José Solís de los Santos, «Del Latín Humanístico a nuestros días», en Proyecto docente e investigador [Documento inédito para la convocatoria de 4 plazas de Profesor Titular de Filología Latina en la Facultad de Filología de la Universidad de Sevilla (B.O.E. 15/12/1988, núms. 14-17)], pp. 33-40.

No habían pasado ni cincuenta años de su muerte, cuando ya se reconocía abiertamente a Francesco Petrarca (1304‑1374) como aquél a quien se debía el renacer de los estudios clásicos ([1]). En efecto, si bien se ha venido a denominar renacimiento, con apellido, aquellos períodos del Medioevo en que los studia humanitatis volvían a cobrar vigor, entendemos por tal, en puridad y por antonomasia, el movimiento cultural surgido y desarrollado en Italia y de allí irradiado a toda Europa en la época que se extiende desde Petrarca a la Reforma ([2]). Precisión que no quiere ser entendida como ruptura con la época anterior o desentendimiento de la corriente de ideas que pudieron generarlo: el enfoque que impera en la actualidad en el estudio sobre el Renacimiento es la apreciación de sus causas que arrancan desde el Medioevo, y más aún porque las interferencias de elementos de la lengua de la Patrística y de los autores medievales en el pretencioso estilo latino de la época son tan evidentes como las relaciones, a menudo inconscientes, con la lengua vernácula ([3]).

            Pero el movimiento humanista en el pensamiento y la literatura del Renacimiento tiene una carácter profundamente diferenciador. No es este el lugar para ni siquiera esbozar las líneas básicas en las artes, el pensamiento o la vida en general ([4]). Sólo subrayaremos lo que atañe a nuestra disciplina, el latín. Sabido es que esta época existe un rechazo por todo lo medieval, "gótico" diría Valla, y la antiquitas clásica es puesta como modelo único. Este entusiasmo por la época clásica tiene su manifestación más acendrada en la asunción del latín como único vehículo de expresión digna de perpetuarse en la posteridad. Esto fue asumido no sólo por la élite intelectual sino en todos los órdenes de la vida social por una comunidad de hablantes, que ya poseía en su lengua vernácula un medio de expresión de indiscutible altura y enorme prestigio, de manera que N. Sapegno ha llegado a calificar la primera etapa del Renacimiento, en que casi todo se escribió en latín, como una de las más tristes de la literatura italiana ([5]). Recordemos que todos los estudiosos, con más o menos reticencia, están de acuerdo en conceder un determinado grado de esponteneidad, tanto en el plano léxico como en el sintáctico, a las distintas facetas en que se manifiesta el latín en el Medioevo; este "soplo vital" fue produciendo cambios que se manifiestan a lo largo de toda la evolución de la lengua latina culta a través de peculiaridades que la diferencian de la norma del latín del período clásico. Lo primero que encontramos en la actitud del humanista ante el uso de la lengua latina es una profunda aversión a la forma Escolástica conseguida a lo largo de la tradición pedagógica medieval ([6]). Este rechazo está motivado por un fuerte empeño en conseguir con el latín una elevada expresión artística que evocara y fuera comparable a la producción literaria que ellos acogieron por modelo. Y la consecución de esta destreza pasaba previa e ineludiblemente por el estudio de los textos: la lengua ya no se aprende en los tratados de gramática de época tardía y medieval ([7]), sino con el asiduo ejercicio estilístico de las formulaciones que la lectura de aquéllos proporciona; consiguientemente, los tratados de gramática ([8]) que aparecen en la época tienen un enfoque empírico, describen el uso de las palabras en los autores antiguos, y en virtud de esta concepción inductiva, muchos de estos tratados aparecen bajo la forma de extensos comentarios a un determinado autor.

            Dos factores hay que tener en cuenta en el desarrollo de este impulso renovador: el descubrimiento de manuscritos de autores antiguos y la instauración de los estudios griegos. El año 1397 parece ser el primero de impartición regular de un curso de griego en Occidente ([9]), actividad que ya no se volvió a interrumpir; la incorporación de los estudios griegos a la formación gramatical supuso una nueva orientación metódica en los estudios de la lengua latina, como señala A. Fontán ([10]), y contribuyó a que los humanistas se fueran acercando a una más completa y esclarecedora visión de la Antigüedad clásica, de tal manera que el ideal de doctus sermonem utriusque linguae se establece como uno de los objetivos fundamentales del proyecto cultural humanista. El descubrimiento ([11]), copia y divulgación de los manuscritos de las obras de los autores clásicos, sc. utriusque linguae, comportaron una toma de contacto directo con los paradigmas que pretendían imitar, no por medio de los proptuarios y antologías de la enseñanza medieval ([12]). Así pues, en todas las manifestaciones de la literatura, desde la poesía lírica hasta el discurso protocolario del más insignificante acto diplomático, se intenta emular la elevada expresión de los autores clásicos, no sólo por medio de la imitación del estilo, en el plano sintáctico y léxico, sino también en recurrencias continuas al acervo cultural de la Antigüedad.

            El estrecho cumplimiento de esta imitación que llevó a un sólo autor, Cicerón, a ser convertido como único modelo, provocó en amplios sectores humanistas un replanteamiento de la actitud personal frente a esa tarea de aprendizaje de la lengua y también una revisión de las bases de la crítica estilística que entrañaba esta polémica. "Non exprimis  —inquit aliquis— Ciceronem; quid tum? non enim sum Cicero; me tamen, ut opinor, exprimo", exclamaba Poliziano vindicando la forma propia de expresión frente a la estrechez de los puristas ([13]). Esta controversia, de raíz puramente estilística, y cuyos elementos contrapuestos no son sino las caras de la misma moneda que es esa asimilación general de los patrones clásicos, provocó un afán de pureza y, al mismo tiempo, de originalidad en el empleo de la lengua latina que se manifestó ampliamente en la producción literaria de la época, desde la perfección preciosista, y con frecuencia gélida, de algunas obras poéticas hasta la prosa que, cuando no es farragosa o desmallada, posee con las reminiscencias de los antiguos escritores un enorme atractivo.

            Sentado queda que el latín ya era una lengua sin capacidad de evolución, y de la cual hacía siglos que nadie podía alcanzar lo que los generativistas llaman competencia lingüística ([14]), pero en manos de este grupo de docti, con su euforia por el ideal de las litterae renascentes, la lengua latina logró el último momento de esplendor. Y este entusiasmo fue irradiado a toda Europa; desde Polonia a Portugal muchos escritores apostaron con empeño por el latín como medio imperecedero de expresión: ¿podríamos decir que el latín en el Renacimiento conquista el mundo por tercera vez? ([15]).

            Estos escritos han creado una literatura, cuya materia prima debe mantener inevitablemente estrechas y, si se quiere, serviles conexiones con sus modelos ([16]). Pero flaco servicio se hace a estos humanistas si consideramos sus obras artísticas solamente desde la valoración de su eficacia como fieles imitadores; después de Horacio, no tiene ningún interés escribir como Horacio, pero siempre ha sido válido y eficaz para la creación artística combinar los modos de expresión del estilo elegido y los recursos que proporciana la tradición literaria para expresar las propias vivencias interiores o narrar los hechos y exponer el juicio que al escritor le merecen. En efecto, la literatura latina del Renacimiento, desde Petrarca a Erasmo, está abierta a las influencias del ambiente histórico y cultural, es vehículo de ideas, sus escritos influyen en las literaturas vernáculas, y además, lo que me parece muy importante a la hora de su valoración, es una literatura que tiene un público amplio y heterogéneo como se prueba en las numerosas ediciones y también traduciones que se hicieron de estas obras.

            En la segunda mitad del siglo XVI se agotaron no sólo los argumentos estilísticos que fomentaban estas discusiones, sino también buena parte del entusiasmo por la emulación de los clásicos. Decaen en favor de las lenguas vernáculas la producción de obras netamente artísticas escritas en latín, cuyos restos no pasan de ser meros ejercicios escolares de insufrible lectura ([17]). La prosa, reducida prácticamente al ámbito de la literatura científica, puede ser elegante pero siempre aséptica, convencional y esquemática. Es este el momento en que considero que cuadra mejor el veredicto de E. Norden: “Das Latein eine tote Sprache”; paradójicamente fueron quienes pretendían conferir al latín un imperecedero vigor como lengua internacional de cultura, los mismos que le dieron el golpe de gracia: cortaron de raíz las posibilidades de evolución que tenía en la espontaneidad medieval; ciertamente, la historia del latín ha terminado y surge el examen científico de su estudio ([18]).

            Se inaugura, pues, una nueva fase de la lengua latina que es muy probable, como dijo Sabbadini ([19]), que sea para siempre la última, en la cual pasa a convertirse en una especie de superestrato en desfavorable competencia con el griego ([20]). Todavía, desde el siglo XVI hasta la Ilustración, muchos científicos y pensadores escriben sus tratados en este latín aséptico: Bacon, Telesio, Cardano, Vitoria, Kepler, Leibnitz, Spinoza, Descartes, Newton, Kant, Swedenborg, von Linné, Humbolt, entre otros ([21]).

            Hoy día, según es sabido, el latín como lengua de uso subsiste en algunas esferas de la filología clásica, reducido, además de los aparatos críticos, a los prefacios y comentarios de algunas colecciones (OCT, BT, CP) que lo exigen. La Iglesia Católica, como institución religiosa,  desde el Concilio Vaticano II sólo lo emplea en las encíclicas que emite el Sumo Pontífice. Existe algunos intentos, tan loables como infructuosos, de promocionar el latín como lengua científica universal de amplio uso, entre los que podemos contar los congresos internacionales (omnium gentium ac nationum conventus Latinis litteris linguaeque fovendis) organizados por J. Capelle, profesor en la Universidad de Nancy y otros profesores, así como también las revistas escritas en latín (Vita Latina, Acta Diurna, Latinitas, Litterae Latinae, Palaestra Latina). En España, los abanderados de estas propuestas son J. M. Mir (Nova verba Latina, Barcelona 1970) y J. Jiménez Delgado (Latine Scripta, Madrid 1978; Epistular commercium, Barbastro 1983).

            Es la formación de neologismos el problema básico que se presenta en la restauración del latín como lengua viva en ámbitos demasiado amplios de la educación y la cultura ([22]); pero esta ampliación del léxico a través de la conformación al latín de cosas y conceptos de la vida moderna llega a crear vocablos tan hilarantes como la acertada latinización de algunas historietas que con fines didácticos se han llevado a cabo en los últimos años. En fin, sin desdeñar ni rechazar en absoluto estos dignísimos empeños, que prestan un servicio bastante importante a la difusión de nuestras disciplinas en el gran público, me parece que el empleo del latín ha de quedar circunscrito a la producción científica de aquellos colegas que se sientan capaces de utilizarlo.

            Creo que la historia del latín, como fenómeno lingüístico vivo, aun siendo de una comunidad o élite cultural, terminó hace tiempo, cuando se apagó el entusiamo por los modelos a emular; a partir de lo cual, importa examinar la historia del estudio de la lengua latina. A unas breves consideraciones sobre el desarrollo de los estudios latinos en nuestra época estarán dedicadas las páginas que siguen.

 

    [1]  Cf. por ejemplo el testimonio del monje humanista Ambrogio Traversari, Hodoeporicon, tr. V. Tamburini (Florencia 1985) 138.

    [2]  Cf. una bibliografía sobre el término y estudios sobre la época en R. Pfeiffer, Historia de la Filología Clásica, II (Madrid 1981) 40‑45, en especial, B. L. Ullman, "Renaissance, the Word ant the Underlying concept" Studies in the Italian Renaissance (Roma 1973) 11‑40; para el término Humanismo cf. V. R. Giustiniani, "Homo, Humanus, and the meanings of Humanismus" Journal of History of Ideas 46 (1985) 167‑195, con bibliografía de trabajos anteriores al respecto.

    [3]  Cf. B. Migliorini, "Latino e Volgare nel Quattrocento" Lettere Italiane 21 (1969) 245‑233.

    [4]  Cf. en fuentes bibliográficas las obras de los ya clásicos J. Burckhardt y J. A. Symonds, así como también las de Garin, Baron, Kristeller, Billanovich.

    [5]  N. Sapegno, Disegno storico della letteratura italiana (Florencia 1960) 116.

    [6]  Cf. A. Buck, "Aus der Vorgeschichte der Querelle des anciens et des modernes in Mittelalter und Renaissance", BiblH&R 20 (1958) 527‑541.

    [7] Cf. F. Rico, "Orígenes del canon nefasto" Nebrija frente a los bárbaros. El canon de gramáticos nefastos en las polémicas del Humanismo (Salamanca 1978) 11‑27.

    [8]  El más insigne las Elegantiae de Valla, pero cabe recordar a Guarini, Tortelli, Perotti, y anteriormente al Raudense, y los Barzizza.

    [9]  En Florencia, por el bizantino Manuel Crisoloras, cf. G. Zippel, Storia e cultura del Rinascimento italiano (Padua 1979) 80.

    [10] A. Fontán, Humanismo romano (Barcelona 1974) 266.

    [11]  Cf. R. Sabbadini, Le scoperte dei codici latini e greci ne' secoli XIV e XV, I‑II, Florencia 1905‑1914.

    [12]  Cf. B. Munk‑Olsen, "Les classiques latins dans los florilèges médiévaux antérieurs au XIIIe siècle" RHT 9 (1979) 47‑121 y 10 (1980) 115‑164; y el Florilegium Gallicum, cf. B. L. Ullman, CPh 23‑27(1928‑32).

    [13]  Cf. R. Sabbadini, Storia del Ciceronianismo (Turín 1886) 36; la polémica comienza en la segunda mitad del XV, y continúa en el siguiente entre la escuela holandesa y la italiana, cf. W. Kroll, Historia de la Filología Clásica, tr. P. Galindo (Barcelona 1928) 114‑116.

    [14]  No fueron precisamente en latín las últimas palabras de Erasmo, cf. J. Huizinga, Erasmo, II, tr. C.Horányi (Barcelona 1986) 322.

    [15]  La primera vez por boca de los legionarios y colonos, la segunda en la voz evangelizadora de la iglesia occidental, cf. E. Löfstedt (nota 50) 458, y ahora por medio de los escritos de los humanistas.

    [16]  Cf. J. M. Maestre, "Sistema, norma y habla, y creatividad literaria latino tardía", en Actas del I Congreso Andaluz de Estudios Clásicos (Jaén 1982) 260‑267; y su exhaustivo análisis de los modos de imitación de estos poetas en Poesías Varias del Alcañizano Domingo Andrés (Teruel 1987) xlvi‑lvii.

    [17]  Con las consabidas excepciones; a España, como es sabido, el Humanismo llegó casi con un siglo de retraso. Por otra parte, a finales del XIX en lengua latina Giovanni Pascoli alcanzó un alto nivel poético, cf. A. Traina, Saggi sul latino del Pascoli, Padua 1961.

    [18] E. Norden, Die antike Kunstprosa, II (Stuttgart 1958) 767.

    [19] R. Sabbadini, Storia del Ciceronianismo (Turín 1886) 73.

    [20] Cf. G. Devoto, Storia della lingua di Roma (Bolonia 1944) 361.

    [21]  Cf. L. S. Olschki, Geschichte der neusprachlichen wissenschaflichen Literatur, II (Heidelberg 1918) 90.

    [22]  Cf. una sistematización de este proceso por Ae. Springhetti, "Quibus modis res novae latine interpretandae" Latinitas 1(1953) 58‑74.