La pandemia ha exacerbado la dicotomía entre información y comunicación. En medio de las verdades y mentiras que vuelan por el éter, entre llamadas de desconocidos que te venden duros a real o notificaciones infinitas en las que uno no encuentra lo que le atañe, nos enteramos a toro pasado de actos profesionales entrañables, si es dable este oxymoron, de fallecimientos de colegas y maestros, de allegados de nuestros compañeros de trabajo, de vecinos.
Las autopistas de la información nos convierten en una mónada discordante dentro de una torre apergaminada y ebúrnea, como el Averroes de Borges, que no se explicaba el significado de comedia y tragedia en su comentario de Aristóteles cuando tenía delante el relato de representaciones teatrales del viajero en la China o en el juego de los chicos que veía desde su balcón enrejado.
Peor aún que ese ficticio desconocimiento del género poético más popular, es la merma de la comunicación, una de las dos basas y columnas de los studia humanitatis, “de todas las artes que dizen ‘de humanidad’, porque son propias del ombre en cuanto ombre”, que escribió nuestro Nebrija, cada vez más grande y auténtico cuanto más se estudia.
En el recuerdo de los que nos han dejado, os deseo felicidades y bienandanzas para este año dos mil veintitrés.
Valete cum animi libertate (Salud y espíritu crítico),
Hispali X. Kal. Ian. MMXXII (Sevilla, 23 de diciembre de 2022).