (37-39), o el breve excurso a cerca de los efectos del canto coral (86-87), donde se enreda con un engrudo de adyacentes circunstanciales antes de llegar al sujeto y verbo de una completiva de ut que se había abierto en la página anterior. Enmaraña aún más la frase la continua pretensión, al estilo de comentaristas y glosadores, de encajar como elementos sintácticos del propio discurso las abundantes citas literales, así como también los encabezamientos y rúbricas de las subsecciones de apartados (p.ej., 21-22, 140, passim).

            Hay que reconocer, en cambio, que a pesar de su recargada fraseología ha seguido el orden sintáctico de la frase latina, pues, como decíamos, respeta en líneas generales la construcción envolvente y centrípeta característica de la lengua del Lacio[126], y consigue también algunos párrafos en los que debemos reconocerle aplicación y esmero al observar cierta simetría retórica en la ampliación de sintagmas por medio de cualquier clase de determinantes, que guardan a su vez concomitancias conceptuales. Tal es el engolado párrafo en que describe la transformación de la moral natural en ley positiva (103-104), o aquel en que expone la génesis y desarrollo de la Historia Sagrada (128-129).

            En el índice mencionado dejamos señaladas las anomalías gramaticales respecto al latín clásico, así como también las relevancias léxicas y fraseológicas, con referencias tan concisas como suficientemente claras para los interesados en estas cuestiones gramaticales.

                                                                                                        Criterios de nuestra edición

            Para la exposición del texto de este impreso hemos seguido diferenciadamente los dos criterios contrapuestos de edición, esto es, la paleográfica y la crítica. Sólo en el índice final de la obra hemos constatado la transcripción fiel de todos los signos y abreviaturas, además del paso de línea (/). Salvo en esta última parte en que se interrumpe la foliación numerada, hemos llevado a cabo, dentro de la limitación que supone utilizar un ejemplar único, la edición crítica de la totalidad del texto del impreso, preliminares inclusive, siguiendo las directrices y modificaciones que hemos señalado antes. Por otro lado, conservamos las mayúsculas y versales porque hemos entendido que su utilización se debe a una clara intención expresiva por parte del autor; también hemos respetado la cursiva, incluso cuando no señala cita textual, nombre de autor y título de obra.

            Cuando por primera vez se edita críticamente un texto, es aconsejable establecer con criterios particulares alguna distribución en capítulos y parágrafos. En el texto que nos ocupa, aunque tiene partes netamente reconocibles a lo largo de sus quince apartados, la notación de su foliación por medio de notas a pie de página nos ha proporcionado un procedimiento regular para realizar una más precisa distribución en parágrafos facticios que comprenden una página del impreso y cuya numeración hemos hecho corresponder, asimismo, con la traducción.

            Nuestra traducción intenta reflejar la enrevesada fraseología del autor pero soslayando la ambigüedad del excesivo empleo de pronombres mediante algunas adiciones de los sustantivos a que éstos se refieren[127]. Los nombres de los autores que menciona han quedado castellanizados y los títulos de las obras están fielmente traducidos del original, pues, como hemos dicho ya, se puede colegir de la nota correspondiente la eventual incorrección. Hemos reservado también para la traducción las notas sobre cuestiones de comentario, así como también la referencia exacta de las citas bíblicas o clásicas que, en cambio, hemos optado por recogerla entre paréntesis dentro del texto de la traducción.

            Ya hemos dicho que el carácter teórico de este tratadito justifica por su parte la falta de una precisa notación bibliográfica, carencia en la que tiene la gloria de coincidir con el Advis de Naudé; pero al editor moderno no exime del comentario crítico que oriente al lector en el aluvión de nombres que presenta. Así pues, para las notas de identificación de autores y obras, que corren insertas entre las de comentario, hemos seguido las pautas siguientes: en los casos en que Araoz aduce sólo el nombre del autor, mencionamos al menos una obra representativa por la que tal autor es citado en ese apartado; cuando menciona el título, tratamos de recogerlo completo y corregido de acuerdo con el ejemplar de la obra que se conserve en las bibliotecas de nuestra Universidad o según el repertorio habitual, siempre dentro del límite temporal de la posible redacción definitiva del opúsculo (1630). En todos los casos, tanto en la identificación de autores como de obras, ofrecemos también las referencias más exactas posibles que aparecen en los subsidios utilizados, obviando toda mención de bibliografía reciente que, de presentarse con la exhaustividad exigible, habría extendido bastante este trabajo. Por este último motivo, también nos hemos resistido a proporcionar todo tipo de notas acerca de los clásicos grecolatinos y de los Padres de la Iglesia, que Araoz cita con su habitual concisión a guisa de una referencia de autoridades tan teórica como deficiente; en verdad que el acervo de ediciones y comentarios humanísticos de estos autores que se custodian en nuestra Universidad reclamaría con provecho el oleum et operam de más de un doctorando. Hemos prescindido también de hacer el estudio estadístico que suelen aportar los trabajos bibliográficos, porque se tergiversarían unos datos que no son reales, como sí lo son los que se deducen de los inventarios de librerías de la época (cf. nota 60).

            Por nuestra parte, con esta concreta identificación bibliográfica no hemos pretendido en absoluto seguir el rastro de la “copiosa y selecta” librería de Araoz, o inferir ilusoriamente su inventario, sino dar una llamada de atención acerca de una pequeña parte de los tesoros de la Biblioteca de la Universidad de Sevilla y, al mismo tiempo, rendir un homenaje póstumo a nuestro amigo Fernando Gascó, catedrático de Historia Antigua, quien durante los meses que precedieron a su muerte prestó su dinamismo y esfuerzo en la comisión para dotar de espacio y modernizar las instalaciones que esta riqueza bibliográfica merece.

 

* Esta monografía se inscribe en el proyecto de investigación de la DGICYT PS91-0106: Diccionario de Obras Latinas del Humanismo Español.

     [1] Cf. Bibliotheca Hispana Nova, I, 402b: D. FRANCISCUS DE ARAOZ, Hispalensis civis, magister apparitorum Regiae curiae ejusdem urbis (vulgarem muneris compellationem Alguacil mayor de la audiencia de Sevilla sic interpretor), Scripsit: De recta componenda Bibliotheca, Hispali in 8. anno 1631.

     [2] Cf. Covarrubias, s.v. DON, p. 482a; costumbre que también se denuncia en Quijote II §2, obra que sin duda entusiasmaba a Araoz, y cuyo título hemos parafraseado —el epíteto está en la acepción más usual—, para sugerir coincidencias cronológicas.

     [3] Cf. D. Ortiz de Zúñiga, Anales eclesiásticos y seculares de la ciudad de Sevilla, IV (Sevilla 1989 [= Madrid 1796]) 270 y 176 respectivamente.

     [4] Cf. Joaquín de Entrambasaguas, Una familia de ingenios: Los Ramírez de Prado (Madrid 1943) 128, n.3.

     [5] “Los inventarios suelen conservar el orden que tenían los libros en los armarios”, según J. Fernández Sánchez, Historia de la Bibliografía en España (Madrid 1987) 85; y dicho orden no guarda relación con la distribución de nuestro tratadito, del que hallamos dos ejemplares dentro del apartado de «Artes Liberales, De letras humanas, libros menores y mínimos de esta clase de Humanidad: Araoz de benè disponenda Bibliotheca, Madrid 1631»; cf. J. de Entrambasaguas, La biblioteca de Ramírez de Prado, II (Madrid 1943) 26 y 30.

     [6] Cf. Entrambasaguas (nota 4) 40-126.

     [7] Cf. MBej 1.31. Puede leerse una graciosa semblanza de este erudito sevillano en Rafael Cansinos Asséns, La novela de un literato, I (Madrid 1982) 98-103.

     [8] Cf. Palau I 97a, y antes Brunet I 375, según los datos que le proporcionan la Bibliotheca Heberiana. Catalogue of the Library of Richard Heber, I-IV (Londres 1834-1836), part. I nº 362, VI nº 149. Asimismo Brunet hace constar que no se encuentra en la recopilación de Joachim Joannes Mader (1626-1680), De bibliothecis atque archivis virorum clarissimorum libelli et commentationes, cum praefatione de scriptis et bibliothecis ante diluvianis: antehac edidit Joach.-Joa. Maderus, secundam editionem curavit Joh.×And. Schmidt, I-II (Helmstaedt 1702), ni tampoco en el tratado de Johann David Koehler (1684-1755), Sylloge aliquot scriptorum de bene ordinanda et ornanda bibliotheca (Francfort 1728).

     [9] Así en el excelente estudio Domínguez XVII, p. 215 nº 1.109; en vez de estar incluido en el apartado 4: «Citas erróneas de impresos del período estudiado», p. 305.

     [10] Con los libros de Richard Heber, de cuyo catálogo corrigió Brunet el título (v. nota 8), tuvo contacto nuestro gran bibliógrafo; cf. A. Rodríguez Moñino, Historia de una infamia bibliográfica. La de San Antonio de 1823. Realidad y leyenda de lo sucedido con los libros y papeles de don Bartolomé José Gallardo (Madrid 1965) 19, n.16.

     [11] El ejemplar del opúsculo de Araoz del bibliófilo madrileño estaba sellado con sus armas; después de consignarlo con exactitud anotó en su catálogo: “Buen exemplar de un libro raro”; cf. Marqués de Morante, Catalogus librorum doctoris D. Joach. Gomez de la Cortina, march. de Morante, qui in aedibus suis exstant, VI (Madrid 1859) 424. Algunos datos sobre el destino de aquella biblioteca, cf. Habis 23 (1992) 393-395.

     [12] Aparece en el listado alfabético de la Hispanic Society; cf. Clara L. Penney, Printed Books, 1468-1700 in the Hispanic Society of America. A Listing, (Nueva York 1965) 35.

     [13] La Ciencia Española, I-III (Santander 1947); nada hay en la edición de las obras completas.

     [14] Su promotor, Toribio del Campillo y Casamor (1824-1900), señalaba los “trabajos inéditos o impresos de rareza grande, debidos a bibliólogos españoles, no sólo escritos en castellano, sino también en latín”; cf. RABM, II ser., 9 (1883) 163. Del tema sólo llegó a publicar lo que citamos en notas 37, 58 y 73; cf. A. Ruiz Cabriada, Bio×Bibliografía del Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, 1858-1958 (Madrid 1958), 186 ss.

     [15] Biblioteca bio×bibliográfica. Catálogo [...] de libros y folletos españoles y extranjeros referentes a Bibliografía, Biografía, Bibliofilia, y la Imprenta y sus artes auxiliares [...] por Francisco Beltrán, Madrid 1927; no menciona tampoco ni a Alonso Chacón, ni a José Maldonado (v. infra).

     [16] Cf. Catálogo de libreros españoles (1661-1840) (Madrid 1945) 18. De aquí recoge la noticia para su excelente manual Agustín Millares Carlo, Introducción a la historia del libro y de las bibliotecas (México 1971) 265 n.23.

     [17] “Lorenzo Araoz”, en el apartado 'Historia', s.v. bibliotecología, apud J.Martínez de Sousa, Diccionario de Bibliología y ciencias afines (Madrid2 1993) 103. También erróneamente se ha atribuido a Araoz la innovación léxica de la palabra 'bibliografía' en V.J. Herrero Llorente, Introducción al estudio de la Filología Latina (Madrid2 1988) 202.

     [18] Por el Instituto de España, con trad. de Lorenzo Ruiz Fidalgo y estudio introductorio de Isabel de Fonseca (Madrid 1992). Es de lamentar que este tipo de ostentosas publicaciones bibliófilas, horras de un mínimo comentario hermenéutico, acabe dejando a sus eventuales lectores tan ayunos como Eneas ante su escudo, rerumque ignarus imagine gaudet.

     [19] En este sentido van los apuntes, que luego discutiremos, de Fernando J. Bouza Álvarez, «La Biblioteca del Escorial y el orden de los saberes en el siglo XVI», en El Escorial: arte, poder y cultura en la corte de Felipe II, Universidad Complutense de Madrid. Cursos de Verano. El Escorial 1988 (Madrid 1989) 87, y «Coleccionistas y lectores. La enciclopedia de las paradojas», en Vida cotidiana en la España de Velázquez, dir. J. Alcalá Zamora (Madrid 1989) 243. Una muy completa exposición del tratado de Araoz no podía faltar en el conjunto del mayor estudio analítico de la erudición libresca: Alfredo Serrai, Storia della Bibliografia, V: Trattatistica Biblioteconomica, a cura di Margherita Palumbo (Roma 1993) 349-355.

     [20] Los números en negrita remiten a los parágrafos facticios en los que hemos dividido el texto en nuestra edición, y que se corresponden correlativamente con las páginas no numeradas del impreso; los autores y términos que carecen de esta referencia se verán en los índices.

     [21] Praedicamentum, “medio para hallar atributos con que enunciar algo”, es la traducción que de 'categoría' dan los Padres de la Iglesia y los filósofos latinos, y aceptan los escolásticos (cf. TLL X 2, s.v. «praedicamentum», c. 542.4-45); cf. un estudio del proceso de traducción en M. Bravo Lozano, «Un aspecto de la latinización de la terminología filosófica en Roma κατηγoρία/PRAEDICAMENTVM», Emerita 33 (1965) 351-380.

     [22] Araoz emplea el término bibliotheca estrictamente en su sentido etimológico, que es el más usual hoy en español; en su época era más común 'librería'. Merced a esta especialización Araoz está excluido, es de suponer, en J. Fernández Sánchez (nota 5) y en su anterior Historia de la bibliografía española, Madrid 1983. Debería haber merecido, sin embargo, un espacio en Alfredo Serrai, Le classificazioni. Idee e materiali per una teoria e per una storia (Florencia 1977).

     [23] Cf. Bouza, «Escorial» (nota 19), 88; aserto que Bouza, junto con unas directrices para obviar tergiversaciones de un excesivo “actualismo”, vuelve a subrayar en Del escribano a la biblioteca. La civilización escrita europea en la alta edad moderna (siglos XV-XVII) (Madrid 1992) 124-126.

     [24] Cf. A.Rey, Encyclopédies et dictionnaires (París 1982) 59-69.

     [25] Cf. E. Garin, «Los humanistas y la ciencia», en La revolución cultural del Renacimiento (Barcelona 1981) 243-270.

     [26] Cf. DF, s.v. «Ciencias (Clasificación de las)», 497-501.

     [27] Cf. el esquema en G. Fraile, Historia de la Filosofía Española, I (Madrid 1985) 136.

     [28] Cf. R. Ceñal, «La filosofía española del siglo XVII», Revista de la Universidad de Madrid 11 (1962) 391-394.

     [29] Memoria, entendimiento, imaginativa; distribución que expone en Examen de ingenios para las ciencias, ed. E.Torre (Madrid 1976) § VIII, pp. 163-171. Con la distribución de Huarte, a partir de la ed. expurgada de 1593, abre Antonio Possevino su Bibliotheca selecta: “Lib. I: De cultura ingeniorum. Quae cuique disciplinae sint idonea. Ioannis Huartis Examen Ingeniorum expenditur” (cf. infra nota 97) 1-49.

     [30] Memoria, fantasía, razón; cf. Serrai, Le classificazioni (nota 22) 87.

     [31] Cf. entre otros Coluccio Salutati, De fato et fortuna 2.6, ed. C.Bianca (Florencia 1985) 49. Francisci Philelfi Satyrarum Decades, II 6, 59-61; Filelfo parafrasea un Apotegma de Plutarco; cf. J.Solís, Sátiras de Filelfo (Sevilla 1989) 208.

     [32] Cf. L. Gargan, «Gli umanisti e la biblioteca pubblica», en G. Cavallo, ed., Le biblioteche nel mondo antico e medievale (Bari 1988) 165-186.

     [33] Pedro Mexía, Silva de varia lección (ed. definitiva Valladolid 1550-1551) lib. III, cap. 3; ed. A. Castro, II (Madrid 1990) 24-31.

     [34] En De Institutione Reipublicae libri IX (1º ed. París 1518 [Brunet IV 440]), lib. VIII; cit. en Serrai II 55, n.67.

     [35] En Opusculum de mirabilibus novae et veteris urbis Romae (Roma: Jacobus Mazochius, 1510); cf. Brunet I 135; Alonso Chacón (nota infra 52) c.57, señaló una ed. en Basilea 1491, no mencionada por J. Ruysschaert en DBI I 724.

     [36] «A bibliothecis Graecis et Latinis», en Imagines et Elogia Virorum illustrium et eruditorum (Roma: Ant. Lafrerius Formeis, 1570) 102-105, cit. en Serrai III 258, n.26, y V 52.

     [37] IOAN. BAPT. CARDONAE, De regia S. Laurentii Bibliotheca. De pontificia Vaticana. De expungendis haereticor. propriis nominib. De diptychis (Tarracone: Philippus Mey, ¥DXXCVII) [BC 22-2-5]. Fue impreso también por Andreas Schott: A.S. Peregrinus, Hispaniae Bibliotheca (Francfort 1608) 68-84; y por Cerdá, Clarorum Hispanorum opuscula selecta et rariora tum Latina tum Hispana, magna ex parte nunc primum in lucem edita, collecta et illustrata a Francisco Cerdano et Rico (Madrid 1781) 503-544. Comenzó a editarla con trad. enfrentada T. del Campillo, RABM 9 (1883) 426-437, y luego la sacó completa como parte (pp. 97-192) de una rara publicación bibliófila que señala Palau, s.v. «Páez de Castro (Juan)», XII, p. 159, nº 208581 [Granada BU 127-1-5]. Gallardo 1583 (II 219) ofreció un resumen de su contenido.

     [38] De bibliotheca Vaticana; cf. Serrai I 211, n.127, quien lo ha manejado en la recopilación de J.J. Mader (nota 8), I (Helmstadt 1702) 93-104, y señala su primera edición en 1587, año coincidente con el impreso de Cardona (nota 37), lo que se ratifica en Serrai V 100.

     [39] «Delle librerie celebri del mondo», en Della libreria Vaticana ragionamenti di Mutio Pansa divisi in quattro parti (Roma: G.Martinelli, 1590) 209-248; cf. Serrai V 127-134.

     [40] Angelo Rocca, Bibliotheca Apostolica Vaticana a Sixto V Pontifice Maximo in splendidiorem commodioremque locum translata (Roma: Typographia Vaticana, 1591); cf. Serrai V 156.

     [41] De celebrioribus universi terrarum orbis Academiis libri duo (Colonia: Petrus Horst, 1567) lib. I, cap. 2; tuvo otras ediciones, cf. Serrai IV 511. A.S[chott] Peregrinus (nota 37) [BUSe: Bco.118] pp. 28-32, ofrece el «Academiarum Hispaniae Catalogus» que Jacobus Middendorpius incluyó en esta obra.

     [42] «De Bibliothecis», en De republica libri XXVI, in duos tomos distincti. Authore D. Petro Gregorio, I (Lyon: Ioannes Baptista Buysson, 1596), lib. XVI, cap.7, pp. 79-81.

     [43] La carta dedicatoria está datada en Lovaina, 20 junio 1592. Hubo otra edición en 1607 que fue incluida en Iusti Lipsi Opera Omnia, III (Amberes: B.Moretus, 1637 [BC:16-7-7]) 623-636. J.López de Toro publicó una trad. en una colección de bibliófilo: J.Lipsio, Las bibliotecas de la Antigüedad (Valencia: Castalia, 1948).

     [44] Fechado en la «Libreria de San Francisco de Murcia, primer día de 1608». Permaneció manuscrita, Madrid BN 9525 y 17568, Salamanca BU 453, hasta su publicación en Madrid: Viuda de Hernando, 1888; también lo fue en la señalada por Palau (nota 37), 197-336. Cf. J. Meseguer Fernández, «La bibliofilia del P. Diego de Arce y la Biblioteca de San Francisco de Murcia», Murgetana 38 (1972) 5-32. Arce, que no debe confundirse con su homónimo el inquisidor, ejerció la censura de libros con excesiva solicitud; cf. Pinto Crespo (nota 111 infra) 270-271.

    [45] Esta amplitud de conocimientos, sin embargo, se ceñía al de la Antigüedad, en tanto que depositaria de una incontrovertible sabiduría; para Poliziano el grammaticus o litteratus es el erudito que interpreta, esto es, estudia y comenta cualquier clase de texto, desde la filosofía hasta la poesía, la historia, la oratoria, la ciencia; cf. A. Scaglione, «The Humanist and Scholar and Politian's Conception of the 'Grammaticus'», Studies in the Renaissance 8 (1961) 62. Igual visión de la filología ostenta el jesuita francés Claude Clément (1596-1642), que fue profesor del Colegio Imperial de Madrid: Philologus sive polyhistoris dicitur qui en Graecis et Latinis linguis poeticis et oratoriis facultatibus historiis, philosophis praesertim moralibus, phisiologis, cosmographis, simbolicis, gnomographis, paroemiographis diu volutatus ac probe excultus omni politiore literatura est velut susceptor et custos omnis ingenuae antiquitatis et (si fas est ita loqui) depositarius; cf. Claudio Clemente (nota infra 91) 349.

    [46] Sobre Gesner tenemos una monografía en Serrai II 209-404.

    [47] Cf. Roger Chartier, El orden de los libros. Lectores, autores, bibliotecas en Europa entre los siglos XIV y XVIII (Barcelona 1994) 76; cf. sobre esos precursores de la bibliografía sistemática Theodore Besterman, The Beginnings of Systematic Bibliography, 1º ed. Oxford-Londres, 1935. Chartier, o.c., 83, comenta la taxonomía de las clasificaciones de Gesner.

    [48] Comentada por Luigi Balsamo, «Il canone bibliografico de Konrad Gesner e il concetto di biblioteca publica nel Cinquecento», en Studi di biblioteconomia e storia del libro in onore di Francesco Barbieri (Roma 1976) 77-96.

    [49] Llamados también libertinos y liberales. Cf. F. Waquet, «Qu'est×ce que la république des lettres? Essai de sémantique historique», Bibliothèque de l'école des chartres 147 (1989), 473-502. Entre ellos, Naudé o Louis Jacob, se acuñó la palabra 'bibliographia'.

    [50] Gabriel Naudé, Advis pour dresser une bibliothèque, 1ª ed. París 1627; cito por la reciente trad. italiana y estudio: Consigli per la formazione di una biblioteca, a cura di M.Bray, presentazione di J. Revel (Nápoles 1992) 42. En este punto de universalismo y comunión cultural coincidió también Justo Lipsio (nota 43) § XI, p. 635b: “Museum autem est Aegyptia mensa quae convocat omnes in universa terra litteratos”.

    [51] Al respecto del opúsculo de Lipsio, Paul Nelles, «Juste Lipse et Alexandrie: les origines antiquaires de l'histoire des bibliothèques», en M. Baratin, C. Jacob, eds., Le pouvoir des bibliothèques. La mémoire des livres en Occident (París 1996) 224-242, destaca el ideal irénico de la biblioteca concebido como lugar de investigación sin orientación pedagógica ni confesional.

    [52] Cf. nómina y estudio en Serrai II 406. Entre los secuaces de la bibliografía de Gesner, debemos destacar al dominico “natural del Andaluzía”, Alonso Chacón (cf. DHEE 671-673), cuya adaptación, tras ser recomendada por Antonio Agustín (cf. Serrai IV 95-98) para El Escorial (cf. Charles Graux, Los orígenes del fondo griego del Escorial, trad. y ed. de G. de Andrés [Madrid 1982] 305 y 423) tampoco satisfizo a los inquisidores y debió de circular manuscrita (cf. N.Antonio I 18b) hasta publicarse trunca mucho más tarde gracias al interés de F.D. Camusat: Bibliotheca libros et scriptores ferme cunctos ab initio mundi ad annum MDLXXXIII ordine alphabetico complectens, auctore et collectore Fray Alfonso Ciaconio (París 1731 y Amsterdam-Leipzig 1734 [BN Madrid 2/58605 y 2/60510]). A pesar de estar incompleta, sólo hasta EPIMENIDES (cc. 766-768, desde donde empiezan las Observationes de Camusat), el cúmulo de datos resulta impresionante, y según testimonio del propio autor en carta a Felipe II (Roma, 10-VII-1579), en la que solicita “una lista de las cosas más raras que ay en ella (sc. El Escorial)” para completar su “biblioteca general”, la “había dispuesto assí por orden alphabetico, como de sciencias disciplinas y artes diuersas y aquellas repartidas cada una por muchas clases, de suerte que en todo genero de profesión hallen los hombres aquellos argumentos y materias, que desean saber, y los autores que de ellas han tratado”; cf. G. de Andrés, «El P. Alfonso Chacón; un capítulo de la historia de la biblioteca de El Escorial» La Ciudad de Dios 156 (1944) 342-362.

    [53] Cf. A. Moreni, «La Bibliotheca Universalis di Konrad Gesner e gli Indici dei libri proibiti» La Bibliofilía 88 (1986) 131-150.

    [54] Cf. Luigi Balsamo, La bibliografia. Storia de una tradizione (Florencia 1984) 38-39, y A. Biondi, «La “Bibliotheca Selecta” di Antonio Possevino. Un progetto di egemonia culturale», en G.P.Brizzi, ed., La “Ratio Studiorum”. Modelli culturali e pratiche educative del Gesuiti in Italia tra Cinque e Seicento (Roma 1981), 43-75; cit. por M. Bray, «La nascità della biblioteca libertina», en G.Naudé (nota 50), 13.

    [55] Cf. De regia S. Laurentii Bibliotheca, en Cerdá y Rico (nota 37) 513. Si Cardona hubiese tratado también el método de colocación y hubiera presentado una más explícita norma de catalogación, su opúsculo habría sido el “documento costitutivo della Biblioteconomia moderna” (Serrai V 101). Cabe añadir a los datos sobre esta obra de Cardona que tuvo una primera redacción en castellano en forma de memorial dirigido a Felipe II; cf. J. Solís, «Escritos sobre biblioteca en el Siglo de Oro», en II Simposio Internacional sobre humanismo y pervivencia del Mundo Clásico. Homenaje a Luis Gil, coord. J. Pascual, (Cádiz-Teruel 1997), 1181, n.34.

    [56] Cf. A. Capitán Díaz, Historia de la educación en España I (Madrid 1991) 307-427.

    [57] Cf. A. Moreni (nota 53), 143.

    [58] Cf. T. del Campillo, «Memorial al rey don Phelipe II sobre la formación de una librería, por el Dr. Juan Páez de Castro», RABM, II s., 9 (1883), 172. Comentado en J. Solís, «Escritos sobre biblioteca» (nota 55), 1179-1181.

    [59] Notata quaedam ex libris quos ad unguem perlegi, eo, quo lecta sunt, ordine descripta (Madrid BN MS.9226); sobre algunos puntos de este ms. cf. Gallardo 4192 (IV 936-940). La conjetura de fecha es de Bouza, Escribano (nota 23) 59 y 112.

    [60] Vía de investigación que desde F. Huarte Mortón, «Las bibliotecas españolas en la Edad Moderna», RABM 61 (1955), 553-576, ha venido dando notables frutos, como señala con posteriores adiciones J.×P. Etienvre, «Libros y lecturas de Rodrigo Caro», Cuadernos bibliográficos 38 (1979), 32. La relación más extensa de trabajos sobre bibliotecas españolas que conocemos es la exposición ordenada cronológicamente de los inventarios de los siglos XVI y XVII consultados por T.J. Dadson, «Libros y lecturas sobre el Nuevo Mundo en la España del Siglo de Oro», Historica 18 (1994), 1-26.

    [61] Catálogo general de la librería de ... don Diego de Arce y Reynoso ... ordenada y tassada por Claudio Burgea, Madrid: Melchor Sánchez, 1666 (Madrid BN R/36416); su clasificación puede verse en Rodríguez Moñino (nota 16) 23. Cf. en general M. Sánchez Mariana, Bibliófilos Españoles. Desde sus orígenes hasta los albores del siglo XX (Madrid 1993) 51-54.

    [62]  Cf. José Maldonado y Pardo, Museo o Biblioteca selecta de [...] Don Pedro Núñez de Guzmán, Marqués de Montealegre, Madrid: Julián de Paredes, 1677 [Madrid BN R/12559]; al frente de los 29 títulos en que divide los libros latinos (ff. 1-56) “aparecen sendos resúmenes o noticias históricas en muy elegante latín”; cf. A. Rodríguez Moñino, «La colección de manuscritos del marqués de Montealegre», BRAH 126 (1950), 442.

     [63] Pedro Mexía constata los “mas de veynte mil volumines de libros” de ese “varón doto y de varia leción” (nota 33) 30. Los criterios biblioteconómicos de Hernando Colón tampoco rezan en Serrai, Le classificazioni (nota 22).

     [64] Cf. T. Marín Martínez, J.I. Ruiz Asencio, K. Wagner, Catálogo Concordado de la Biblioteca Colombina, II (Madrid 1995) 14.

     [65] Cf. T. Marín Martínez, «Memoria de las obras y libros de Hernando Colón» del Bachiller Juan Pérez, (Madrid 1970) 656, de donde transcribimos al pie de la letra la relación que sigue.

     [66] Evidente error en el desarrollo de una abreviatura que sería hum. y que corresponde a humanitates o humaniores litterae, pues el término 'Humanismus' fue acuñado en el ámbito pedagógico germano a principios del siglo XIX; cf. V.R. Giustiniani, «Homo, Humanus, and the Meanings of Humanismus», Journal of History of Ideas 46 (1985) 172, n.28.

     [67] Cf. descripción en Graux (nota 52) 316, sobre el ejemplar escurialense; hay otro en Madrid BN R/26116; cf. BLH IV (1972), s.v. AGUSTÍN (ANTONIO), nº 3015, p. 566). El nombre del secretario era Martín López de Baillo, doctor en derecho, muerto en 1605.

     [68] Según Serrai IV 92.

     [69] Según J.Fernández Sánchez (nota 22) 30, que no ilustra con la exposición de esas otras subdivisiones que complementarían las carencias de que adolece la clasificación general.

     [70] Hemos manejado el ejemplar de BU Salamanca sgn. 2251.

     [71] Cf. Fray José de Sigüenza, Historia de la orden de San Gerónimo, ed. de Juan Catalina García, II (Madrid 1909 [=1605)]) 586; de la primera ed. de esta historia recogió Claudio Clemente su excurso sobre esta biblioteca, «Bibliotheca Escurialensis descriptio», pp. 515-536, donde encontramos también la justificación de tan prolija ordenación: Nequaquam sententia Authoris in hac distributione fuit, tot esse singulares disciplinas, quot sunt in hoc indice capita. Sed ea multiplicavit explicatioris ordinis gratia, ubi aliquid differentiae et peculiaris alicuius argumenti ratio occasionem dedit (p. 530). La «disciplinarum series» de El Escorial está recogidas en F.J. Bouza (nota 23), 131-132, en un cambio de página que altera el orden por columnas y con un desdoble que aumenta a 65, esta amplia serie, a saber: Gironomice / Praeceptiones, que en realidad es una sola: Gironomice praeceptiones, id est, seniorum documenta; cf. Claudio Clemente (nota infra 91), 529.

     [72] Cf. su descripción en Manuel Jiménez Catalán, Ensayo de una Tipografía Zaragozana del siglo XVII (Zaragoza 1925) nº 179, p. 128. La fecha exacta de nacimiento está deducida de la declaración “de sesenta años de edad”, en el «Memorial» al Rey, adjunto en las hojas finales, en que suplica una pensión en consideración a sus servicios. Cf. también Latassa III 226-228.

     [73] Como ya censuró T. del Campillo, «La Biblioteca del Dr. Gabriel Sora», RABM 8 (1878), 337-340 y 353-358: “El verdadero valor del catálogo es el número y calidad de los libros reseñados, ni la exactitud en la descripción de los volúmenes ni el valor científico del sistema seguido al dividir los grupos”, p. 357.

     [74] F. 91v [Madrid BN, R/19680]. El catálogo particular de Sora no está incluido en el estudio de Serrai IV 76 y ss: «Cataloghi di biblioteche private».

    [75] En sólo dos casos, 108 y 134, menciona lugar y año de publicación de la obra citada. Por esta ausencia de precisión señala Serrai, V 349, que “el contenido bibliográfico efectivo no se diferencia del sugerido por Naudé”. A pesar de estas coincidencias, amén de las cronológicas, nunca podrá pensarse que el tratado de Araoz habría de ser la réplica contrarreformista del de Naudé, de modo análogo al parangón de Possevino con Gesner (cf. nota 54), pues la tutela jesuítica tendría en la obra de Clément (nota 91) una magnífica respuesta a las tesis 'libertinas' (cf. nota 49).

    [76] Sobre su origen cf. A.Heinrichs, «Philosophy, the Handmaiden of Theology» Greek, Roman and Byzantine Studies 9 (1968) 437-450.

    [77] Cf. sobre el orden entre la retórica y dialéctica R. McKeon, «Rhetoric in the Middle Ages», Speculum 17 (1942) 1-32.

    [78] Según la clasificación del bibliotecario de Cosme de Médici, Tommaso Parentucelli de Sarzana, futuro Nicolás V. No deja de ser significativo que la formulación canónica de las disciplinas netamente humanistas, divulgada por P.O. Kristeller (Renaissance Thougt. The Classic, Scholastic and Humanistic Strains [Nueva York 1961] 159, n.58), proceda de una mera clasificación bibliográfica; está editada por M.G. Blasio et al., «Un contributo alla lettura del canone bibliografico di Tommaso Parentucelli», en Le chiavi della memoria (Ciudad del Vaticano 1984) 125-165.

    [79] Cf. L.Gil, Panorama social del humanismo español (1500-1800) (Madrid 1981) 273, y Estudios de Humanismo y tradición clásica (Madrid 1984) 45.

    [80] Sobre estos autores hay que acudir todavía a E. Cotarelo y Mori, Diccionario biográfico y bibliográfico de calígrafos españoles, I-II (Madrid 1914-1916).

    [81] Cf. E. Asensio, «El ramismo y la crítica textual en el círculo de Luis de León. Carteo del Brocense y Juan de Grial», en V. García de la Concha, ed., Fray Luis de León, Actas de la I Academia Literaria Renacentista (Salamanca 1979), 56-59.

    [82] En latín clásico historia y fabula son antónimos (cf. Aulo Gelio, Noches Áticas 5.18.9), por más que se remonten incluso al latín arcaico algunos testimonios de equivalencia semántica (cf. TLL VI 3, 2840.5-30), que equiparan estos términos, al igual que en esp. 'historias':'cuentos'.

    [83] Cf. Bouza, «El Escorial», 87.

    [84] Cf. J. Costas, «La historiografía hispano-latina renacentista», en J. Maestre y J. Pascual, eds., Humanismo y Pervivencia del Mundo Clásico, I.1 (Cádiz-Teruel 1993) 41-59. Para los romanos, que no crearon esa división de las artes en reales y sermocinales, pues data de la división de época carolingia formulada por Alcuino, la historiografía era narración, sujeta a preceptos retóricos pero de rerum gestarum, es decir, de acontecimientos reales, y el historiador se denominaba scriptor rerum.

    [85] Cf. J.M. López Piñero, Ciencia y técnica en la sociedad española de los siglos XVI y XVII (Barcelona 1979) 178.

    [86] En Serrai V 353 se relacionan todas estas ciencias y técnicas secundarias de seguida de las cuatro fundamentales, exponiendo, incorrectamente, un sextum praedicamentum de 13 secciones.

    [87] Cf. «Catalogo de Authores Catholicos para dialectica y Philosophia natural y moral» apud Juan Lorenzo Palmireno, De vera et facile imitatione Ciceronis (Zaragoza: Pedro Bernuz, 1560), f. Ovii. En efecto, era el Estagirita el autor que comenzaba el canon antiguo de los físicos; cf. A. Gallego Barnés, en Actas del I Seminario de Historia de la Filosofía Española (Salamanca 1978) 187-205.

    [88] Cf. Plaza Universal de todas ciencias y artes, parte traducida de Toscano, y parte compuesta por ... Cristóbal Suárez de Figueroa (Madrid: Luis Sánchez, 1615), f.69r [Salamanca BU 41444]. Se trata de una traducción de Tomaso Garzoni de Bagnacavallo, La piazza universale di tutte le professioni del mondo (Venecia 1585).

    [89] Reducían todas las afecciones particulares a dos generales: astrictum, laxum; cf. Possevino (nota 97 infra) 176, en donde también hallamos la división correcta de la medicina (p. 177).

    [90] “La 'teología positiva' ha sido atribuida a S. Ignacio de Loyola; se desarrolla como una concesión al movimiento humanista que despreciaba la teología especulativa o escolástica”; cf. M. de Andrés, La teología española en el siglo XVI, I (Madrid 1976) 41-42. Y Baltasar de Céspedes afirmaba en su inédito El Humanista (1613): “La [teología] positiva, que se llama cortado el vocablo de expositiva, trata de la exposición y declaración de la Sagrada Escritura”; cf. G. de Andrés, El maestro B. de C., humanista salmantino y su discurso de las letras humanas (El Escorial 1965), 238.

    [91] Claudii Clementis [...] Musaei sive Bibliothecae tam privatae quam publicae Extructio, instructio, cura, usus, libri IV, accessit accurata descriptio Regiae Bibliothecae S. Laurenti Escurialis, insuper Paraenesis allegorica ad amorem litterarum (Lyon: Jacob Prost, 1635) [Sevilla BU, Bibl.116] 285-376.

    [92] Computo comentado más ampliamente por Julio Caro Baroja, Las formas complejas de la vida religiosa (Religión, sociedad y carácter en la España de los siglos XVI y XVII) (Madrid 1985) 49. Los epígrafes de las secciones y apartados del “Nicolás Antonio” están transcritos en P. Sainz Rodríguez, Biblioteca bibliográfica hispánica, I (Madrid 1975) 14-16.

    [93] Este excurso final y las referencias al homo interior refutan las “connotazioni gnostiche” que sin fundamento se apuntan en Serrai V 349.

    [94] Libro I: De grammatica. II: De rhetorica et Dialectica. III: De mathematica (Arithmetica, Geometria, Musica, Astronomia) IV: De Medicina. V: De legibus et temporibus [cronología] VI: De libris et officiis ecclesiasticis [culto]. VII: De Deo, angelis et sanctis. VIII: De Ecclesia et sectis [herejías].

    [95] P.ej., la clasificación de Amplonius Ratinck de Berka (1410): gramática, poesía, lógica, retórica, matemáticas, filosofía natural, metafísica, filosofía moral, medicina, derecho, teología; cit. por Besterman (nota 47). Otras clasificaciones bibliográficas renacentistas en H.-J. Martin, «Classements et conjonctures», en Histoire de l'édition française, dirs. R. Chartier y H.J. Martin, I: Le Livre conquérant. Du Moyen Age au milieu du XVIIe siècle (París 1982) 429-462.

    [96] «In apice scientiarum sedet Theologia», tal como sentencia uno de los bibliólogos ocasionales ya mencionados, José Maldonado y Pardo (nota 62), f.1r, o como recoge el propio Araoz (143) al final de sus categorías teológicas.

    [97] Cf. Bibliotheca selecta de ratione studiorum ad disciplinas et ad salutem omnium gentium procurandam. Consultamos la 2º ed. (Venecia 1603 [Sevilla BU 219/77]); cf. también Serrai IV 731.

    [98] “Dovremmo riconoscere in Angelo Rocca l'inventore della Classificazione Decimale?”, se plantea en Serrai V 177.

    [99] Expuesta en el apéndice: «De bibliothecarum situ, et librorum ordine, atque conservatione», en Angelo Rocca (nota 40) 406-409; cit. en Serrai V 177-178. Saltan a la vista los defectos de esta clasificación.

    [100] Teología, Jurisprudencia, Ciencias y Artes, Bellas Letras, Historia, Enciclopedias y Revistas.

    [101] 0 Obras generales. 1 Filosofía. 2 Religión. 3 Sociología. 4 disponible (Filología olim). 5 Ciencias puras. 6 Ciencias aplicadas. 7 Artes. 8 Lenguas (nunc) y Literaturas. 9 Historia.

    [102] Cf. Tableaux accomplis de tous arts libéraux [...] Amassez et reduicts en ordre pour le soulacemente et profit de la ieunesse. Par Monsieur Christofle de Savigny (París: J. et F. Gourmont, 1587). Los esquemas de Savigny tuvieron cierta repercusión, al menos en la historia de las clasificaciones; otros métodos científicos y didácticos de organización de las disciplinas pueden examinarse en Serrai II 82-144, y, en general, también Serrai, Le classificazioni (nota 22), donde Araoz, repetimos, no es mencionado.

    [103] Cicerón, De oratore 2.353, en Naudé (nota 50) 84, donde habla con perceptible desdén de los exorbitados criterios de François La Croix du Maine (1584), que comenta también Chartier (nota 47) 81. Tampoco Naudé, lejos de una concepción jerárquica de las disciplinas, estableció unas rígidas normas bibliotácticas; antes bien, guardando la habitual división por las materias y facultades profundamente insertas en la tradición intelectual de Occidente, propuso cuatro “precauciones” para la organización de bibliotecas: 1) encabezando la sección, los autores fundamentales y más antiguos; 2) aparte, los comentarios en el orden de los textos que explican; 3) los tratados específicos siguen el orden y la disposición que deben tener sus contenidos en la artes y ciencias; y 4) los libros de contenido análogo o idéntica materia estarán reunidos en la ubicación designada a dicha disciplina. Cf. Paul Nelles, «The Library as an Instrument of Discovery: Gabriel Naudé and the Uses of History», en Donald R.Kelley, ed., History and the Disciplines (en prensa). Estas directrices coinciden con las de Cardona (nota 55), autor elogiado por el propio Naudé (nota 50), 27.

    [104] Contrasta, por ejemplo, con la exigua representación de literatura española que presenta la biblioteca de Rebolledo (1676); cf. M.C. Casado Lobato, «La biblioteca de un escritor del siglo XVII: Bernardino de Rebolledo», RFE 56 (1973) 236. Por otra parte, M.J. Sanz y M.T. Dabrio, «Bibliotecas sevillanas del período barroco. Datos para su estudio», Archivo Hispalense, II s., LX, 184 (1977) 113-155, exponen un material que, si bien tardío con inventarios terminados ya en el XVIII, reflejan tendencias heredadas de esta época que nos ocupa; entre estos inventarios destaca por su amplitud temática, amén de coincidencias concretas con la Bibliotheca de Araoz, el de don Domingo de Urbizu, alguacil mayor de la Casa de la Contratación (1701).

    [105] De El culto -título ambiguo donde los haya- tenemos ed.crítica de A. Gómez Camacho (Sevilla 1992).

    [106] Edición con estudio preliminar de J.×P. Etienvre, Rodrigo Caro. Días geniales o lúdricos, I-II, Madrid 1978.

    [107] Resalta, sin embargo, la ausencia absoluta de alusión a las geniales manifestaciones de las artes visuales que se estaban produciendo en la Sevilla de su época; cf., en general, Antonio Domínguez Ortiz, La Sevilla del siglo XVII (Sevilla 1984), 249-307. Tampoco hace comentarios acerca de un “hecho social apasionante en el siglo XVII”, la Oratoria Sagrada, mencionada en 127, aunque esta falta comportaría buen gusto por parte de Araoz; cf. Dámaso Alonso, «Predicadores ensonetados», Correo Erudito 3 (1943) 76-78 (reed. en Del Siglo de Oro a este siglo de siglas, Madrid 1962).

    [108] Analiza buena parte de estas obras de pensamiento político B. Antón Martínez, El Tacitismo en el siglo XVII en España. El proceso de «receptio» (Valladolid 1992).

    [109] Cf. J. Simón Díaz, El libro español antiguo: Análisis de su estructura (Kassel 1983) 11-13, y J.Moll, «Diez años sin licencias para imprimir comedias y novelas de los reinos de Castilla 1625-1634», Boletín de la Real Academia Española 54 (1974) 97-103.

    [110] Por prejuicios inquisitoriales, el primero de nuestros místicos no fue mencionado ni siquiera en el prólogo la Bibliotheca Nova de Nicolás Antonio, según P.Sainz Rodríguez, Historia de la Crítica Literaria en España (Madrid 1989), 71; aunque en la ed. de Pérez Bayer (I 681b-682a) se recogen sus obras.

    [111] Cf. V. Pinto Crespo, Inquisición y control ideológico en la España del siglo XVI (Madrid 1983) 176 y 221; y además los apéndices de A. Márquez, Literatura e Inquisición en España 1478/1834 (Madrid 1980) 233-251.

    [112] Sentencia extraída de Plinio el Joven, Cartas, 3.5.10 y recordada en algunas obras del Siglo de Oro; cf. F. Rico, ed., Lazarillo de Tormes (Madrid 1987) 4 n.5. Esta actitud también la hallamos en Naudé (nota 50) 43, quien esgrimió “el principio de que cualquier libro, por malo y denostado que sea, con el tiempo será reclamado por algún lector”; y ya antes Pierre Grégoire (nota 42) 79, quien, como buen cabalista, señaló: “Nullus tam malus liber, ex quo qui ingenio valet, non possit quandam utilitatem colligere”.

    [113] El famoso símil de Borges (Poema de los dones, 1955) ya había sido formulado por Dámaso Alonso (nota 107) 275.

     [114] Estas abreviaturas serán empleadas en las notas de nuestra edición: margo summa, media, ima.

     [115] Antes 2/60260, en Raros en 1988, según me informa I.J. Gía. Pinilla. Aprovecho para agradecer a Luis de Cañigral, eruditissimo viro, los valiosos datos que gentilmente me ha proporcionado.

     [116] Cf. J.M. de Bustamante y Urrutia, Catálogos de la Biblioteca Universitaria. Siglo XVII. I: 1600-1669 (Santiago 1945) 188, núm. 1480.

     [117] No hay ejemplares en las bibliotecas británicas siguientes: National Library of Scotland (Edimburgo), Hunterian Museum Libr. (Glasgow), Cambridge Univ. Libr., Trinity College (Dublín), John Rylands Libr. (Manchaster); información que debo a la gentileza de A. Coroleu.

     [118] Este impresor desarrolló su actividad entre 1627 y 1645; llevó a cabo una de las primeras ediciones del Quijote completo (1636-37); cf. Justa Moreno Garbayo, «El impresor madrileño del siglo XVII Francisco Martínez», Primeras Jornadas de Bibliografía (Madrid 1976) 451-464; nuestro impreso aparece en la lista provisional de obras que se ofrece en el apéndice de ese trabajo (p. 456b). Cf. también J. Delgado Casado, Diccionario de Impresores españoles (siglos XV-XVII), I (Madrid 1996) 435, nº 543.

     [119] Citamos las referencias al texto por su propia foliación o por la numeración correlativa (§§ 1-180) de nuestra edición (cf. nota 20).

    [120] Acerca de condicio /-tio, cf. A.Ernout, Philologica II (París 1957), 157-169.

    [121] Las obras del táctico Johann Jacob Wallhausen fueron pronto traducidas al francés: Jean×Jacques Walhausen, Art militaire à cheval... (Francfort 1616); Brunet V 1403. En la forma que adopta el nombre de éste en el tratado de Araoz quizá haya intervenido un intento de traducción, ×hausem = 'de villa'.

    [122] L. Gil, Panorama (nota 79) 563, trae a colación un texto que aduce el “emparentamiento etimólogico” entre mechanica y moechus (adúltero), que delata una “valoración aristocratizante del trabajo manual”; también recogido en DA, s.v. mechanico.2 y 3. En el título de la única publicación del profesor salmantino Gaspar Gutiérrez de los Ríos consta explícitamente esta diferencia: Noticia general para la estimación de las artes; y de la manera que se conocen las liberales de las que son mechanicas, y serviles, con una exhortación a la honra de la virtud y trabajo contra los ociosos (Madrid: Pedro Madrigal, 1600); cf. N. Antonio, I 526b, y BLH XI 3537.

    [123] Sobra la -s o falta liber.

    [124] Dictionarium Aelii Antonii Nebrissensis [...] imo Quadruplex eiusdem antiqui dictionarii supplementum (Madrid: Manuel Martín, 1764), 408.

    [125] Cf. un resumen de la polémica en L. Rivero García, El latín del «DE ORBE NOVO» de Juan Ginés de Sepúlveda (Sevilla 1993), 25-38.

    [126] Reglas que no han sido expuestas con claridad hasta Lisardo Rubio, «El orden de palabras en latín clásico», en Homenaje a Antonio Tovar (Madrid: Gredos, 1972), 403-423; para el orden de palabras en el latín humanístico, cf. L. Rivero García, «Aspectos del hipérbaton en Juan Ginés de Sepúlveda», Cuadernos de Filología Clásica. Estudios Latinos 8 (1995) 235-250.

    [127] Hemos podido cotejarla con la excelente traducción de L. Ruiz Fidalgo (nota 18).