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 Jerez Información. Síntesis: Suplemento cultural de Publicaciones del Sur, nº 1, 12-XII-2004, p. 10.

Resulta por lo menos sorprendente que en ámbitos tan relevantes como, entre otros, la página web de la Comunidad Autónoma no se haya dado cabida a la etimología más sugestiva, por no decir certera, del nombre de nuestra tierra. De siempre hemos aceptado que el nombre árabe al-Andalus procedía de un pueblo bárbaro de la Antigüedad tardía que "viniendo a España, según opinión de algunos, dieron nombre a la provincia Vandaluzía, y perdida la primera letra V, Andaluzía", tal como registra el Tesoro de Covarrubias (1611), recogiendo una opinión harto generalizada desde el siglo XV en ambientes literarios; tópico éste que permite a Cervantes fabular con el nombre de la dama del Caballero del Bosque, que "por llamarse Casilda y ser de Andalucía, yo la llamo Casildea de Vandalia", en un episodio que pocos admitirán no haber leído.

Los primeros testimonios en que aparece la denominación de Vandalia para la parte sur de la Península, ocupada por los reinos de Taifas, se deben a Rodrigo Jiménez de Rada (1170-1247), arzobispo de Toledo. Este término traducía la voz al-Andalus con que los musulmanes venían a llamar a todas las tierras hispanas que se les hallaban sometidas, de igual manera que las primeras crónicas asturianas habían denominado España a ese mismo territorio ocupado por los infieles. La de vueltas que da la Historia. El arzobispo Toledano fue el primer historiador que promovió el mito del goticismo en el pensamiento político de la época; esto es, que los reinos cristianos de la España medieval constituían una restauración de la monarquía visigoda, y de ahí viene la idea de reconquista con que aún hoy se califica ese proceso histórico que duró ochocientos años. Y para esta ficción política, que tomaba singular empuje con la unión monárquica de los Reyes Católicos, venía muy a propósito cristianizar, reinterpretar, cuando no eliminar, todo vestigio de relación con el mundo islámico. Fue cobrando así carta de naturaleza la consabida etimología derivada del pueblo germano que estuvo menos de veinte años (411-429) en el territorio de la Bética romana, y cuyo gentilicio, por supuesto, no estaba desprestigiado entonces por la acepción peyorativa con que se utiliza hoy.

Así las cosas, sin que a nadie le importara un ardite estas fruslerías de varia erudición, nuestro paisano irlandés Ian Gibson ("Landa-Hlauts / al-Andalus", El País. Andalucía, 1-10-2002) atrajo la atención sobre la hipótesis de un estudioso alemán, Heinz Helm (1989), que proponía seguir derivando de un término germano el nombre de Andalucía: al-Andalus sería la arabización del nombre visigodo de la antigua provincia romana de la Bética; los visigodos, al repartirse las tierras por lotes, denominaron a éstas "sortes Gothicae", y la designación en esa lengua germánica, "Landahlauts", se transformó en al-Andalus.

Esta hipótesis constituye un ejemplo de hasta dónde es capaz de llegar una investigación académica con arreos meramente teóricos. Si bien todas las fuentes históricas hablan de un reparto por sorteo del territorio hispano, no ya entre los visigodos, sino entre las tres tribus que los precedieron, suevos, vándalos y alanos, no se ha hallado el imprescindible dato de tal denominación territorial en la lengua del obispo Ulfilas. Además, el conocimiento por parte de los árabes de semejante denominación presupondría un cuerpo diplomático musulmán digno de la sagacidad vaticana y al tanto de las interioridades de una clase dirigente que a comienzos del siglo VIII ya no debería de hablar en gótico ni en la intimidad.

Y es que los árabes, pueblo al que se le ha escatimado cualquier originalidad cultural, parecen haberse asomado a la civilización sólo cuando llegaron a expandir su poder político movidos por la nueva fe, de modo que se mostrarían incapaces de llamar como les cupiese los vastos horizontes que se abrían a sus conquistas. A rebatir este prejuicio, enfocando la pesquisa etimológica desde el campo de origen de la palabra, viene la hipótesis del arabista Joaquín Vallvé (1986), que siendo tal vez la acertada, encierra además un sugerente atractivo: sostiene Vallvé que la expresión "isla de al-Andalus" recogida en los primeros documentos árabes previos al 711 que se refieren a nuestra tierra, o a toda la Península, proviene de "isla del Atlántico o de la Atlántida o de los Atlantes", que aparecen en traducciones llegadas a través de Bizancio de las obras de Platón donde se relata el mito de la Atlántida (Timeo y Critias).

No es magra gloria, pues, haber tenido de padrino, aun involuntario, a Platón (428-347 a.C.), la mente más portentosa de la Antigüedad, y también algo embustero, que inventó, transformó y reelaboró cuantos mitos y leyendas se acomodaran a sus deslumbrantes teorías. Aún se sigue debatiendo qué fue aquella Atlántida sumergida, cuya narración el anciano filósofo atribuye a sacerdotes egipcios unos 200 años antes, pero su localización allende las Columnas de Hércules (Gibraltar), la mención de una vecina isla Gadeiros (Cádiz), lo avanzado de su civilización y sus riquezas, sugirieron a historiadores y arqueólogos firmes analogías con la civilización de Tartessos, basándose también en el característico proceso de mitologización de una realidad histórica desaparecida como lo fue el reino de Argantonio; de este modo, tendríamos representado en el nombre de Andalucía el tenue hilo cultural que la hilvana, a lo largo de migraciones y mestizajes, por medio de un fascinante mito, con la primera civilización que surgió en nuestra tierra.