Todos los grandes escritores acaban apelando a la solidaridad humana. Tal vez porque esa tendencia a ayudar a nuestros semejantes por encima del particular interés sea un instinto, aun instantáneo, propiamente humano que todos llevamos aprendidos, unos menos y otros nada, por vivir en sociedad. Por este rasgo son grandes los escritores, además de ir contra la corriente que al común de la humanidad los poderosos nos marcan.

Y no es otra la razón de la preeminencia moral de los grandes géneros literarios, la épica y la tragedia, entre los escritores antiguos. «Lo sublime es el eco de la grandeza de alma (ὕψος μεγαλοφροσύνης ἀπήχημα)», escribió un tal Longino en su tratado Sobre lo sublime (Perì hýpsous, 9.2), al definir el tema nuclear de la epopeya clásica y la tragedia ática. Entre los modernos, esta preeminencia se confunde a menudo con la excelencia academicista del Grand style, como hemos leído hace poco en la polémica acerca de Galdós, escritor grande entre los más grandes.

La solidaridad humana da esperanzas a las víctimas de las fatalidades de la vida. El poeta Virgilio, «padre de Occidente», lo expresa desde el primer libro de la Eneida, cuando hace observar al héroe apátrida que en la ciudad extranjera adonde lo ha arrastrado el naufragio se conocen y admiran las penalidades de su patria hasta plasmarlas en los bajorrelieves de las puertas del templo:

En este bosque por primera vez se le ofreció un insólito hecho que alivió su temor; aquí Eneas, por primera vez, se atrevió a esperar salvación y a confiar en una suerte mejor para sus aflicciones. Pues mientras, aguardando a la Reina, examina cada cosa en el gran templo; mientras admira cuál era la fortuna de aquella ciudad (455) y el trabajo de las obras y la habilidad de los artífices, ve representadas por su orden las batallas de Ilión y las guerras que la fama ha divulgado ya por todo el orbe, al hijo de Atreo y a Príamo, y a Aquiles, enconado enemigo de ambos. Se paró, y llorando dijo: (460) “¿Qué sitio hay ya, Acates, qué región de la tierra que no esté colmada de nuestras fatigas? Mira a Príamo. Hay aquí también recompensa para su gloria. Hay llantos por las cosas de la vida y la muerte de los hombres conmueve sus corazones. Quítate el miedo; esta celebridad te traerá algún amparo”. Dice, y apacienta su ánimo con la vista de aquella inocua pintura (465) sollozando profusamente y vertiendo por su rostro largo raudal de llanto. Virgilio, Eneida I, 450-465.[1]

Desde la segunda mitad del siglo VIII a. C., las colonizaciones y el comercio habían divulgado episodios de las epopeyas homéricas a través de la pintura cerámica griega. No es una invención ex nihilo que en la Cartago anterior a las guerras púnicas hubiese noticia de aquellos hechos legendarios. También se encontró en la Campania una terracota del siglo V que representa a un guerrero con una anciano a sus espaldas: ¿quién sino Eneas cargando con su padre Anquises? Virgilio, el poeta del imperio del pueblo romano, el vate del destino manifiesto, concentró en este breve episodio del pater Aeneas ante el templo de Juno, y en un solo verso de palabras usuales (Sunt lacrimae rerum et mentem mortalia tangunt), el ideal de comunicación y comunión que está en la base del humanismo.

19 de marzo de 2020 http://personal.us.es/jsolis/JSOLIS.htm

 

[1] Hoc primum in luco noua res oblata timorem              450
leniit, hic primum Aeneas sperare salutem
ausus, et adflictis melius confidere rebus.
Namque sub ingenti lustrat dum singula templo,
reginam opperiens, dum, quae fortuna sit urbi,
artificumque manus inter se operumque laborem        455
miratur, uidet Iliacas ex ordine pugnas,
bellaque iam fama totum uolgata per orbem,
Atridas Priamumque et saeuum ambobus Achillem.
Constitit, et lacrimans, ‘Quis iam locus’ inquit ‘Achate,
quae regio in terris nostri non plena laboris?                 460
En Priamus! Sunt hic etiam sua praemia laudi;
sunt lacrimae rerum et mentem mortalia tangunt.
Solue metus; feret haec aliquam tibi fama salutem’.
Sic ait, atque animum pictura pascit inani
multa gemens largoque umectat flumine uoltum.         465