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«La epístola latina en verso de Francisco Hernández a Benito Arias Montano (Madrid, Biblioteca del Ministerio de Hacienda, ms. FA 931)», [coautor F. Navarro AntolínMyrtia 29 (2014) 201-245. This paper offers a critical edition, Spanish translation and commentary of the Latin epistle of 137 hexameters that Francisco Hernández wrote to Benito Arias Montano.

Resumen:

La epístola latina en verso de Francisco Hernández a Benito Arias Montano (Madrid, Biblioteca del Ministerio de Hacienda, ms. FA 931). Este artículo presenta la edición crítica, traducción y comentario de la epístola latina de 137 hexámetros que Francisco Hernández escribió a Benito Arias Montano. El Doctor Francisco Hernández (1515-1587) fue enviado a México como protomédico general de los dominios americanos de la Monarquía Hispana por Felipe II para catalogar la flora de aquellos territorios, en lo que fue el primer estudio sistemático de Botánica y Farmacopea del Nuevo Mundo, pero cuando regresó a España después de siete años de investigaciones y andanzas, en la Corte se pusieron trabas a la publicación completa de su voluminosa investigación compuesta de informes en latín sobre la cualidad de las plantas y sus dibujos, optándose por un compendio para cuya preparación se dejó a su autor totalmente al margen. Fue en aquellas fechas cuando el Dr. Hernández escribió esta reclamación en versos latinos a Benito Arias Montano (1527-1598), el escriturista en quien el Rey Prudente tenía depositada su confianza en asuntos culturales y con el que el Dr. Hernández pudo trabar amistad desde la década de los 50 cuando ejercía como médico en Sevilla, en el monasterio de Guadalupe o en la misma Corte. Fuese porque finalmente no se la envió, o porque la doliente misiva quedase desatendida, la única copia pasó inadvertida entre el resto de manuscritos de la obra humanística del Dr. Hernández hasta su publicación a manera de preliminar poético y programático en la edición de sus obras originales por la Real Academia de la Historia en 1790. Por tanto, todas las reproducciones y traducciones que se habían hecho de esta composición poética latina han sido sobre esa adaptación del académico Casimiro Gómez Ortega (1741-1818), primer catedrático del Jardín Botánico y editor de esa primera edición de las obras originales del Dr. Hernández. Las traducciones y estudios de esta epístola a la que el eminente botánico y latinista intituló Carmen, ‘Poema’, no solo están horros del mínimo planteamiento ecdótico, incluso después del redescubrimiento de los autógrafos en 1950, sino que adolecen de palmario desconocimiento de los referentes de la cultura grecolatina en que se inscribe toda la literatura humanística, llegando a faltar este poema en los más exhaustivos repertorios especializados de poesía latina renacentista. La presente edición crítica y traducción comentada restablece el texto original, recuperando aquellos fragmentos que habían sido eliminados por el anterior editor Gómez Ortega y ofreciendo una interpretación de conjunto del poema en el contexto del género literario epistolar y la producción netamente humanística del Dr. Hernández, además de aspectos socioles y culturales del humanismo científico español. El restablecimiento crítico del texto del autógrafo nos revela que la máxima autoridad de la medicina en el virreinato de Nueva España, traductor de Plinio el Viejo y de los Theriaca de Nicandro a verso latino, fue también un pensador y escritor de talla implicado en las corrientes espirituales de aquella época conflictiva. Contiene 45 págs., 52 notas a pie + 15 págs. de comentario filológico, y 82 referencias bibliográficas.

Dr Francisco Hernández (c1515-1587) was sent to Mexico as chief physician for the Western domains of the Spanish Empire by King Philip II to catalogue the flora of those countries, in the earliest systematic study on Botany and Pharmacopoeia of the New World. However, when he returned to Spain after seven years of hazardous research, his handwritten notebooks and drawings were not published and later an important part of them was lost. In that crucial moment these Latin verses were written to Benito Arias Montano (c1527-1598), who appears to have ignored this request for help. Even so, this epistle was included with some revisions in the eighteenth century edition of the rest of Francisco Hernández’s works by Casimiro Gómez Ortega, who was the royal botanist and, therefore, a good latinist. The commentary offered here is centred on textual criticism of this Latin epistle based on the autograph manuscript, which is held at Madrid, in the Central Library of the Ministerio de Hacienda, and deals with its literary context and some socio-cultural aspects of Spanish scientific Humanism. Este artículo presenta la edición crítica, traducción y comentario de la epístola latina de 137 hexámetros que Francisco Hernández escribió a Benito Arias Montano. 

La epístola latina en verso de Francisco Hernández a Benito Arias Montano

(Madrid, Biblioteca del Ministerio de Hacienda, ms. FA 931)

[Francisco Hernández’s Latin Poetical Epistle to Benito Arias Montano

(Madrid, Central Library of the Ministerio de Hacienda, ms. FA 931)]

Fernando Navarro Antolín (Universidad de Huelva) / José Solís de los Santos (Universidad de Sevilla)

Myrtia 29 (2014) ISSN: 0213-7674

Summary: This paper offers a critical edition, Spanish translation and commentary of the Latin epistle of 137 hexameters that Francisco Hernández wrote to Benito Arias Montano. Dr Francisco Hernández (1515-1587) was sent to Mexico as chief physician for the Western domains of the Spanish Empire by King Philip II to catalogue the flora of those countries, in the earliest systematic study on Botany and Pharmacopoeia of the New World. However, when he returned to Spain after seven years of hazardous research, his handwritten notebooks and drawings were not published and later an important part of them was lost. In that crucial moment these Latin verses were written to Benito Arias Montano (1527-1598), who appears to have ignored this request for help. Even so, this epistle was included with some revisions in the eighteenth century edition of the rest of Francisco Hernández’s works by Casimiro Gómez Ortega, who was the royal botanist and, therefore, a good latinist. The commentary offered here is centred on textual criticism of this Latin epistle based on the autograph manuscript, which is held at Madrid, in the Central Library of the Ministerio de Hacienda, and deals with its literary context and some socio-cultural aspects of Spanish scientific Humanism.

Palabras clave: Francisco Hernández. Benito Arias Montano. Botánica. Farmacopea. Humanistas españoles. Edición crítica de textos latinos.

Keywords: Francisco Hernández. Benito Arias Montano. Botany. Pharmacopoeia. Spanish Humanists. Latin Textual Criticism.

Las obras estrictamente humanísticas de Francisco Hernández (Puebla de Montalbán, 1515; Madrid, 28-I-1587)[1] no han recibido la misma atención crítica que la gigantesca labor investigadora y descriptiva que llevó a cabo sobre su especialidad, la botánica, la farmacopea, la materia médica en general, entre 1571 y 1577 en el virreinato de Nueva España[2]. El doctor Francisco Hernández, médico e historiador de Felipe II y protomédico general de todas las Indias Occidentales, es una de las no muy numerosas mentes verdaderamente científicas que ornan el panorama de nuestro humanismo. Constituye un paradigma del Renacimiento su investigación farmacológica de los medicamentos extraídos directamente de la flora mexicana, a la que aplicó con todo rigor metodológico la doctrina tradicional de calidad y grado de los simples[3].

Se había formado en el ‘galenismo humanista’ que se respiraba en la nueva Universidad de Alcalá de Henares, donde para matricularse en Medicina había que obtener antes el grado en Artes y Filosofía, es decir, el conjunto de disciplinas regido por los studia humanitatis, requisito académico del que Hernández habría de sacar extraordinario provecho, no ya en la asimilación de conocimientos especializados de las ciencias de la naturaleza en sus textos griegos y latinos, sino en el uso de la lengua latina tanto para la redacción de sus investigaciones, como en la elaboración de su pensamiento dentro de moldes literarios. Consta en los archivos conservados de la antigua universidad complutense[4] que un “Franco. Fernandez, de la puebla de Montalbán” alcanzó el “grado de Bachiller en Medicina a 22 de mayo” de 1536. Al no existir libros de partidas de bautismo de esa población toledana antes de 1544, esta data permite afinar el año de su nacimiento, ya que se requería tener al menos 21 de edad para ejercer la profesión[5]. Igualmente apunta al mismo año de 1515 como muy probable fecha, una carta a su inmediato superior, el presidente del Real Consejo de Indias, Juan de Ovando, de 20-III-1575, en la que afirma tener casi sesenta años[6]. Su graduación en Artes sobre el año 1530 hace coincidir esta etapa de su formación intelectual con el momento dulce de los erasmistas españoles, cuyo foco era la universidad alcalaína, después de lograrse en la conferencia de Valladolid de julio de 1527 carta de ortodoxia para el humanista de Róterdam[7]. En este contexto de su formación académica nos explicamos el soterrado erasmismo en su tardía Doctrina Christiana, o Christianae methodi libri tres, uno de los pocos tratados religiosos redactados por laicos, compuesto de 1.791 hexámetros latinos con los que entronca con la tradición catequética hispana, cuya trayectoria, como notoriamente sabemos, no estuvo exenta de acerbos encuentros con la Inquisición. Pero no en el caso de esta singular obra, que contó, aunque no llegaría a publicarse, con las apostillas del arzobispo de México, Pedro Moya de Contreras, a cuya instancia escribió el versificado opúsculo religioso destinado a las minorías cultas del virreinato antes de que en 1584, con el III Concilio Provincial Mexicano, se sancionaron para Nueva España los decretos tridentinos[8].

Una vez conseguido el grado, entró como médico al servicio del duque de Maqueda, en el pueblo toledano de Torrijos, y de allí pasó a ejercer en Sevilla, donde contrajo matrimonio con Juana Díaz de Paniagua, y nacieron sus hijos, Juan Hernández, que le acompañará con veinte años en su misión científica en el Nuevo Mundo, y María de Sotomayor[9]. De 1556 a 1560 fue médico del monasterio de Guadalupe, institución donde se practicaban disecciones anatómicas y de cuyo jardín botánico se hizo cargo. Después vivió en Toledo, donde adquirió propiedades y practicó en el hospital de Santa Cruz, desplazándose varias veces a la Corte, donde finalmente fijó su residencia hasta que fue nombrado médico de la Casa Real de S. M. en 15-VII-1567[10]. En esa etapa sevillana de principios de los 50, a la que alude Hernández en el exordio de su misiva (v. 3), se fue fraguando el haz de amistades que junto con su preparación y méritos lo colocarán al frente de la primera expedición científica europea en el Nuevo Mundo[11]. En la misma ciudad donde Hernández ejercía la medicina, “viviendo yo en Sevilla y ocupando entre los de mi facultad lugar honesto”, como deslizó en su traducción de Plinio[12], o en las excursiones por las serranías para estudiar su flora, en ocasiones con colegas como el cirujano Juan Fragoso[13], debió encontrarse con el joven sabio Benito Arias Montano, cuyos familiares mantenían estrechas conexiones con el alto clero hispalense[14]. Años después, en 1566, cuando Montano, al ser nombrado capellán real, se instaló en la Corte, debieron de encontrarse en alguna que otra ocasión, en la construcción del monasterio de San Lorenzo del Escorial y en la inminencia de la partida de Montano a Flandes para supervisar la edición de la Biblia Políglota, según sugieren los versos iniciales de la epístola que editamos (vv. 5-14). En esos años movían los hilos de la política filipina el cardenal Diego de Espinosa (1513-1572), presidente del Consejo Real de Castilla, y Juan de Ovando (1515-1575), miembro del Consejo Supremo y General de la Inquisición y visitador del Consejo de Indias[15], y luego su presidente en octubre de 1571. Ambos personajes habían desempeñado durante la década precedente puestos relevantes en Sevilla, Espinosa, el eficaz ejecutor del viraje filipino, había sido oidor de la Audiencia, y Ovando, provisor y vicario de la archidiócesis[16]. Uno y otro se habían cedido los servicios como secretario del joven Mateo Vázquez, hijo huérfano del ama de llaves del canónigo Diego Vázquez de Alderete, cuya casa sevillana frecuentaba, tal vez como profesor de los pajes, el mismo Arias Montano[17].

El doctor Hernández también guardó estrecha amistad con el cronista Ambrosio de Morales y Oliva (1513-1591), según este mismo declaró con ocasión de completar un poema latino epigráfico falto del último verso: “También cumplió el epigrama el Doctor Francisco Hernández, médico de su Majestad, y que lo ha embiado en Indias con cargo de reconocer todos los animales, aves y plantas de allá, y retratarlos todos, con escrivir también sus fuerças y provechos. Insigne hombre por sus letras y con quien yo desde muy moço he tenido siempre grande amistad”[18]. Curiosamente, la solución que dio Hernández, siempre según Morales, al pentámetro que falta después del conocido verso de Manilio (Astronomica, 4.16): Nascentes morimur, finisque ab origine pendet / ipsaque uita suae semina mortis habet, es más propia de un científico, que la obsecuente con la doctrina astrológica con que Morales completó el epigrama: Illa eadem, uitam quae inchoat, hora rapit[19].

Estos contactos y amistades que acreditaban su preparación debieron de pesar para que el 24 de diciembre de 1569 Felipe II nombrara a su médico de cámara Dr. Hernández “protomédico general de nuestras Indias, islas y Tierra Firme del Mar Océano y hazer la Ystoria de las cossas naturales”, para lo cual mandaba “librar los 80.000 mrs. que tiene de salario cada año por médico de Vuestra Mgtd. durante el tiempo de los cinco años que en ellos se a de ocupar”[20]. A primeros de septiembre de 1570 el protomédico partió del puerto de Sevilla[21] con su hijo Juan y el geógrafo Francisco Domínguez. Las breves escalas en Canarias y Santo Domingo las empleó para realizar herborizaciones en esos territorios[22], hasta por fin alcanzar, vía La Habana y Veracruz, la ciudad de México, en cuya Audiencia presentó las credenciales el 1 de marzo de 1571. Durante los primeros años de su estancia recorrió “esta nueva Hespaña, que creo ser la maior parte de quanto hay en el mundo, por razón de sus diversos temples, grandeza y fertilidad”[23], reunió, clasificó y estudió más de 3.000 especies vegetales —muchas de ellas plantas exóticas, como el achiote, el ají o chili, el cacao, el maíz, el peyote, el tabaco, el tomate y la datura estramonium—, más de cuatrocientos animales de la fauna mexicana, incluyendo mamíferos, ovíparos, reptiles e insectos, y treinta y cinco minerales utilizados en medicina[24]. Desde marzo de 1574 hasta su partida para España en febrero de 1577 residió en la ciudad de México, para ordenar el material, experimentar los efectos curativos de las plantas registradas, ejercer la medicina clínica, y escribir. En sus investigaciones llegó, a veces, a ensayar en sí mismo las medicinas usadas por los indígenas, con riesgo de su vida, como testimonia en esta epístola poética (vv. 115-116). Desde España el rey se impacientaba por conocer el resultado de la investigación de su protomédico, quien, llevado por un afán de perfección característico del homo scientificus, se demoraba en el labor limae de sus escritos y dibujos. En la misma carta ya citada, de México, 20-III-1575, en la que se disculpaba por no haber enviado aún los informes de su trabajo, anotó de su puño y letra el Rey Prudente: “Vista (sc. la carta): escríbase al Virrey, con relación que este Doctor ha prometido muchas veces enviar los libros de esta obra y que nunca lo ha cumplido: que se los forme y los envíe en la primera flota a buen recaudo”[25]. En 24-III-1576 envió al rey desde la ciudad de México “diez y seis cuerpos de libros grandes de la Historia Natural de esta tierra”, lo que se trataba de una segunda versión, todavía provisional, elaborada a partir de sus apuntes y notas[26], porque al regresar a Sevilla el 16 de septiembre de 1577, tras haber “servido muy bien y con mucho cuidado, como las obras darán testimonio y le cuesta parte de su salud, porque la lleva bien quebrada”, traía “22 cuerpos de libros además de los 16 que había enviado y lleva sesenta y ocho talegas de simientes y raíces y ocho barriles y cuatro cubetas y en lo uno y en lo otro van los árboles y yerbas que V.M. mandava ver”,  según consta en el despacho del virrey Martín Enríquez de Almansa a Felipe II[27].

A pesar del interés acuciante del rey por este trascendental eslabón de su política cultural y económica, al que en ningún momento dejó de corresponder el protomédico[28], pronto surgieron en la Corte objeciones al costoso proyecto de edición, a lo que se añadió la circunstancia de haber fallecido el principal valedor de Hernández, Juan de Ovando (8-IX-1575), además de otros intereses inexplicables. El cosmógrafo Juan Bautista Gesio, pocos meses después de haber llegado Hernández a Madrid, pidió al rey, en carta fechada el 18 de febrero de 1578, que no se publicasen los trabajos geográficos y las tablas graduadas que el doctor Hernández traía de México, aduciendo que podían perjudicar los intereses castellanos en las disputas de límites que, con motivo de la línea de demarcación, se venían sosteniendo entre castellanos y portugueses[29]. Pese a estos contratiempos, el Consejo de Indias recomendó con cargo a las arcas reales la publicación de todo el material elaborado por el protomédico, pero el rey respondió mediante un rescripto de 20-III-1578 con este alarde de prudencia presupuestaria y miopía política: “Mírese más en lo que vendría a costar la impressión que se podría sacar della; que haviendo de costar mucho los libros, creo que pocos los comprarían, y si sería mejor que se hiziese un ejemplar de mano con sus figuras de pintura y lo demás que contiene, de que se fuessen sacando en volúmenes pequeños y manuales las materias sumariamente, de manera que ni la impresión destos viniese a ser tan costosa, ni después dexasse de correr y venderse, con que paresce que se conseguiría el fin de la utilidad pública”[30]. Lo que buscaba ahora la Corona era un promptuario con la finalidad práctica de la terapéutica, lo cual parece que no se conllevaba con la estructura descriptiva de los originales hernandinos[31], ni, desde luego, con el carácter meticuloso y científico de quien había llevado a feliz término toda la investigación, siguiendo, por lo demás, las regias instrucciones. Así pues, los originales de la primera investigación sobre botánica y farmacopea del Nuevo Mundo, casi preparados ya para su editio maior, permanecieron en poder del monarca hasta que en 1580 el mismo Consejo, siguiendo el mandato real, los entregó al médico de cámara napolitano Nardo Antonio Recchi de Monte Corvino (c. 1533-1595) para que realizara la selección, y, terminada ésta antes de marzo de 1582, pasaron a ser depositados en la biblioteca de El Escorial[32].

Hasta esta fecha alcanza la redacción de esta epístola poética del médico Hernández al biblista Arias Montano, dado que en los últimos versos se queja con total claridad de que un desconocedor del tema de sus libros ha venido a encargarse de su revisión con plena responsabilidad sobre los mismos (vv. 121-130). Ya en los versos del comienzo, entre súplicas de defensa y ayuda (vv. 24, 31, 34), había anticipado a su destinatario que envidiosos y maldicentes cortesanos difamaban su casi heroica labor investigadora en el Nuevo Mundo (vv. 26-30). Tal vez a poco de arribar a la desembocadura del puerto fluvial (v. 1), con la salud quebrantada, y percatándose poco después en la misma metropoli de la aplastante burocracia, comenzara a pergeñar esta poética demanda de protección y amparo a quien también fue gran amigo de su fallecido patrón. Otro empuje en la elaboración de la poética misiva podría haberse producido en los intervalos de la crisis de su enfermedad que lo llevaría a otorgar testamento[33]. En ese lapso de tiempo desde la llegada a Sevilla hasta la confección del epítome por Recchi, Montano estuvo en España, de bibliotecario de El Escorial (1577), en Lisboa en comisión real (1578), en la Corte (1579), en Guadalupe (1580) y en el retiro de la Peña de Aracena (1580-1582)[34], pero la ausencia de un apógrafo en limpio de la epístola y, desde luego, la falta de noticias sobre el doctor Hernández en los copiosos datos y testimonios del biblista[35] hacen sospechar que no llegaría a enviársela, quedándose a falta de una última mano entre los otros cartapacios de apuntes y dibujos traídos en su viaje de regreso.

            Los escritos hernandinos compartieron el sino común del naufragio de la cultura manuscrita de nuestro Siglo de Oro[36]: los originales entregados al rey sobre los que trabajó Recchi se quemaron en el incendio de El Escorial de 1671. Los otros libros y borradores que tenía consigo Hernández se fueron desperdigando después de su muerte, aunque pasarían en buena parte a la biblioteca del Colegio Imperial de los jesuitas[37] de Madrid, donde en 1629 los localizaba Antonio de León Pinelo en su Epítome de bibliografía colonial[38] y llegaría a consultarlos el P. Nieremberg para incorporar íntegros algunos de esos trabajos de Hernández en su Historia naturae maxime peregrinae (1635). Tras la expulsión de los jesuitas en 1767, los encontró en la misma biblioteca ya de San Isidro el académico Juan Bautista Muñoz, cosmógrafo mayor de Indias, mientras buscaba material para su Historia del Nuevo Mundo, y los puso a disposición del también académico Casimiro Gómez Ortega (1741-1818)[39], director y primer catedrático del Jardín Botánico de Madrid, a quien finalmente el rey Carlos III habría de encargar la edición de las obras de Hernández. La epístola latina formaba parte, según Gómez Ortega, del tomo quinto de los encontrados, en el cual se habían reunido todos los trabajos históricos, filosóficos y religiosos, pero considerando el valor biográfico y testimonial de la desafortunada peripecia de aquellos escritos, Gómez Ortega decidió ponerla en el volumen I, al principio de la Historia plantarum Nouae Hispaniae, como si fuera un prólogo del propio Hernández a toda su obra de investigación en el Nuevo Mundo. Los tres primeros volúmenes vieron la luz en 1790, pero el apuro económico frustró la edición completa, volviendo a quedar todos los originales manuscritos en paradero ignoto hasta que hacia 1950 han sido definitivamente encontrados y posteriormente catalogados en la Biblioteca Central del Ministerio de Hacienda de la madrileña calle de Alcalá[40]. El texto autógrafo de la epístola se encuentra en el precioso códice FA-931, que tiene por título Hernandi. De Templo Mexicano[41].

Todas las reproducciones y traducciones de esta epístola que se han publicado parten de la edición matritense de Gómez Ortega, primero la de Antonio Hernández Morejón, en su obra póstuma Historia bibliográfica de la medicina española[42]; luego, en la misma década del siglo XIX, la de Anastasio Chinchilla Piqueras en sus Anales históricos de la medicina[43]. En el siglo siguiente, al hilo de la edición auspiciada por la Universidad Nacional Autónoma de México, Germán Somolinos d’Ardois reprodujo fragmentos de una versión castellana de la carta-poema que finalmente no fue incluida en los primeros volúmenes[44], pero el VI de estas Obras completas, integrado por las obras históricas, filosóficas y teológicas, fue comenzado con la traducción del poema enfrentada a una defectuosa transcripción del texto latino de Gómez Ortega, junto con una breve introducción de Tarsicio Herrera Zapién[45]. Hay además una traducción inglesa, poco afortunada, de Rafael Chabrán y Simon Varey[46], quienes siguen de cerca la versión castellana de Herrera Zapién y heredan, por tanto, sus errores[47].

Desde el enfoque literario, el poema se clasifica genéricamente como “epístola horaciana”, pero en su variante de “carta natural en verso”, pues, aunque adopta el metro horaciano —larga tirada de hexámetros dactílicos—, no hay un nítido mensaje moral (no es una “sátira epistolar”)[48], ni tampoco contenido metaliterario (no es una epístola literaria en verso). Su finalidad es expresar la amistad al ausente y hacerlo partícipe de nuevas, en la línea de las cartas naturales en verso de Claudiano y Ausonio, influidos a su vez por los Tristia y las Epistulae ex Ponto de Ovidio, de quien toman el dístico elegíaco como metro más usual. Métrica aparte, el tono quejumbroso y suplicante emparenta a la epístola hernandina con los poemas ovidianos del exilio[49]. Retóricamente, sigue a grandes rasgos las reglas para la composición de cartas en prosa latina de las artes dictaminis medievales, que prescriben cinco secciones: salutación inicial, captatio beneuolentiae, narración, petición y despedida final[50]. El tono de improvisación, el metro elegido (el hexámetro), y el carácter de epibaterion (discurso del viajero al llegar a su tierra natal, con anuncio de la llegada, narración del viaje y sus peligros, demostraciones de afecto, anticipo del reencuentro, etc.) es tal vez lo que hizo vacilar a Hernández, que en su primera redacción calificó a su poema de sylua en el título (si bien, tampoco la llamó luego abiertamente epistula)[51]. El propio Hernández, mediante el sangrado de verso, divide el poema en seis secciones: a) vieja amistad y vidas paralelas (vv. 1-20); b) primera súplica: amparo contra los detractores (vv. 21-36); c) anticipo del reencuentro (vv. 37-47); d) fatigas y obstáculos de su empresa (vv. 48-86); e) méritos y logros (vv. 87-121); f) segunda súplica: amparo para sus libros contra el revisor real (vv. 122-137).

Las carencias mencionadas justifican una edición crítica de la epístola, toda vez que contamos con el mismo autógrafo sobre el que Gómez Ortega, excelente latinista, elaboró una edición algo afectada de academicismo, porque suprimió versos tal vez reiterativos, remozó otros para acomodarlos al decoro retórico o a la corrección métrica, y se tomó, en fin, excesivas libertades incompatibles con los criterios científicos de la moderna crítica textual y, sobre todo, con el respeto debido a la intención del autor, que se descifra en las numerosas correcciones del original[52]; al mismo tiempo, las mentadas traducciones, aparte de seguir el texto latino de esa edición matritense, carecen de un comentario que vincule con el resto de su obra este vívido testimonio, casi un testamento poético, del gran humanista que fue Francisco Hernández.

Edición crítica, traducción y comentario de la epístola de Francisco Hernández

Ad Ariam Montanum, uirum praeclarissimum atque doctissimum.

              Allapsum iam Astae ripis, Montane, sodalem

            ne ueterem contenme tuum, cui cernere primum

            Romulea quondam licuit te et noscere terra,

            rarum naturae miraclum et maxima nostri

5          et clara ornamenta aeui, rursusque secundo

            post secessum illum, quo te, Montane, sorores

            instituere nouem, admorunt [et] plena ubera rerum

            causis ac uariis linguis et lumine diuum,

            igniferos intra scopulos et sacra Philippo

10        moenia, delicias regis sedesque beatas.

            Vnde quadrigemina cusurus Biblia lengua,

            immensum et preclarum opus ingentisque laboris,

            sponte petis Belgas molles patriaque relicta,

            algentes populos calcas digressus in Arcton,

15        dum nos sepositis plagis arcana tuemur

            naturae haud pigri occiduosque adnamus ad Indos,

            clementi annixi imperio parere Philippi

            Hesperiae domini, lacerum qui uindicat orbem,

            instituit leges sanctas renouatque cadentes,

20        perdens iniustos et Christi numinis hostes.

              Ergo post uarios casus, post munia nostra

            praestita, qua ualui cura, terraque marique,

            excipe me reducem tam multis casibus actum,

            in gremioque tuere tuo, nam diceris esse

25        Permessi sollers custos fidusque colonus.

            Sunt qui post terga oblatrent fundantque uenena

            inuidi et innocuos tentent damnare labores,

            quos non uiderunt aut percepere legentes,

            indigni quos terra tegat, uel turba bonorum

30        audiat efflantes scelerato ex ore chelydros.

            Haec te propulsare decens, ac trudere in Orcum

            sincero candore tuo, sapientia et arte

            et grauitate, fide eximia et celso ordine monstra,

            ne uirtus deserta ruat caritura patrono,

35        et foedi nitidis mergantur fontibus apri

            sideraque illustri fraudentur lumine solis.

              Tempus erit cum te liceat contingere dextra

            et coram gratas audire et reddere uoces.

            Tunc ego Musarum ueluti sacraria uisens,

40        impense exultans, nihil, o Montane, silebo,

            ad res spectans nostras, unde et noscere possis,

            quanta fides istis scriptis sit debita, quanta

            gratia, conatus maneat quae gloria nostros;

            in rebus magnis si tantum ad culmina celsa

45        direxisse gradum magnum est plenumque decoris,

            atque scelus patret qui his detractoribus aures

            praebeat immani diruptus uiscera morbo.

              Transeo quam tulerim fastidia longa per annos

            (sanguine iam gelido languens sterilique senecta)

50        septenos, mare bis mensus terrasque repostas,

            expertus caelum mutatum alimentaque passim

            iam pridem consueta mihi lymphasque malignas,

            praeterea ingentes aestus et frigora magna,

            uix ullo superanda modo mortalibus aegris,

55        siluosos etiam colles atque inuia lustra,

            flumina, stagna, lacus uastos latasque paludes.

            Non refero Indorum consortia perdita, fraudes,

            nec canimus tantas, dira aut mendacia, queis me

            non semel incautum lusere ac uerba dederunt,

60        insigni cura uitata, industria et astu;

            et quoties uires plantarum et nomina falsa

            quarundam accepi fallaci interpretis usus

            oraclo;  medica decuit quae uulnera caute

            interdum methodo curare atque auspice Christo.

65        Pictorum haud numerem lapsus, qui munera nostra

            tangebant aderantque (meae pars maxima curae,

            ne quicquam digitum latum distaret ab ipsa

            reddenda forma, patule sed cuncta liquerent

            mimesi magnaque fide et splendore corusco),

70        atque moras procerum, quae me properante molestae

            saepe fuere meis ausis ac nixibus. Aut quid,

            quae euenere mihi gustanti pharmaca, dicam

            noxas ac uitae pariter discrimina magna?

            Aut morbos, nimii mihi quos peperere labores,

75        nunc etiam infestos et in ultima tempora uitae

            desaeuituros, quotquot durabit in annos?

            Cetosue hostiles lacubusque natantia monstra

            integros homines uasta capientia in aluo?

            Quidue famem atque sitim? uel mille animalia blandam

80        sanguiferis punctis passim afficientia pellem?

            Rectores taetricos atque agmina inepta ministros?

            Siluestre Indorum ingenium nullisque docendis

            naturae arcanis promptum aut candore paratum?

            Praetereo, inquam, haec et solum quod fecimus ipsi

85        auxilio diuum eximio Christoque secundo,

            Hesperiae occiduae lustrantes dicimus oras.

              Viginti plantarum igitur pariterque quaternos

            dictamus libros (praeter qui fulua metalla

            subiciunt oculis hominum et genus omne animantum),

90        e quibus herbiferis profert Hispania in agris

            nullam, nam occiduas tantum sectamur et una

            caules, radices uarioque colore micantes

            flores; nec fructum aut folium contemno nec ipsa

            nomina, quorum est in uariis regionibus usus,

95        aut uires, natale solum, cultum atque saporem,

            aut lacrimas stipitis stillantes uulnere, morbi

            qui curentur eis, quaenam sit meta caloris,

            quis color et lignis qualis substantia subsit,

            et breuiter quaecumque salus humana requirit,

100      aut naturalis rerum haec narratio poscit,

            quam propriis uerbis potui et breuitate decenti.

            Quin uiuas plantas uiginti ac semina multa

            pharmacaque innumera, eximio mittenda Philippo,

            praefecto dedimus, cura ut maiore ferantur

105      in patriam Hesperiaeque hortos et culmina adornent,

            emensamque Nouam Hesperiam duce sidere caeli,

            urbes ac populos, montes ac flumina, ualde

            rem optatam nostris, esset quo cognita mundo

            usque adeo diues tamque ampli nominis ora.

110      Scribimus et methodum, qua quis cognoscere plantas

            Indas ac nostras possit uel quo ordine cunctis

            occiduis usus ualeat succurrere morbis,

            noscereque indigenas nostrisue ex montibus alto

            transuectas Indas tam longo tramite in oras.

115      Pharmaca et addidimus firmo sancita periclo,

            experta et nobis, quos pellant corpore succos,

            quae superent nostris nota et quae cedere possint.

            Cetera nam sileo, Domino quae dante uidebis

            atque emendabis, quando tua moenia laetus

120      intraro, et dabitur genio Musisque potiri,

            curarum et uacuo dulci indulgere furori.

              Ergo qui credi par est, ut talia nutu

            alterius scribi ualeant uiresue referri,

            si hoc opus hanc curam atque examina tanta requirit?

125      Nec passim inuenias, humeris qui ferre labores

            tantos sustineant propriis subeantue libenter?

            Aut qui iudex esse queat censorue peritus,

            qui nullas usquam nascentes nouerit herbas,

            aut qui nec libros nostros magnosue labores

130      lustrarit, facinus quouis haud uerbere dignum

            sed diro? at magnos num quando uidimus ausus

            inuidia caruisse sua aut prurigine turpi

            iactaue in abiectos torqueri fulmina ualles?

              Ergo tu nostros, uir praeclarissime, libros

135      perlege et, indigni si non uideantur honore,

            conceptus ueluti cari complectere fratris

            et faue sicque tibi <me> obstringe in tempora cuncta.

Conspectus siglorum

A : Madrid. Biblioteca Central del Ministerio de Hacienda y Administraciones Públicas. Ms. FA 931 : Hernandi. De Templo Mexicano, fols. 232v-234v (olim 148v-150v).

  A2 manus secunda siue ipsius doctoris Hernandi.

m : Francisci Hernandi, medici atque historici Philippi II Hisp. et Indiar. regis et totius novi orbis Archiatri Opera cum edita tum inedita ad autographi fidem et integritatem expressa, [De historia plantarum Novae Hispaniae], [edita a Casimiro Gómez Ortega] Matriti, ex typographia Ibarrae heredum, 1790, volumen primum [t. I], pp. XIX-XXIV.

Tit. ad ariam montanû virû praeclarissimû atque doctissimû  A: ad ariam montanû virû doctissimum et charissimum sylua (inc. signo crucis fol. 232v) A : Francisci Hernandi / ad Ariam Montanum, virum praeclarissimum atque doctissimum, / carmen. m •

1 allapsum corr. m : allabsum A3 Romulea m : Romulia A post te leuiter distinxit A 4 maxima nostri A : gentis honorem m5 et clara ornamenta A : ac nostri ornamentum m • secundo A : videre m7 admorunt et (et secl. metri causa) plena ubera A : implerunt et pectora metri aut causa quadam em. m10 delicias supra u. corr. A211 quadrigemina corr. m : quadringemina A • cusurus corr. m : cussurus A  • 14 populos A : tractus m • diggressus A15 tuemur : colentes m 16 occiduosque A : occiduos perperam m (post pigri leuiter distinx. A)17 annixi A : adnixi m   20 Christi (xpî comp.) numinis liquido A : C. nominis m 23 tam multis A2m : miserandis A 24 diceris corr. m : dicaris liquido A 25 inc. fol. 233r (olim 149) A • Permessi corr. m : permesi supra u. comp. A2 : musarum eras. A • sollers scripsimus : solers Am 30 chelydros A2m : uenenum eras. A 31 post decens leuiter distinxit A • decens, ac A : aequum est, haec corr. m • trudere] t//udere in ras. A 33 eximia et celso ordine A : ac praestanti robore m 36 sideraque (syd- A) illustri fraudentur (fraudentur comp. A) lumine solis A : om. m •  38 gratas ~ uoces (supra u. inserendum notauit A2) A2m : fando pariter prostratus adorem del., ac deinceps hunc uersum excipiam et plenas caelesti nectare uoces hab. eras. A 39 exultans A : exsultans m 40 spectans A : quod spectet rectius m • unde et A : ut m • noscere A2m : discere A 45 direxisse corr. m : diriguisse male A 46 atque m : atque comp. A49 pro parenth. hab. A2m • 50 inc. fol. 233v A • mare (supra u. A2) bis mensus A2m : bis mensus pelagus (eras. A2) A 51 caelum mutatum recte transp. metri causa m : mutatum caelum A 52 praeterea A : praetereo m 55 siluosos m : syl- ut solet A 60 astu scripsimus : aptu ut uid. A : arte m65 haud corr. m : aut A • qui (s. u. ui A2) A2m : me q. A 66-69 (meae ~ corusco) pro parenth. habuimus67 quicquam A : quidquam m 69 mimesi magnaque fide et splendore corusco scripsimus : ///e fide ingêti (mg., ac supra u. mi///que ut uid. eras. A2) mimisi et splendore coruscis A2 : magna fide mimisi ingenti et splendore corusco perperam A : om. m70 quae (comp. q~ ) A : qui perperam m 71 ausis A2m : curis A 72 evenere metri causa em. m : obtigere A • 74 aut morbos, nimii A2m : cui morbos, magni A 75 inc. fol. 234r (olim 150.) A 76 desaeuituros corr. m : deseuit- A 77 cetusue scripsimus : caetus ue A : coetusve m 78 aluo A2m : agro A 81 tetricos Am 82 silvestre m : syluestre A ut semper83 promptum A : promtum m 84 solum (supra u. A2) A2m : //i// in lit. A85 Christoque (chrystq. A2) A2m : Iesuq. A 88 dictamus (supra u. A2) A2m : scripsimus en A 88-89 pro parenth. hab. A2m • 89 subijciunt A : subjiciunt m 92 caules ~ micantes A2m : fibras caules et odora flagrantes eras. A 93 aut folium contemno A2m : foliumue sperno A • ipsa A2m : ipsas A 94 nomina ~ usus A2m : nomenclaturas varijs regionibus aptas A96 lachrymas A : lacrym- m • stypitis A 96 post uulnere grauiter distinx. m100 narratio A2m : historia A 103 eximio A : Augusto m 104 fol. 234v A104 praefecto A2m : proregi  A • cura ut maiore transp. metri causa m : maiori ut cura A 106 Nouam nomen proprium scripsimus • sidere corr. m : sydere A 108 optatam A2m : optam A 109 usque ~ ora A2m : diues usque adeo et tantae amplitudinis ora A 115 ante firmo eras. lon A 116 experta et A2m : atque experta A • quos ~ succos A2m : quae sit ///unde facultas A 118 cetera nam sileo A2m : namque alia omitto A 120 intraro A : intrare m 121 furori A2m : quieti A129 magnosue A : durosve m 130 lustrarit scripsimus : lustrauit mg. A2 : uiderit (in lit. A) Am • facinus ~ dignum A: infandum facinus et uerbere dignum A : om. m 131 sed diro scripsimus : s///eddiro mg. A2 : atroci A : om. m • uidimus A : invenimus mdeinceps hab. eras. diraue in abiectos torqueri fulgura colles A 132 aut prurigine turpi A2 : turpiue liuore A 133 ualles A2 : montes colles montes ter eras. A 136 cari (ch- A2) A2m : charos A • fratris A2m : fratres A 137 et ~ cuncta. A : Sicque favens, tibi me aeternos obstringito in annos. (sc. u. 134) m • sicque A2 : meque A • me addidimus metri causa

Traducción

            Al muy excelente y docto señor Arias Montano.

              Acabando yo de arribar a las orillas de Asta, no olvides, Montano,

            a este viejo camarada tuyo, a quien hace años, por vez primera

            en la tierra romúlea, fue dado conocerte y tratarte

            a ti, raro milagro de la naturaleza y la más alta

5          e ilustre distinción, de nuestra época, y de nuevo por segunda vez,

            después del retiro aquel donde te instruyeron, Montano, las nueve hermanas,

            cuyos pechos te arrimaron henchidos de las causas

            de la naturaleza, de diversas lenguas y de la luz de lo divino,

            dentro de los peñascos igníferos y los muros para Felipe sagrados,

10        delicias del rey y su residencia bienaventurada.

            Y de allí, para imprimir la Biblia en cuatro lenguas,

            colosal e insigne obra y de enorme esfuerzo,

            marchaste de buen grado hacia los refinados belgas y, dejando la patria,

            recorriste pueblos ateridos encaminándote al Norte,

15        mientras yo investigaba en regiones remotas los arcanos

            de la naturaleza, sin descanso, y navegaba rumbo a las Indias occidentales,

            esforzándome por cumplir el mandato clemente de Felipe,

            soberano de Hesperia, que defiende al mundo desgarrado,

            establece leyes santificadas, rehabilita a los caídos,

20        aniquilando a los injustos y a los enemigos de la divinidad de Cristo.

              Por tanto, tras variadas peripecias, cumplidos mis deberes

            con el celo que pude por tierra y por mar,

            acógeme a mi vuelta, ajetreado por tribulaciones sin cuento,

            y ampárame en tu regazo, pues dicen que eres

25        un hábil guardián y fiel colono del Permeso.

            Hay envidiosos que ladran a mis espaldas y esparcen

            ponzoña e intentan condenar unos trabajos inofensivos,

            que no han visto o, si los leyeron, no los entendieron,

            que no merecen ni que estén bajo tierra, ni aun que la gente de bien

30        les preste oídos cuando arrojan maldades por sus bocas viperinas.

            Es conveniente que tú repelas a estos monstruos y los arrojes al Orco,

            con tu sincero candor, tu sabiduría y tu destreza,

            con tu severidad, tu eximia lealtad y excelso rango,

            para que la virtud no sucumba, desamparada, al faltarle un defensor,

35        ni los puercos jabalíes chapoteen en las límpidas fuentes,

            ni los astros se vean frustrados por la brillante luz del sol.

              La ocasión llegará en que te pueda estrechar con mi diestra,

            y escuchar tu grata voz y hablarte en persona.

            Entonces yo, como si visitara el santuario de las Musas,

40        exultante sobremanera, nada callaré, Montano,

            que importe a mi causa y de donde puedas conocer,

            cuánto crédito se debe a estos escritos, cuánto

            reconocimiento, y qué gloria aguarda a mis esfuerzos;

            si en las grandes empresas sólo haber dirigido el paso

45        hacia las altas cumbres es algo grande y lleno de hermosura,

            hete aquí que un crimen perpetraría quien a estos detractores

            preste oídos, mientras revientan sus entrañas de celos descomunales.

              Paso por alto cuán largas penalidades soporté por siete años

            (ya debilitado con mi sangre helada y estéril vejez),

50        recorriendo dos veces el mar y las tierras remotas,

            sufriendo cambios de clima, y tiempo ha que por doquier

            me acostumbré a alimentos y aguas corrompidas,

            amén de intensos calores y fríos extremos,

            a duras penas tolerables por hombres enfermos,

55        también montañas boscosas y selvas intransitables,

            ríos, pantanos, inmensos lagos y ciénagas anchurosas.

            No menciono los depravados tratos de los indios, ni relato

            sus engaños tan grandes, ni sus terribles mentiras, con las que

            más de una vez se burlaron, incauto de mí, y me engañaron,

60        aunque logré evitarlas con singular esmero, trabajo y astucia.

            Y la de veces que di por buenas las cualidades y nombres falsos

            de algunas plantas haciendo caso del dictamen

            falaz del intérprete; heridas que en ocasiones cuidadosamente

            debí sanar con la ciencia de la medicina y la ayuda de Cristo.

65        No podría enumerar los errores de los pintores que acometían

            mis encargos y me asistían (era mi mayor preocupación

            que nada se apartara ni el ancho de un dedo de la figura real

            que debían reproducir, sino que todo quedara claro en su extensión,

            gracias a una imitación de gran fidelidad y brillante nitidez),

70        ni los retrasos de los dignatarios, que, dándome yo prisas,

            estorbaron muchas veces mis intentos y esfuerzos. ¿O qué decir

            de las dolencias y asimismo grandes peligros de muerte

            que me sobrevinieron por catar los fármacos?

            ¿O las enfermedades que me causaron las excesivas fatigas,

75        aún hoy dañinas y que se recrudecerán hasta la postrera hora

            de mi vida, por cuantos años me dure la existencia?

            ¿O los cetáceos hostiles y los monstruos que nadaban en los lagos,

            capaces de contener a hombres enteros en su vasto vientre?

            ¿Y qué el hambre y la sed? ¿O los miles de insectos que por doquier

80        atormentaban mi blanda piel con sangrientas picaduras?

            ¿Y los siniestros regidores y oficiales, inepta tropa?

            ¿Y el carácter salvaje de los indios, nada inclinado a revelar

            los secretos de la naturaleza ni dispuesto de buena fe?

            Paso por alto, digo, estas cosas, y sólo cuento las que yo hice

85        con el singular auxilio de los santos, y con el favor de Cristo,

            mientras recorría las regiones de la Hesperia occidental.

              Pues bien, he redactado veinte y cuatro libros de plantas

            (además de otros que ponen a la vista de los hombres

            los metales dorados y toda clase de animales);

90        de estas plantas España no produce ninguna en sus campos

            herbosos, pues sólo buscamos las occidentales, y juntamente

            tallos, raíces y flores vistosas y coloridas,

            sin olvidar el fruto, ni la hoja, ni los nombres,

            cuyo empleo varía según las regiones,

95        o las propiedades, el suelo donde nacen, el cultivo y el sabor,

            o las lágrimas que gotean del corte de un tronco, las enfermedades

            que se curan con ellas, cuál es su límite de calor,

            cuál su color, qué clase de sustancia hay bajo la corteza,

            y, en suma, cualquier cosa que la salud humana requiere,

100      o exige esta descripción de la naturaleza de los seres,

            con los vocablos más apropiados que pude y con la debida concisión.

            Es más, entregué al virrey veinte plantas vivas y muchas semillas

            e innumerables fármacos, para que se enviaran al egregio Felipe,

            para que fuesen llevados con mayor cuidado a la patria

105      y adornaran los jardines y terrazas de España,

            y el recorrido por Nueva España bajo la guía de las estrellas del cielo,

            las ciudades y pueblos, las montañas y ríos, hazaña

            muy deseada por los nuestros, para que el mundo conozca

            una región hasta tal punto rica y de tan ilustre nombre.

110      Escribí también un método con el que cualquiera podría conocer

            las plantas indias y las nuestras, o con qué plan la experiencia

            puede remediar todas las enfermedades americanas,

            o reconocer las indígenas y las transportadas desde nuestros montes

            en tan largo viaje por alta mar hasta las regiones indias.

115      También añadí los fármacos comprobados por una verificación sólida,

            con los que experimenté incluso personalmente qué venenos expulsan

            del cuerpo, cuáles superan a los que ya conocemos, cuáles pueden ser peores.

              Pues el resto me lo callo, que, si Dios quiere, verás

            y corregirás, cuando haya entrado gozoso en tus murallas

120      y me sea dado disfrutar de tu talento y de tus musas,

            y entregarme libre de las cuitas a la dulce inspiración.

              Por tanto, ¿cómo es posible creer que tales cosas puedan escribirse

            o dar cuenta de sus propiedades según el criterio de alguien distinto,

            si esta obra requiere tal atención y tan profundos estudios?

125      ¿Acaso podrías encontrar en alguna parte quienes resistan o soporten sobrellevar

            tan grandes trabajos sobre sus propios hombros y de buena gana?

            ¿O qué juez o censor podría ser experto

            sin conocer unas hierbas que no crecen en parte alguna,

            o sin haber repasado ni los libros ni los amplios trabajos nuestros,

130      crimen que no merece cualquier azote, sino uno terrible?

            ¿Pero es que alguna vez hemos visto que las grandes empresas

            estén libres de la envidia que las acompaña o de la vergonzante comezón,

            o que los rayos lanzados estallen contra lo hondo de los valles?

              Por tanto, tú, varón ilustrísimo, lee a fondo mis libros

135      y, si te parecen dignos de honor, abrázalos

            como a las criaturas de un hermano querido,

            y danos cobijo, y así amárrame a ti para toda la vida.

Notas de comentario

Titulus. Como se puede leer en aparato crítico, el título y la denominación de carmen se debe al editor Gómez Ortega, pues en el original, después de la cruz que solía señalar en la época el comienzo de un escrito diferente, consta un cambio en el apelativo que denota a las claras la zozobra del autor: “al muy docto y querido”. Tampoco tenía muy claro nuestro científico el subgénero literario de su versificada misiva, y borró Sylva, sin añadir término alguno.

1 Astae] Se refiere, sin duda, a Sanlúcar de Barrameda. Hernández, que, como hemos visto, tradujo y anotó la Historia Natural de Plinio el Viejo, estaba familiarizado con la toponimia clásica de la región, y dentro de la licencia poética que le concede su versificada epístola, ha identificado la antigua Hasta Regia, yacimiento arqueológico ubicado en Mesas de Asta, término de Jerez de la Frontera cerca de Trebujena, con el puerto de la desembocadura del Guadalquivir. El pasaje de Plinio, Nat. 3.11 no puede ser más esclarecedor: Et a laeua Hispal colonia cognomine Romulensis [...] at inter aestuaria Baetis oppida Nabrissa cognomine Veneria et Colobana, coloniae Hasta quae Regia dicitur. Hernández lo traduce así: “Entre los esteros del Betis está Nebrissa que llaman Veneria y Colobona, Colonias; Asta, que llaman Regia”, con la siguiente apostilla marginal: “Un despoblado es cerca de Xerez, que guarda hoy su nombre antiguo. Y el estero que dize Ptolomeo estar cerca de Asta es Sanlucar de Barrameda, do fue el Templum Luciferi”; cf. M. C. Nogués de Téllez, 1966, pp. 141 y 149.

2-3 cernere ~ noscere] El giro, basado en la fórmula cernere et tangere, conlleva una fuerte carga encomiástica (“solo verlo ya era un privilegio, cuanto más tratarlo”), y refleja una gradación ascendente en el proceso de amistad, pues sin duda aquí noscere entraña un grado más de intimidad que cernere. La amistad con Benito Arias Montano (1527-1598), como se ha dicho supra, databa de su etapa sevillana, hasta 1556.

3 Romulea ~ terra] Gómez Ortega ha corregido en Romulea, gentilicio harto común en la poesía latina, pero como epíteto de la propia Roma o para denominar un municipium del antiguo Samnio. El nombre oficial de la antigua Hispal, después del estatuto municipal dado por Gayo Julio César, muy probablemente en su estancia a finales de abril del 45 a. C., fue Colonia Iulia Romula Hispalis, aunque muchos escritores de los siglos XVI y XVII utilizan Romúlea, tal vez por derivación del pasaje citado de Plinio, Nat. 3.11, colonia Romulensis; bajo esta denominación es como aparece en una de las inscripciones del monumento renacentista de la actual Alameda de Hércules, redactada en 1574 por un amigo de Arias Montano, el licenciado Francisco Pacheco (1535-1599); cf. Solís de los Santos, 2012b, p. 78, n. 4. La lectura Romulia del autógrafo hernandino está documentada como variante en la Epístola moral a Fabio (“Ven y reposa en el materno seno / de la antigua Romúlea”, 32), en concreto en BNE ms. 2883 y en el ms. de la Biblioteca Colombina de Sevilla, siglas M1 y S, respectivamente, de la edición de Dámaso Alonso, 1993, pp. 52 y 110.

4-5 La corrección de Gómez Ortega (gentis honorem / ac nostri ornamentum), que no mejora la métrica, tiende, mediante la coordinación más estrecha ac, a hacer partícipe a la nación del honor del elogiado: “honor de tu/nuestro pueblo y distinción de nuestro tiempo”. Asimismo, la gradación primum 2 / secundo 5, deja sin sentido la enmienda uidere por secundo del benemérito editor.

6-8 En este tricolon hay una clara alusión a los tres campos del saber en los que se desarrolló el portentoso intelecto de Arias Montano: ciencias naturales (res), literatura y lengua (uerbum) y teología (deus). Según afirmaba el propio biblista —por ejemplo, en la oda preliminar al comentario a Zacarías en los Commentaria in duodecim prophetas (1581 y 1583)—, había adquirido sus conocimientos, no por estudio y trabajo, sino por el don divino de la revelación, que le sobrevino durante su primer retiro en la Peña de Aracena. En este paraje apartado y solitario en el extremo de Sierra Morena, en cuyas cuevas habían vivido eremitas y anacoretas, alcanzó el convencimiento de esta especie de revelación, según dan noticia también sus discípulos y allegados; cf. Gómez Canseco, 1999, pp. 56-57; e Id., 2002, pp. 18-19. La idea de que el conocimiento se adquiere a través de la lactancia tiene su fuente cristiana en San Agustín, que acuña la imagen de la Santa Madre Iglesia que amamanta a sus hijos con la Sagrada Escritura; cf. Avg. In Ep. ad Parthos 3,1 (PL 35, 1998A): Est autem mater Ecclesia, et ubera eius duo Testamenta Scripturarum diuinarum. Hinc sugatur lac omnium sacramentorum. Arnobio el Joven, en sus Comentarios a los Salmos, que serán editados por Erasmo (Basilea: Froben, 1537), reelabora el pasaje agustiniano en términos muy cercanos a los de Hernández (Comm. in Ps. 47; PL 53, 392A): Nunc uos, o animae liberatae et iterum genitae, circumdate Matrem uestram Sion, et duorum Testamentorum plena lactibus ubera sugite, narrate in turribus eius misericordiam, quam consecuti estis; y también en Praedestinatus III (PL 53, 647B): Nullus festinet ad matris Ecclesiae gremium, et duorum Testamentorum uberibus coalescat; así como en Liber ad Gregoriam, PLS III, 242: Tu autem, decus insigne Christianarum omnium matronarum, si te filiam Ecclesiae esse cognoscis, uberibus eius alere, suge mammas inuiolabili lacte profluentes. Hernández ‘paganiza’ la escena de la Iglesia lactante contaminándola con el conocido motivo (desde Hesíodo, Teogonía 1-35) de la iniciación poética en la que las Musas, mediadoras entre lo divino y los mortales, proporcionan a los poetas, a través de la inspiración, el conocimiento de lo Eterno; la formulación del tópico, por su parte, tiene indudable sabor virgiliano; cf. Verg. Aen. 4.367: Hyrcana… admorunt ubera tigres. No obstante, el motivo de la leche como alimento espiritual ya se documenta en San Pablo como metáfora de los primeros rudimentos del conocimiento o doctrina; cf. 1 Cor. 3, 2, Lac uobis potum dedi, non escam; nondum enim poteratis, sed nec nunc quidem potestis; adhuc enim carnales estis; Hebr. 5, 12-13. En San Pedro la imagen de la lactancia de recién nacidos es más nítida y se liga al primer escalón de los creyentes en la búsqueda de la santidad; cf. 1 Petr. 2, 2, sicut modo geniti infantes, rationabile, sine dolo lac concupiscite, ut in eo crescatis in salutem. Pero es San Agustín quien elabora la imagen de la Iglesia como ama de leche o nodriza.

9-10 igniferos intra scopulos] Con esta elaborada perífrasis Hernández alude a la Sierra de Guadarrama, lugar donde fue edificado el Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, al pie de la ladera meridional del Monte Abantos, con piedras de granito extraídas de las entrañas de los montes de dicha sierra. El padre jerónimo Fray José de Sigüenza, discípulo de Arias Montano, en su Historia de la Orden de San Jerónimo (1605), lib. III, Discurso II, justifica así la elección del lugar de fundación del monasterio: “Por el contorno… grande copia de hermosa piedra cardena, mezclada de una honesta blancura, de buen grano, con unas maculas pardas y negras, que haze de ella la mezcla de aquella piedra ambiciosa que quiere entremeterse en todas; llamámosla nosotros Marquesita; los griegos la llaman Pyritis, porque enciende fuego, el más principal material de toda la fábrica” (Sigüenza, 1909, II, p. 408 Catalina). Un pasaje del también jerónimo fray Francisco de los Santos, 1657, p. 16, resulta aún más esclarecedor: “La materia es de la misma piedra, que lo demás del Edificio, Molar, blanca, hermosa, y escogida entre las que ofrecieron estos Montes de mejor grano en sus Peñascos Berroqueños, a quien también llamaron los Griegos Pyritis [in mar.: Pyritis Plin. l. 36. c. 19], porque enciende fuego; material muy propio del Alcázar de Laurencio, adonde se celebra vencedor de las llamas”. El adjetivo igniferos (gr. pyritis) alude así tanto al granito o piedra berroqueña con que se edificó El Escorial, como al martirio de la parrilla que padeció San Lorenzo, patrono de la sacra y real fábrica por haberse logrado en ese día la gran victoria de San Quintín. Esta obra de arquitectura debió de impresionar profundamente a Hernández, pues en su Compendio de Philosophia moral según Aristóteles, al tratar de la magnificencia (libro IV, cap. 2, f. 28v), pone como ejemplo al propio Felipe II, y escribe: “Ejemplo tenemos desta yllustre virtud como de casi todas las demás en el rey ntro. Sor. Si echamos los ojos por sus heroycas obras. Si no díganlo los príncipes Xpianos. con quien no pocas veces ha sido Mgco., díganlo las obras hechas en ornamento y culto de dios y de la república. Y entre las demás, el monasterio que se va edificando en El Escorial, obra tan sumptuosa y grande que deja atrás todas las de los antiguos”; edición modernizada en E. C. Frost, J. Rojo Navarro, 1984, pp. 325-326. Las obras de El Escorial se inician el 23 de abril de 1563, día en que se colocó la primera piedra, pero hasta por lo menos 1565 no hay todavía construcción visible, ya que los primeros trabajos fueron de zanjeo y cimentación. Fue este el segundo período de trato y renovada amistad, que no debió de prolongarse por mucho tiempo, como hemos apuntado supra. Es probable, además, que Hernández conociera de cerca los proyectos de El Escorial, pues entre sus amistades cortesanas hallamos a Juan de Herrera, entonces todavía ayudante del arquitecto Juan Bautista de Toledo, y que luego figurará como uno de los albaceas testamentarios de Hernández en su testamento de 1578; incluso algunos de los manuscritos de Hernández quedan tras su muerte en la magnífica biblioteca científica que poseía Juan de Herrera, como hemos visto para la parte perdida de su traducción de Plinio.

10 sedesque beatas] Eco y calco métrico de Verg. Aen. 6.639. El Escorial era al mismo tiempo palacio real, panteón real y monasterio. La juntura virgiliana evoca los Campos de los Bienaventurados, la morada de los justos.

11 quadrigemina cusurus Biblia lengua] En realidad, la Biblia Regia o Biblia Políglota de Amberes es quinquelingüe (latín, griego, hebreo, caldeo y siríaco), pero incluso el propio Montano se refiere a veces a ella como “Biblia Católica cuatrilingüe”.

13 Belgas molles] La juntura evoca, a la inversa (y no sin cierta ironía), las célebres palabras de Julio César acerca de los antiguos belgas (Gall. 1.1.3): Horum omnium fortissimi sunt Belgae, propter quod a culto atque humanitate prouinciae longissime absunt minimeque ad eos mercatores saepe commeant atque ea quae ad effeminandos animos pertinent inportant. Sin duda la refinada y civilizada Flandes, dominio asignado a la austera Monarquía Hispana por el padre de Felipe II, le parecía a Hernández un destino más cómodo que las salvajes Indias Occidentales. La fama de vida muelle y regalada que, en opinión general, tenían los acaudalados flamencos afincados en las ciudades españolas ha podido contribuir a esta juntura de marcado matiz peyorativo; cf. M. Herrero García, 1966, pp. 417-435.

14 algentes ~ Arcton] El 22 de abril de 1568 Montano se embarcó en Laredo rumbo a Flandes, donde no arriba hasta el 16 de mayo. La nave que transportaba a Montano es arrastrada por una tempestad hasta las costas de Irlanda, adonde llega el 28 de abril. Se inicia así un misterioso viaje por tierras de Irlanda e Inglaterra, que algunos estudiosos no dudan en considerar una misión secreta encargada por Felipe II. El propio Montano describe algunos pormenores del periplo en carta al Presidente de Indias Juan de Ovando (14-VI-1568): “Me echó la tempestad agora hazia el poniente, a donde nunquam jamás pensé ir, y creo que pocos españoles han estado; porque aporté a Irlanda a los 28 de abril, y la corrí por tierra desde el puerto de Yoghol hasta el de Dubling, más de cien leguas de mar, y travessé a toda Inglaterra de una vanda a otra, desde Cester hasta Dobla (sc. Dover), un puerto de poniente y el otro de levante, donde torné quarta vez a embarcar, y desembarqué en Calés, puerto de Francia, de donde hasta aquí corrí la posta, y también la corrí por toda Inglaterra; de manera que, desde 22 de abril que partí de Laredo hasta el 16 de mayo que entré en Flandes, corrí tres mares y quinze leguas por un río arriba, y a Irlanda e Inglaterra y parte de Francia”; cf. Macías Rosendo, 2008, pp. 170-171.

15 haud pigri] Con esta litotes establece el parangón con las valerosas acciones de su destinatario expresado en ingentisque laboris, sponte.

17 clementi ~ imperio] Es preferible conservar la enálage; el reinado de Felipe II sería un reflejo cristianizado del iustum imperium de los romanos, según expresó notoriamente Virgilio (Aen. 6.853: parcere subiectis et debellare superbos), y venían cantando los poetas y cronistas áulicos desde los tiempos de los Reyes Católicos; cf. J. Solís de los Santos, 2012c, pp. 20-21, n. 23.

18 Hesperiae domini] Para la poesía romana, Hesperia, “el país de la tarde”, era la misma Italia desde el punto de vista griego. También para la propia poesía romana más tardía, Hesperia es el nombre poético de la península más occidental del mundo antiguo, Hispania. En el siglo XVI, pese a no haber asumido aún la corona de Portugal, España o las Españas, implicaba un conjunto geográfico e histórico que englobaba toda la Península.

19 renouatque cadentes] La idea del buen soberano que socorre las necesidades de su mundo, cf. lacerum orbem, aparece en la panegírica romana y en un pasaje memorable de la especialidad de nuestro autor, Plin. Nat. 2.18-19: Vespasianus Augustus fessis rebus subueniens, lo que tradujo “ayudando a los afligidos”, cf. M. C. Nogués de Téllez, 1966, p. 62. Por lo demás, Hernández emplea con toda propiedad la terminología religiosa romana al distinguir entre sacra (9), los muros del monasterio de El Escorial, consagrados a la divinidad o santidad canonizada, y sanctas (19), cuyo significado ejemplifica el Digesto, 1.8.9.3: Proprie dicimus sancta, quae neque sacra neque profana sunt, sed sanctione quadam confirmata: ut leges sanctae sunt, sanctione enim quadam sunt subnixae. Quod enim sanctione quadam subnixum est, id sanctum est, etsi deo non sit consecratum. [Con propiedad, denominamos ‘sancta’ las cosas que no son sagradas ni profanas, sino confirmadas por una cierta sanción, como por ejemplo, las leyes son sanctas, sometidas a sanción, aunque no estén consagradas a un dios].

20 Christi numinis hostes] La lectura clara del autógrafo, frente a la facilior aportada por la editio madrileña, Christi nominis, recuerda la antigua polémica teológica entre trinitarios y unitarios, caballo de batalla de los detractores de Erasmo en la conferencia de Valladolid de 1527, como señala Bataillon, 1966, pp. 255-260. La polémica, aun larvada, prosiguió en ambientes académicos y científicos protestantes, como ha señalado para el caso de Isaac Newton (1643-1707), P. Toribio Pérez, 2011, pp. 437-447.

24 diceris] Sobre la lectura clara del autógrafo se impone, por la métrica del verso, la corrección de Gómez Ortega.

25 Permessi] Permeso, río de Beocia, que brota del monte Helicón y cuyas fuentes estaban consagradas a las Musas, como claramente revela la primera versión del autógrafo; por metonimia, la inspiración poética. Los sustantivos custos y colonus equivalen, por anfibología, a patronus y poeta respectivamente, y los epítetos sollers y fidus deben entenderse intercambiados en hipálage (fidus custos y sollers colonus). Hernández describe a Montano en su doble condición de poeta y mecenas de poetas.

26-30 post terga oblatrent ~ scelerato ex ore chelydros] En los primeros meses de 1578, Hernández, ya en Madrid, aguardaba impaciente la noticia de la Corte que debería anunciarle su ansiada audiencia con el rey para reclamar los honores y mercedes por los servicios prestados e instar a que sus libros se enviaran a la imprenta lo antes posible. El tiempo pasaba, y le atormentaban los temores de que otros médicos más próximos al monarca, en especial el doctor Vallés, que había medrado en su ausencia, envidiosos de su gloria y de su cargo, estuvieran entorpeciendo el acceso del protomédico al rey, y desprestigiando su obra a los ojos del monarca y de la Corte, retardando o dificultando la publicación de sus trabajos. Esos temores, que eran fundados, se reflejan igualmente en el prólogo de su traducción comentada de la obra de Plinio: “Digan los hombres maléficos y que creen hacerse famosos y sabios con informar y escurecer los trabajos agenos y estorvan el bien común con mordedoras palabras, llenos de envidia lo que quisieren”; M. C. Nogués de Téllez, 1966, p. 27. Sin embargo, tuvo el tacto suficiente para no aludir en esta quejumbrosa misiva a las dificultades que el propio biblista encontró en la recepción de la Políglota en ambientes eclesiásticos y académicos tanto romanos como españoles.

31 decens (est)] Pese al buen hacer del latinista Gómez Ortega, hemos optado por conservar este giro de obligación propio del latín escolástico. El pasaje clásico donde aparece la estructura sinctáctica trudere in + acc., trudit [...] / apros in obstantis plagas Hor. Epod. 2.31-32, que es el famoso e imitado Beatus ille horaciano, ha podido sugerirle la metáfora de los apri del v. 35.

34 Virtus deserta] La virtud abandonada es un tema de la emblemática renacentista, como refleja el título de un grabado del pintor italiano Andrea Mategna (1431-1506), conservado en el Museo del Louvre (colección Rothschild, 21).

35 Et foedi ~ apri] Verso, como el siguiente, de claras resonancias bíblicas; evoca el proverbio sus lota in uolutabro luti, “la puerca lavada vuelve a revolcarse en el cieno” (II Petr 2, 22), aplicado a los falsos profetas; aquí los detractores de Hernández. El proverbio bíblico tuvo gran eco en el Medievo; por ejemplo, en El caballero Zifar (c. 1300), donde se aplica al traidor, que semeja al puerco, que se dexa de bañar en el agua clara y limpia e va se bañar en el más podrido cieno que falla (ed. de M. de Riquer, 1951, vol. I, p. 277). Se recoge además en los Adagia de Erasmo: Sus in uolutabro coeni (Adagiarum Chiliades quatuor cum sesquicenturia, Chil. IV, Cent. III, 62, París: Robertus Stephanus, 1558, p. 62), y tiene su equivalente castellano más cercano en el refrán “Un puerco enlodado enlodará a otros”, y sus variantes (cf. G. Correas, 1906, p. 162). Contribuyó, sin duda, a fijar la imagen de la lutulentula sus como paradigma de la inmoralidad el uso que hace de la misma Horacio en su protreptikón de la uirtus (Ep. II 2, 26, amica luto sus; cf. II 2, 75), que tiene su antecedente en la célebre sentencia de Heráclito “Los cerdos gozan más en el cieno que en el agua limpia” (Frag. 13 Diels-Kranz), y la metáfora en el lamento de Coridón, Verg. Buc. 2.58-59 : heu heu! quid uolui misero mihi? floribus austrum / perditus et liquidis inmisi fontibus apros.

36 Sideraque ~ solis] Por su parte, este v. 36 de nuestra edición evoca la imagen evangélica de la luz de la Verdad que expulsa las tinieblas del error, conforme al versículo de Mat 5, 14: Vos estis lux mundi, que Pedro de Fuentidueña, amigo íntimo de Montano, glosa en su célebre sermón pronunciado en la sesión del Concilio de Trento de 30-IX-1562, donde emplea la imagen del sol que presta su luz a los astros: Vt quemadmodum astra Solis lumine percussa sic lucent, splendentque ut in illis intuentium oculi lucem candidissimam Solis, illiusque uim admirabilem deprehendant, sic in Apostolorum sermonibus, et operis Christi splendore collustratis, diuinitatis Eius apertissimam significationem, et expressissimam uestigia mortales omnes contemplarentur. Hernández, en definitiva, solicita la ayuda de Montano contra sus detractores, los falsos doctores, para que con su autoridad e influencia prevalezca y resplandezca la verdad de este asunto, “y los astros no se vean privados de la brillante luz del sol”. En este sentido hemos preferido conservar este verso, que en el autógrafo no se eliminó, aunque se habría esperado en las coordinadas dependientes de ne, v. 34, que amplifican, en verdad, el contenido de dicho verso, las partículas disyuntivas aut foedi, 35, y sideraue. Pero ya hemos visto alguna tendencia a la expresión posclásica en el giro escolástico decens <est>, que no admitió el purista Gómez Ortega.

38 et coram  ~  uoces] Las rectificaciones de este verso son muy significativas del estado de zozobra emocional en que el protomédico compuso la epístola: atenuó las excesivas y hasta serviles muestras de respeto (et coram quando pariter prostratus adorem / excipiam et plenus caelesti nectare uoces) por otras más cálidas y acordes con el reencuentro de dos viejos amigos que hace tiempo que no se ven (et coram gratas audire et reddere uoces).

39 Musarum ~ sacraria] El gramático Servio, en su tratado De centum metris, aplica idéntica imagen a Ceyonio Rufio Albino, prefecto de Roma en 389-391, a quien dedica el opúsculo, y que se crío en una casa, quo uelut ad Musarum sacraria uenitur (GLK IV 456,6), pues su padre y su tío eran reputados hombres de letra.

45 plenumque decoris] El sustantivo decōris /decóris/ significa belleza corporal; en cambio, belleza moral, honra, etc., se dice decŏris /décoris/, que resultaría imposible en este lugar del hexámetro; sin entrar en lo que quiso escribir Hernández, que acató Gómez Ortega en su edición exclusivamente latina, se equivocan una vez más en sus traducciones, T. Herrera Zapién, 1984, p. 29 (“el paso es grande y pleno de honra”), y R. Chabrán, S. Varey, 1992, p. 630 (“the effort brings honor to the endeavor”).

49 La formulación de este hexámetro, que el autor puntúa como paréntesis explicativo, evoca la descripción que hace el héroe Entelo de la fría y pesada vejez en Verg. Aen. 5.395-396, gelidus tardante senecta / sanguis hebet, frigentque effetae in corpore vires (cf. asimismo Aen. 8.508, 9.610).

51 mutatum caelum] Hernández, que viajó allende el mar, tiene aquí en mente el conocido uersus memorialis de Hor. Ep. 1.11.27, caelum, non animum, mutant qui trans mare currunt, del que se hizo eco Sen. Ep. 18.1, animum debes mutare, non caelum.

60 industria et astu] Elegimos astu (nuestro galeno también debió de pagar con la misma moneda a los indios) frente a una discutible p, basándonos en una clarísima u del autógrafo, y en la cláusula de análogo significado de Verg. Aen. 11.704 consilio uersare dolos ingressus et astu.

63-64 medica ~ methodo] Hernández realiza sus curaciones en la tradición que hace de la medicina un arte liberal, no mecánica, como señala E. Montero Cartelle, 2010, p. 49. Recurriendo a la terminología sobre la clasificación de los médicos de la época helenística, fijada en latín, empirica, methodica, logica (Isid. Orig. 4.4.1), destaca la dignidad intelectual de la actividad que ha llevado a cabo durante su misión en el Nuevo Mundo, como él mismo señaló acerca de la práctica médica de los indígenas mexicanos: “Estos ni estudian la naturaleza de las enfermedades y sus diferencias, ni acostumbran recetar medicamentos, ni siguen método ninguno en las enfermedades que han de curar. Son meros empíricos”; según la traducción de García Pimentel, 1946, pp. 86 y 271, sobre la ed. facsimilar del ms. 9-2101, de la Real Academia de la Historia, De antiquitatibus Nouae Hispaniae authore Francisco Hernando (México: Talleres Gráficos del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía, 1926), excelente versión con indagación de fuentes que se reproduce en Somolinos Palencia, coord., 1984, p. 100. De la misma manera, en v. 69 intentará entroncar la realización y polémica de los dibujos de las plantas con la concepción artística de la pintura.

66-69 (meae ~ corusco)] La consideración de estos 4 versos como frase parentética en el relato de la concienzuda elaboración de los dibujos de las plantas la fundamos en la irresolución por parte del autor del problemático verso 69.

67 digitum latum] La metáfora del ancho del dedo o de la uña para denotar la máxima proximidad, la imitación perfecta o el pleno consenso ya se documenta en Plauto (Aul. 56-57, si hercle tu ex istoc loco / digitum transuorsum aut unguem latum excesseris) y es frecuente en Cicerón (Acad. 2.58, ab hac regula mihi non licet transuersum, ut aiunt, digitum discedere). De la popularidad de esta expresión proverbial entre los humanistas da cuenta Erasmo; cf. Adagia I, 5, 6 (406 LB II, 184 E); Moriae encomium  55 (LB 479), a legibus, quarum ipse et auctor et exactor est, nec latum digitum  discedere.

68 reddenda forma] La reproducción de las plantas por el dibujo es una práctica tradicional en los tratados clásicos de las Naturales historiae, en especial, en los herbarios, donde se registraban las plantas de las que se extraían los medicamentos denominados simples en la farmacopea. Esta práctica de la pintura anexa a las herborizaciones no estuvo exenta de controversias académicas (Picturas simplicium medicamentorum esse fallaces) a causa de la poca fiabilidad de las copias, según el impreso que señala Reeds, 1976, 530, n. 49: Sebastián de Monteux, Annotatiunculae [...] in errata recentiorum medicorum per Leonardum Fuchsium Germanum collecta (Lyon: Bounyn, 1533), que tanto Hernández como Montano debían conocer.

69 mimesi] Hemos decidido restablecer este verso, que omite Gómez Ortega tal vez con mejor criterio, porque no existe en el autógrafo, pese a los titubeos hipermétricos, una inequívoca voluntad de su eliminación. Hernández escribe, con mayor claridad que ninguna otra palabra, mimisi, y esta precisión descarta alguna conjetura que habría banalizado el relato de la elaboración de los dibujos, como quaeque fide immisi, “y que incluí con fidelidad...”, etc. Hernández se refiere aquí al concepto aristotélico de imitación, mimesi, influido por la pronunciación itacista o neogreca preponderante en los tratadistas hispanos de la época, según señala en general J. López Rueda, 1973, p. 171. El dibujo y el color como medio o elemento con que ejercer la “imitación” aparece en el tratado canónico en que el Estagirita aborda el concepto artístico de mímesis,  Arist. Poet. 1447a, 18-19: ὥσπερ γὰρ καὶ χρώμασι καὶ σχήμασι πολλὰ μιμοῦνταί τινες ἀπεικάζοντες (οἱ μὲν διὰ τέχνης, οἱ δὲ διὰ συνηθείας)  [“porque lo mismo que algunos imitan muchas cosas representándolas con colores y dibujos (unos gracias al arte, otros, a la costumbre)”], y quedará plasmada en el conocido tópico horaciano Vt pictura poesis (Hor. Ars 361); cf. Navarro Antolín, 2002a, p. 219, n. 136. Son conceptos y términos que el Plinio del Nuevo Mundo no podía desconocer, pues tuvo tal grado de conocimiento de la lengua griega que pudo traducir los Theriaca de Nicandro, según testimonió en su comentario a Plin., Nat. 21.10: “escripto sobre Nicandro poeta colofonio al qual en verso latino en nuestra mocedad interpretamos”; cf. M. C. Nogués de Téllez, 1966, p. 842. En la Antigüedad la primera vez que aparece el vocablo en latín, transcrito correctamente, es en el comentario de Porfirión a Hor. Ep. 1.17 y 1.18, para conceptuar las imitaciones dramáticas de esos pasajes, Porph., Hor. Ep.. 1.17.46: Indotata mihi soror est. Mimesis figura, hoc est, imitatio poscentis aliquid. Bajo este mismo concepto, la lexicografía latina renacentista había incluido la voz mīmēsis con referencia a Qvint. inst. 9.2.58, “sed Graece”, puntualizará el Lexicon de Forcellini. En composiciones en verso no hay rastro en ninguna etapa de la latinidad: ni mimisis ni mimesis aparece en textos latinos poéticos en la amplia base de datos de Brepols (http://0-clt.brepolis.net.fama.us.es/cds/pages/Search.aspx. Fecha de consulta, 24/04/2014). R. Hoven, 1993, p. 219, registra el uso del adverbio mimitice en Calvino, con itacismo, en una obra sobre un tema que el propio Hernández trató en hexámetros latinos, la doctrina cristiana; cf. J. Calven, Christianae religionis institutio (1559), 4.19.7, col. 1070: Ad eum modum et apostoli manus imponebant, pro eo tempore quo uisibiles spiritus sancti gratias ad eorum preces administrari Domino placebat; non ut posteri uacuum et frigidum signum (quod simiae istae faciunt) mimitice tantum et sine re effingerent (= 1543, fol. 460). Lo cual es indicio de la grafía de la palabra con dicha pronunciación itacista en amplios ámbitos académicos, antes que, por el carácter herético de esta obra, un influjo directo que hubiere inspirado a nuestro protomédico humanista.

70-71 moras procerum] Nada más llegar a Nueva España, Hernández chocó contra un muro de trabas administrativas y de frialdad, cuando no pasividad, en la colaboración con su empresa, tanto por parte del virrey, la real audiencia y el ayuntamiento, como de los médicos locales, a los que nada gustó la aparición de un superior nombrado desde España. En carta de México, 15-V-1571, escribía al rey: “dar cuenta a V.M. es que he sabido que algunos oydores destas reales audiencias dizen que han de admitir appellaçión de las causa q’ ante mi se tratharen, teniendo V.M. prouehido por ley expressa lo contrario”. [...] “lo qual sería impedir totalmente el uso de mi offiçio”; cf. J. L. Benítez Miura, 1950, p. 397.

73 mihi gustanti pharmaca] Durante su expedición a Michoacán, en los últimos años de su estancia en México, el protomédico sufrió un gravísimo envenenamiento, cuando, en plena investigación de los efectos producidos por los remedios encontrados, probó el jugo de la planta llamada quauhtlepatli por los mexicanos y chupiri por los tarascos.

77-78 Cetosue ~ in aluo] Sin duda, tiburones y caimanes. Entre los trabajos que el doctor Francisco Hernández trajo al regreso de su misión científica en Nueva España figura un De pisce tiburone, obra que el jesuita Juan Eusebio Nieremberg, en su Historia naturae maxime peregrinae, lib. XI, cap. XX, incluyó íntegra y sin modificar, indicando la procedencia hernandina; cf. Nieremberg, 1635, p. 252.

81 agmina inepta, ministros] Eco horaciano; cf. Hor. Ep. 1.19.19, imitatores, seruus pecus.

86 Hesperia occidua] Pleonasmo explicativo, “Occidente occidental”, para aludir al territorio denominado entonces Nueva España; cf. v. 106 Nouam Hesperiam, que consideramos como nombre propio.

87-117 Viginti plantarum ~ cedere possint] Hernández hace en esta treintena de versos un balance de su labor en tierras mexicanas. Es una exposición sucinta de sus logros y méritos muy similar a la que incluyó en el Memorial pidiendo mercedes que, por las mismas fechas, dirigió a Felipe II, cuyo arranque reproducimos: “Sacra, Católica, Real Magestad. El doctor Francisco Hernández dice: que ha residido, por mandato de v. m., van para ocho años en la Nueva España, en los cuales ha procurado pintar y describir las cosas naturales de aquella tierra lo mejor y con más verdad que le ha sido posible, y hacerla medir en longitud y latitud por el cielo, y escribir la historia de las Regiones Occidentales con sus repúblicas y costumbres, debuxos de dioses, de sacrificios y de otras antigüedades, y porque la historia natural deste orbe se juntase con la del otro, trae acabados de traducir y comentar los treinta y siete libros de la Historia natural de Plinio, en nueve volúmenes, y fuera desto, escriptas las plantas de la isla de Sancto Domingo, Habana y Canaria, según la brevedad del tiempo en que en ellas de pasada estuvo, y las plantas desta tierra que nascen en la Nueva España, declarando cuáles son naturales y cuáles comunicadas a ella desta tierra, y la manera que se debe tener en conocer las plantas de acá y de allá. Ítem otro tractado de sesenta purgas naturales de aquella región y peregrinas a ésta, que en dos hospitales experimentó curando en ellos sin interese y no a otra persona casi ninguna, por emplearse todo en el servicio de v. m. y su ministerio; también trae añadidas a las figuras que a v. m. se enviaron, flores, frutos y virtudes que después acá se han hallado e inquirido, con más otras nuevas figuras y descripciones acrescentadas que se han de añadir a los libros que v. m. tiene; y fuera de lo que toca a las Indias trae acabados otros libros que llevó comenzados de acá que serán del gusto de v. m. y provecho de la república”. El Memorial lo halló José Toribio Medina en AGI, y lo incluyó en su magna obra bibliográfica, 1900, II, p. 292; está reproducido íntegro en G. Somolinos d’Ardois, 1960, pp. 264-266.

96 lacrimas ~ stillantes] Las ‘lágrimas’ son la exudación o destilación de savia, goma o resina de ciertas plantas, que bien fluyen de forma natural, o bien después de que los agricultores practiquen incisiones en la corteza para hacer que “lloren”; cf. Verg. georg. 4.160, narcissi lacrimam et lentum de cortice gluten; Plin. Nat. 11.14, melligenem e lacrimis arborum quae glutinum pariunt. Teofrasto dedicó el noveno y último libro de su Historia de las plantas a aquellas que producen “jugos” útiles, tales como gomas, resinas y esencias aplicables a la medicina.

100 naturalis ~ narratio] Por razones métricas, el cultísimo doctor no se decidió por el más adecuado término histŏria, con que se titula la enciclopedia del mundo antiguo que él mismo contribuyó a divulgar “para que la historia natural deste orbe se juntase con la del otro”, según escribió en el mencionado memorial a Felipe II; cf. J. T. Medina, 1900, II, p. 292, que pertinentemente citan J. M. López Piñero, J. Pardo Tomás, 1996, p. 49.

102-105 praefecto] El virrey de Nueva España Martín Enríquez de Almansa.

106-109 rem optatam nostris] Hernández enviaba también dos volúmenes con borradores y “rascuños”, esto es, apuntes a medio hacer sobre las anotaciones realizadas en el transcurso de sus exploraciones y expediciones por el vasto territorio de Nueva España entre 1572 y 1574; y, por último, enviaba también las tablas, mapas y relaciones cosmográficas elaboradas por el geógrafo y cosmógrafo Francisco Domínguez para su Corografía de Nueva España.

119 tua moenia] Es habitual la imagen de la residencia del sabio como bastión fortificado por los conocimientos, por ejemplo, en Lucrecio, 2.7-8 : bene quam munita ~ doctrina sapientum templa serena. La metáfora permite enlazar en composición anular con el segundo encuentro en el monasterio del Escorial del exordio (vv. 9-10), y la petición de amparo de la peroratio (vv. 136-137) que había formulado en la misma invocación preliminar (v. 2).

121 dulci ~ furori] El furor poeticus que le invadirá y poseerá, conforme a la concepción horaciana de que el poeta consagrado es más que un simple poeta, es un uates, esto es, un profeta o portavoz de la divinidad, que, como el adivino, habla en nombre y por inspiración de la divinidad: en pleno arrebato causado por la posesión divina, las palabras, y los versos, brotan con denodados esfuerzos, abriéndose paso en medio de la furiosa locura, manía divina o frenesí místico; cf. A. O’Brien-Moore, 2003 (= 1924), pp. 206-228.

122-123 nutu / alterius] Alusión inequívoca a Nardo Antonio Recchi, a quien se encargó el resumen del ingente material de Hernández, según se ha visto supra.

131-132 inuidia ~ sua] Es lugar común de la gnomología romana clásica que a la gloria persigue la envidia; cf. Otto, 1971, nº 871, p. 176.

132 prurigine turpi] Más rara, sin embargo, resulta la metáfora de la envidia con la picazón, en el sentido claramente escabroso con que aparece prurigo en Marcial (4.47.3: Paenitet obscenae pruriginis?), lo que confiere al pasaje un tono consabido y soez del que hacemos gracia al sufrido lector.

133 in abiectos torqueri fulmina ualles] Alusión a otro conocido proverbio estrechamente vinculado al anterior; cf. Otto, 1971, nº 727, p. 148. Hernández se acerca en la expresión a uno de los dísticos morales (culmina, non ualles, fulmina torta petunt) de una obra muy publicada en la época, De puerorum moribus disticha, de “Micael Verino, florentibus occidit annis”, como lo cita Cervantes, Quijote, II, 33, p. 910, n. 48 Rico; también en Juan de Mena, Laberinto de Fortuna, 226e-h: “E como los rayos las torres mayores / fieren errantes que no en las baxuras / así dan los fados sus desventuras / más a los grandes que a los menores”. Pero la referencia clásica de este lugar común es Hor. carm. 2.10.11, el poema de la aurea mediocritas, que llegó a ser traducido en verso castellano por el novelista Mateo Alemán, otro médico que compuso versos latinos en la mejor tradición humanista; cf. F. Navarro Antolín, 2013, p. 88.

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[1] Este artículo se ha financiado con  los proyectos “Classica et Humanistica Hispalensia (Liber IV)” (FFI2011-29630), y “Edición crítica y comentario filológico del De nuptiis Philologiae et Mercurii de Marciano Capela” (FFI2012-35086) de la DGICYT (Ministerio de Ciencia e Innovación), y con el Proyecto de Excelencia “Trayectorias europeas del humanismo andaluz: Arias Montano y su entorno ideológico” (HUM-7875) de la Junta de Andalucía. Avanzamos noticia de este estudio, con edición de los primeros 36 hexámetros, en Navarro Antolín, Solís de los Santos, 2011, pp. 295-304.

[2] Destacan la concienzuda recopilación de obras, traducciones, transmisión textual y estudios de Germán Somolinos d’Ardois, que se ha plasmado en la colección Francisco Hernández. Obras Completas, I-VII, México: U. N. A. M., 1960-1984, y los estudios especializados de Francisco Guerra, y José María López Piñero. En cambio, ninguna de sus obras históricas, filosóficas o poéticas en latín, salvo esta epístola, ha sido editada, y gracias a nuestra citada comunicación en el Congreso de Estudios Clásicos de 2007, Francisco Hernández ha tenido su lugar en el repertorio más solvente de humanistas españoles; cf. F. Navarro Antolín, 2012, pp. 423-429.

[3] Glosamos el encarecimiento de su figura por Sánchez Téllez, Guerra, Valverde, 1981, p. 39; sobre las nociones de calidad y grado de los medicamentos simples, recogidas de Galeno y del texto del Dioscórides de Andrés Laguna (1499-1560), cf. Ibid., pp. 30-36. Sin embargo, el protomédico utilizó en Nueva España el comentario a Dioscórides de Pietro Andrea Mattioli (Venecia: Vincenzo Valgrisi, 1565), según Guerra, 1986, p. 307.

[4] Cf. Alonso Muñoyerro, 1945, p. 239. En la época eran harto corrientes las fluctuaciones entre las dos formas de este onomástico, que, curiosamente, siempre aparece con F en los registros complutenses. Describe la sucesión de Fernández, que no tiene que ser la originaria, Hernando (mejor Hernandus) y finalmente Hernández, Guerra, 2009, p. 743.

[5] Cf. Sánchez Téllez, Guerra, Valverde, 1981, p. 7; y J. M. López Piñero, J. Pardo Tomás, 1996, pp. 35-41.

[6] Publicada en CODOIN, I, 1842, p. 377.

[7] Cf. Bataillon, 1966, p. 255; Homza, 1997, p. 80.

[8] Según ha estudiado Trabulse, 1979, p. 259, quien firma la introducción a la traducción ajena que reproduce una disposición en renglones parecida a la de los versos del manuscrito, pero sin el texto latino, en Somolinos Palencia, coord., 1984, pp. 407-472.

[9] Datos en el testamento de 1578, escribanía de Alonso Pérez de Durango, Madrid, que dio a conocer Barreiro, 1929, p. 478; amplía con un cuadro genealógico de la descendencia de nuestro doctor, amén de conjeturas sobre su origen converso, Gómez-Menor Fuentes, 1983, pp. 182-183, y 187.

[10] Nombramiento registrado en el Archivo General de Simancas, en adelante AGS, por Jiménez Muñoz, 1977, p. 56.

[11] Cf. una síntesis de su labor en J. E. Campillo Álvarez, 2000.

[12] Cf. La Historia Natural de Cayo Plinio Segundo trasladada y annotada por el Doctor Francisco Hernández, libro VIII, cap. 31, ed. por M. C. Nogués de Téllez, 1966, p. 395b. De su traducción de los 37 libros de la Historia Natural de Plinio el Viejo sólo se han conservado del I al XXV, en 7 vols. manuscritos de nuestra Biblioteca Nacional, en adelante BNE, MSS/2862 a 2868; igualmente, en BNE, MSS/2869 a 2871, se conservan borradores autógrafos incompletos de algunos de estos libros traducidos. Detrás de la traducción de cada capítulo incluye excursos bajo el epígrafe “El intérprete”, con opiniones y noticias personales. Todo el conjunto de sus traducciones de Plinio, completado con la posterior de Jerónimo de la Huerta, ha sido editada por M. C. Nogués de Téllez, 1966. En el inventario de la biblioteca del arquitecto Juan de Herrera, con quien Hernández mantuvo amistad, se hallaba el asiento: “De los libros de Gayo Plinio de la Historia Natural, desde libro XXVI hasta XXXVII”, según señala, ajeno a esta cuestión de Hernández, F. J. Sánchez Cantón, 1941, p. 40; estos libros coinciden con la parte desaparecida, que terminó de traducir en México y se trajo en su tornaviaje, como dio cuenta al rey en la carta ya citada de 22-X-1575, en CODOIN I, 1842, p. 370. Véase otra declaración propia del Plinio completo en nuestro comentario infra de vv. 87-117.

[13] El propio Hernández se refirió más tarde en sus obras a esta actividad y Fragoso citó en su tratado De succedaneis medicamentis (1557) las excursiones para herborizar que realizaron juntos por el Reino de Sevilla en 1555; cf. Gómez-Menor Fuentes, 1983, pp. 171-176.

[14] Su famoso retiro en la Peña de Alájar, en la Sierra de Aracena, le fue concedido en 1553 por Pedro Vélez de Guevara, prior de las ermitas hispalenses; cf. Montero, Solís, 2009, p. 244. La enjundiosa bibliografía sobre Montano y Sevilla ha sido estudiada recientemente por Domínguez, 2013, pp. 20-37.

[15] Señala copia del informe original en la British Library MS. 33983, José Peña y Cámara, 1948, I, pp. 219-234.

[16] Cf. Navarro Antolín et alii, 2007, pp. 102-113, y Macías Rosendo, 2008, pp. 33-36. Sobre el ambicioso proyecto político, que produjo el confesionalismo a ultranza, el control férreo de la sociedad y la separación de jurisdicciones, cf. Martínez Millán, De Carlos Morales, 1998, p. 103.

[17] La condición ministril o pupilar del futuro gran secretario Mateo Vázquez de Leca (ca. 1541-1591) tiene una fuente posterior discutida, el erudito Juan de Torres Alarcón, según señalamos en Solís de los Santos, 2011, p. 397, n. 24.

[18] Cf. A. de Morales, 1575, fol. 71v. Esta mención acerca de Hernández la señaló Nicolás Antonio, en la edición príncipe de su Bibliotheca Hispana, Roma, 1672, I, p. 372) (= Antonio, 1783, ed. F. Pérez Bayer, I, p. 432). Estudian exhaustivamente a estas figuras de nuestro humanismo en su imprescindible repertorio, Jenaro Costas Rodríguez, 2012, pp. 572-600, y J. Solís de los Santos, 2012a, pp. 78-81, respectivamente.

[19] El epigrama es el catalogado Carmina Latina Epigraphica 1489, acerca del cual nos confirma nuestra colega Rocío Carande que no existen estudios sobre esos ejercicios humanistas.

[20] Cf. AGS, Quitaciones de Cortes, Leg. 17, según J. M. Jiménez Muñoz, 1977, p. 56. Desconocemos de dónde Francisco Guerra, 2009, p. 744, ha podido afirmar que para su misión en el Nuevo Mundo por 5 años le adjudicaron un salario anual de 2.000 ducados, esto es, 750.000 maravedís, según la paridad 1/375, constante en el siglo XVI, que señalara Ramón Carande, 1987, p. 225. El propio doctor se quejaba así a Felipe II en carta de 22-X-1575: “después que vine a estas partes (sc. Nueva España) no se me ha hecho más merced que la del salario que truje”; cf. CODOIN I, 1842, p. 369; era el mismo sueldo que el del cronista real, cf. J. Solís de los Santos, 2010, p. XCII, n. 71.

[21] Cf. Archivo General de Indias, Sevilla, en adelante AGI, Catálogo de pasajeros a Indias durante los siglos XVI, XVII y XVIII, vol. V, t. I, p. 389, nº 2651: “El doctor Francisco Hernández, natural de Toledo, con su hijo Juan Fernández, a Nueva España y Perú, como protomédico general”.

[22] Cf. J. E. Campillo Álvarez, 2001, pp. 451-458.

[23] Según señaló en un informe al rey, 31-III-1573, conservado en Sevilla, AGI, Audiencia de México, Leg. 98-99, que publicó por J. L. Benítez Miura, 1950, p. 401.

[24] Cf. G. Somolinos d’Ardois, 1951a, pp. 435-484.

[25] Cf. CODOIN I, 1842, p. 369; también reproducida por J. T. Medina, 1900, II, pp. 282-283. La Corona española tuvo un interés constante en la botánica del Nuevo Mundo para evitar el monopolio veneciano que controlaba la importación de las drogas orientales, según F. Guerra, 1966, pp. 29-54.

[26] Presentan un resumen de esta correspondencia y trasiego de libros, J. M. López Piñero, J. Pardo Tomás, 1996, pp. 44-45.

[27] Carta de México, 30-III-1577, publicada por J. T. Medina, 1900, II, p. 272. Se ha conservado en AGI una relación de estas plantas vivas y demás materia médica redactada en Sevilla, en la que se nota la intervención del propio Hernández. Fue hallada por Marcel Bataillon, quien envío copia para su publicación a G. Somolinos d’Ardois, 1960, pp. 250-251.

[28] En su informe para real cédula conservada en AGI: “que V. M. mande se impriman estos libros y se comunique a todos (porque también vienen traducidos en lengua mexicana por el provecho de los naturales de aquella tierra, lo cual no me costó poco trabajo, y aún se van traduciendo en español) y esto sin dilación”, cf. J. T. Medina, 1900, II, p. 292.

[29] Da explicación de la evidente mala fe del cosmógrafo G. Somolinos d’Ardois, 1960, pp. 268-269. Sobre la actuación en estas comisiones del protomédico Francisco Vallés (1524-1592), cf. nuestro comentario infra a vv. 26-30.

[30] Cf. A. Heredia Herrera, 1972, I, p. 211.

[31] Cf. F. Guerra, 1986, p. 309. Es probable que por su avanzada edad y achaques se le desacartara para epitomizar su propia investigación, según sugiere el pormenorizado análisis de estos hechos J. M. López Piñero, J. Pardo Tomás, 1996, p. 52.

[32] Como indicamos en nuestro estudio Navarro Antolín, Solís de los Santos, 2011, p. 299. Las vicisitudes del resumen de Recchi y su historia editoral están estudiadas con relación al resto de la obra científica en la traducción del mismo por R. Álvarez Peláez, F. Fernández González, 1998, I, pp. 58-113

[33] No murió en 1578 como se creyó por el testamento y se vino admitiendo en publicaciones académicas, sino el 28 de enero de 1587, cf. J. T. Medina, 1900, II, p. 272; partida de defunción publicada en G. Somolinos d’Ardois, 1951b, pp. 50-52.

[34] Según la precisa semblanza de J. F. Domínguez, 2012, p. 102.

[35] En el cap. “Del conocimiento y definición de las hierbas” de la historia natural que, siempre desde el punto de arranque escriturístico, Arias Montano integró en su Opus Magnum, deja “el tratamiento de estas disciplinas a los que son muy expertos y estudiosos”, citando a los botánicos sevillanos Simón de Tovar y Francisco Sánchez de Oropesa, amén de otros europeos, pero nunca menciona al doctor Hernández; cf. la traducción de G. Galán Vioque en F. Navarro Antolín, 2002b, p. 349. Parece como si los intelectuales cortesanos ejecutaran una especie de ley de silencio sobre los asuntos y personas que hubieran podido enojar al Rey Prudente, hecho que entrevimos para la historiografía en J. Solís de los Santos, 2010, pp. CXLII-CXLIII.

[36] Caso notorio el de nuestro autor, descrito, entre otros, por N. L. Benson, 1953, pp. 17-27; G. Somolinos d’Ardois, 1960, caps. VIII-X; e Id., 1971, pp. 41-74.

[37] En la España del siglo XVII los jesuitas eran considerados como “los herederos comunes de todos los libros y estudios de España”, según testimonio que citamos en Solís de los Santos, 2013, p. 54.

[38] Cf. A. de León Pinelo, 1958, p. 128. Dimos cuenta de esta pervivencia textual en F. Navarro Antolín, J. Solís de los Santos, 2011, p. 299. Ninguno de los estudios citados atiende a los apuntes sobre los mss. hernandinos en B. J. Gallardo, 1888, III, cols. 176-180, realizados por el propio Bartolomé José Gallardo y su editor José Sancho Rayón dentro del lapso temporal entre el extravío después de la edición matritense y el hallazgo en el Ministerio de Hacienda.

[39] Casimiro Gómez Ortega (1741-1818), además de botánico, médico y farmacéutico, doctor por Bolonia, fue un excelente poeta en latín, quizás el mejor del siglo XVIII español, según nos pondera Luis Cañigral, y se demuestra en sus Epigramas latinos (Madrid: Antonio Pérez Soto, 1771) o sus Carminum libri quatuor (Madrid: Joseph Collado, 1817); fue también autor de numerosas inscripciones de edificios de Madrid; cf. F. J. Puerto Sarmiento, 1992.

[40] Encontrados para su exhaustivo repertorio por J. Tudela de la Orden, 1954, pp. 259-267, y dada noticia inmediata del hallazgo por G. Somolinos D’Ardois, 1954, pp. 109-110, fueron catalogados nuevamente en inventario general por F. Guerra, 1973, pp. 82-97. Las copias de Gómez Ortega y otros mss. se encuentran actualmente en Madrid, Museo Nacional de Ciencias Naturales, Biblioteca de la Real Academia de la Historia, Biblioteca Nacional de España, y otras instituciones extranjeras y bibliotecas particulares; cf. Sánchez Téllez, Guerra, Valverde, 1981, pp. 20-26.

[41] Título ya indicado por Antonio de Léon Pinelo y N. Antonio, 1783, p. 432. Se encuentra descrito por J. Tudela de la Orden, 1954, pp. 265-266; describe la epístola o carmen al margen del resto del ms. G. Somolinos D’Ardois, 1957, nº 6, pp. 12-13, que repitió Id., 1960, pp. 399-400; describe nuevamente el ms. completo F. Guerra, 1973, nº 179, pp. 90-92.

[42] En el capítulo sobre Francisco Hernández, cf. A. Hernández Morejón, 1843, III, pp. 398-408. En este repertorio encontramos la epístola, pp. 404-408, cuyo estudio propusimos como comunicación al congreso internacional Benito Arias Montano y su tiempo (Fregenal de la Sierra, 15-19 de octubre de 2001), pero la retiramos al comprobar que ya había una ponencia con idéntico tema pero con el título en latín, según quedaron registradas ambas colaboraciones en la última bibliografía sobre el gran humanista extremeño que elaboró R. Caso Amador, 2004-2005, p. 308, antes de la publicación de aquellas actas, donde tampoco se publicó la referida ponencia, cf. Ibid., p. 279.

[43] Cf. A. Chinchilla Piqueras, 1845, II, pp. 165-182; la epístola latina a Arias Montano en pp. 172-175.

[44] Podemos deducir que se trataba de una traducción muy libre y parafrástica; se debió a José Rojo Navarro para su traducción de la Historia plantarum Nouae Hispaniae, según G. Somolinos d’Ardois, 1960, pp. 194-195, 267; Id., 1971, pp. 34-35; cf. F. Navarro Antolín, J. Solís de los Santos, 2011, p. 300.

[45] Describe esta versión castellana como “literal y rítmica en hexámetros latinizantes castellanos fluctuantes entre trece y diecisiete sílabas, al igual que los originales latinos”, y destaca los virgilianismos y horacianismos del verso de Hernández; cf. T. Herrera Zapién, 1984, pp. 25-35; estudio publicado antes por el mismo en Revista de la Universidad de México, 32 (1977), pp. 27-30. El texto latino de l984 reproduce con numerosas erratas la versión de la editio Matritensis de Gómez Ortega; por ejemplo, hasta en veintiuna ocasiones se malinterpreta la marca tipográfica de vocal larga (para indicar el ablativo singular en ) resolviéndola como abreviatura de nasalización del acusativo singular en -am. Estas lamentables erratas no se deben achacar, sin embargo, a Herrera Zapién, pues no afean su texto latino de 1977, y, además, en el vol. VI de las Obras completas de 1984 figura solo como autor de la traducción e introducción del poema (p. 23). Por otra parte, J. L. Montesinos Sirera, 2011, p. 77, da noticia de una traducción castellana de la carta-poema a cargo del profesor Eustaquio Sánchez Salor, pero solo reproduce algunos versos (87-101), sin citar su procedencia, y no hemos podido localizar la traducción completa, tal vez nunca publicada. Recientemente Juan Gil Fernández, 2007, pp. 133-160, edita y traduce los vv. 57-68 de la epístola hernandina y llama la atención (pp. 143-144, n. 38) sobre los errores tipográficos de la edición de la UNAM.

[46] Cf. R. Cabrán, S. Varey, 1992, pp. 628-634.

[47] Por ejemplo, en el v. 25 Herrera Zapién traduce permessi como “relegado”, justificándolo como variante de permissi, participio del verbo permittere (p. 28, n. 4), cuando, en realidad, se trata del Permeso, río del monte Helicón consagrado a las Musas. En consecuencia, Chabrán y Varey traducen también erróneamente el v. 25: “the resorceful guardian and loyal patron of an exile”.

[48] No obstante lo dicho, puede apreciarse cierto tono moral en la epístola: la excelencia ética de Montano, del rey, del esforzado autor, frente a la maldad de sus enemigos que quieren por envidia dar al traste con el fruto de su uirtus. No es una epístola parenética, pero es profundamente ética, que va desde los paradigmas, el rey (cf. comentario v. 17), y Montano, patronus bonarum artium, hasta la queja del cliens, uir bonus, doctus et fortis, y por eso mismo inuisus.

[49] Por otra parte, la misiva poética es un vehículo usual de peticiones en la época, como bien señala para su ejemplo más eximio, esto es, la epístola a Mateo Vázquez de Miguel de Cervantes, nuevamente hallada y estudiada por J. L. Gonzalo Sánchez-Molero, 2010, p. 218.

[50] Sobre la epístola ‘horaciana’, sus modalidades y su recepción en los humanistas, cf. B. Pozuelo Calero, 2000, pp. 61-99; F. Navarro Antolín, 2002, pp. XLIV-LXVI.

[51] La improvisación era precisamente para Estacio el componente esencial de la técnica de composición de sus Siluas, gran parte de las cuales fueron escritas (con predominio del hexámetro) para una ocasión concreta. Sobre la silva neolatina, cf. J. F. Alcina Rovira, 1991, pp. 129-140.

[52] Suprimió arbitrariamente los vv. 36, 69 y 130-131; rehace, por ejemplo, el v. 7, no sólo por razones métricas, sino porque tal vez le pareció indecorosa la imagen del severo Montano mamando los saberes de los pechos de las nueve Musas, a pesar de las fuentes patrísticas de esta expresión que detallamos en el comentario. En nuestra edición hemos sido tan consecuentes y respetuosos con la prosodia y la métrica latinas como el editor académico, cuyas certeras enmiendas seguimos siempre que no desdibujen la voluntad del autor o mitiguen el hondo lamento por la postergación de su trabajo. 

Germán SOMOLINOS D’ARDOIS, Francisco Hernández. Obras Completas, I-VII, México: U. N. A. M., 1960-1984.